Llamada

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—Aló —atendió con una voz débil.

Le di al momento un poco de silencio. Necesitaba tomar aire para responder.

—Hola —saludé con una serenidad que enmascaraba esa depresión desproporcionada.

—Hola, ¿cómo estás?

Se apreciaba la incomodidad en la conversación desde lejos pero era necesario continuar.

—Tan bien como debes estar tú, lo dudo —dije con cierta ironía.

—No seas así, por favor.

Sus respuestas estaban inundadas de un tono de súplica y arrepentimiento, o eso quería creer.

—¿Imaginas por qué estoy llamando después de tantos días?

—No, pero quiero que sepas que siento mucho todo lo que pasó.

Con la tranquilidad de un monje tibetano, me dispuse a tomar aire de nuevo para no exasperarme mientras la escuchaba. No soportaba esa sensación de saberla tan tranquila después de todo.

—Si no me quieres escuchar no vas a entender. Lo entiendo y lo respeto, pero por favor, por lo menos acepta mis disculpas —insistió.

—Es tan triste sentir tu tranquilidad con esto, pero peor es no poder aceptar que tus ojos los disfruta ahora alguien más.

El silencio se hizo tal que en ese momento apenas se escuchaban nuestras respiraciones con lentitud.

—¿Será que fue mi culpa o acaso te cansó mi honestidad y todas esas cosas que pensé que eran buenas para ti? —pregunté con una impotencia que perforaba mi pecho.

—¡Por favor, discúlpame! —exclamó entre sollozos junto a otras tantas cosas que no se comprendían por la vehemencia de sus lamentos.

—¿Para qué disculparte? Se supone que él es mejor que yo. Has tomado la decisión correcta, ¿no?

—Claro que no, no digas eso.

—Entonces, ¿por qué? —se quebró mi voz y mi pulso aumentaba en velocidad.

—No lo vas a entender. No sé qué decirte pero no quiero que estés molesto, te lo pido —replicaba con cobardía.

—No te preocupes, sé que no es mejor.

La ironía estaba de mi lado en su máximo esplendor. Ella no supo qué decirme mientras la catarsis continuaba.

—Dime, ¿le diste sus besos ya? ¿Así como a mí o son de verdad?

Empezaba a sentir una lágrima bajar por mi rostro hasta caer al piso. Lo molesto se mezclaba con la tristeza, por eso era necesario continuar desahogando ese trago tan amargo. Aunque empezaba a darme cuenta que la única respuesta que iba a recibir de su parte era la de unas disculpas vacías.

—La carta que te di, ¿la botaste? —pregunté con un nudo en la garganta.

—Aún la tengo. Créeme que eres importante para mí. Por favor, escúchame.

—Si soy tan importante, ¿por qué me mandaste al diablo por volver con quien se supone que te había hecho tanto daño?

—No fue lo que piensas, de verdad —respondió justo antes de arrancar a llorar.

—Si supieras lo que pienso, nunca me hubieses dejado —exclamé con dolor—. Pero no te preocupes, sé que él no es mejor. No te va a cuidar como yo.

Las respiraciones aumentaban en intensidad durante esa purga emocional.

—Disculpa, mil veces disculpa —repetía en medio de un supuesto lamento que me costaba creer.

—No vale de nada una disculpa a estas alturas. Que estés bien. Adiós.

Di por finalizada esa llamada en la que sus pretextos huecos fueron el protagonista principal. En mi panorama todo se sentía con más claridad aunque en un principio solo buscaba ser escuchado.

En mi interior, los sentimientos encontrados que causaron hablar con ella, me conducían a la locura. Del amor al odio había un paso pero del odio al amor un minuto.

Reprochaba tanto el acto de haberme deshecho como basura que no me podía permitir el planteamiento de que sus disculpas fueran ciertas, pues todo lo que había hecho por ella hace meses no merecía ese tipo de respuesta.

Había caído en la trampa de enamorarme de alguien con el corazón roto, sin saber que no me pertenecían muchos de esos pedazos.

Fue mi debilidad pero ahora me daba la fuerza necesaria para no querer volver a verla nunca más.

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