Nuestra culpa

622 119 127
                                    

Si en el bar había manifestado aquel sudor frío en mi cuerpo junto a un fantasmal semblante solo por haberla visto, en este caso el síntoma era mil veces mayor.

Por dentro era inexplicable. Creo que un terremoto hubiese sido mucho más sutil que lo causado por ese mensaje en mi correo.

Y me encontraba ahí, parado en una baldosa, como un cadáver frente al monitor de mi computadora. Como si se hubiese detenido el tiempo. Mis dedos no respondían a las señales que mandaba mi sistema nervioso pues creo que no me funcionaba tal en ese instante.

Un acto tan simple como tocar una tecla era imposible para mí. Tal como dicen que son las parálisis del sueño pero estando totalmente despierto.

Estaba dispuesto a responder, solo que era una utopía al momento.

Fui a la cocina solo para buscar un poco de agua y un poco de sol a través de la ventana a ver si reaccionaba, como si fuera una planta.

No dejaba de ver hacia mi cuarto para ver el monitor que se asomaba con desdén a la distancia mientras me daba cuenta que la emisora estaba sonando aún. No sabía qué pensar tras darme cuenta de ese detalle, pues enmarcaba un escenario absurdo.

Con el vaso por la mitad, lo abandoné en la mesa para volver a esa guerra donde yo no había disparado la primera bala.

Sin tanto desconcierto de mi parte, y con mis dedos cumpliendo sus labores de moverse, me senté para escribir.

«Si supieras cuánto tiempo la busqué para escucharla...», redacté en el mensaje justo para enviarlo enseguida como respuesta.

Me sentía tan impasible con respecto a lo hecho que pensaba en que lo que había escrito era demasiado. Pasado un minuto comprendí que era lo correcto, era necesario salir del silencio.

Esperaba con unas ansías incomprensibles, tal como si fuese la noticia de mi vida. De nuevo me puse de pie, esta vez para dar vueltas por la casa. El tiempo pasaba lento y el contraataque era inminente. Lo estaba esperando.

Un nuevo mensaje se anunciaba justo al momento de volver a sentarme.

«Disculpa por haber escapado de lo nuestro como si nada. Soy una cobarde», decía.

Casi rompiendo la barrera del sonido, respondí.

«¿Qué quieres aparte de pedir una disculpa? Si tanto me extrañas, ¿por qué lo hiciste?».

Al enviarlo, se fue una parte de mí con el texto. Habían pasado tantos meses que no recordaba necesitar respuestas a esas preguntas, pero de todos modos la ambición era palpable.

«Ven a mi casa», replicó en menos de un minuto.

Sin dudarlo, me alisté tan pronto como pude. No le encontraba sentido a pensarlo pues necesitaba salir de ese callejón sin salida. En ese caso, afrontar el problema era mi solución.

Recordando travesías pasadas, iba en camino con ideas en mi mente que estaba consciente nunca iban a darse pues no sabía lo que me esperaba. No lo supe aquel miércoles, ahora mucho menos.

El reloj había invertido su papel ya que los minutos comenzaron a pasar como segundos.

Estaba frente a su casa en menos de lo que pensaba. Sin dudarlo, me hice escuchar tocando la puerta más fuerte de lo normal, esperando que no estuvieran sus padres, aunque poco me importaba al final. Su sorpresa fue monumental al abrir pues no se esperaba esa actitud o quizá no esperaba ni siquiera mi presencia.

«Hola. Hablemos entonces», fueron mis palabras mientras me daba permiso a mí mismo para pasar. Ella estaba pasmada como nunca. Una vez dentro, solo escuché la puerta cerrarse.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 04, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

La radioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora