De aquel miércoles ya solo quedaban ínfimos rastros en mi memoria pues el pasar del tiempo había jugado a mi favor, aparte de que había hecho lo posible por pasar el menor tiempo posible en la universidad.
En su momento, eso me supuso inscribir apenas tres materias para ese semestre en curso, materias en las cuales hice cálculos exactos para verlas con personas totalmente desconocidas para mí.
Necesitaba un entorno nuevo en mis ocupaciones.
Faltaba poco para terminar dicho semestre, final que coincidía con las habituales vacaciones de diciembre.
No me implicó dificultad aprobar con notas sobresalientes cada una de las tres asignaturas, pues el tiempo me daba de sobra para estudiar, para escuchar música, para salir de fiesta. En resumen, para llevar una vida completamente ajena al recuerdo de aquella desgracia emocional.
Escribir era un pasatiempo abandonado dentro de mi rutina. Los escritos que existieron alguna vez solo impregnaban mis memorias con un olor a papel quemado.
Por el lado contrario, escuchar música era lo más leal a mí que había conocido pues ese escape no me abandonaba bajo circunstancia alguna.
A pesar de todo, una parte de mí aún se concentraba en resaltar lo gris de los días, lo oscuro de las noches, lo vil de lo inocente, lo infame de lo sublime.
Una parte de mí pensaba en ella, la reina de Uxmal. Y a diario intentaba convencerme de que no estaba bien porque no lo estaba.
Un viernes por la tarde, con unos pocos de mis nuevos compañeros, nos pusimos de acuerdo para festejar el fin de un exitoso semestre. No ocupaba mucho la bebida pero la ocasión era meritoria.
La noche era joven. Estábamos en un bar conocido de la ciudad. Una mesa se ajustaba a nuestra demanda pues apenas éramos cuatro personas, todos dispuestos a brindar como manda el manual.
Tras unas cuantas cervezas, la situación era más que agradable. Bromas iban y venían, mientras que por dentro reconocía que extrañaba reír sin una pesadumbre de trasfondo.
Se acercaron un par de hermosas chicas a nuestro lugar para compartir la celebración; el disfrute estaba en su cúspide.
Recuerdo que nuestra mesa se encontraba cerca a la puerta del local. Mientras nosotros cuatro nos intentábamos superar en historias, chistes y anécdotas personales un poco irreales, las otras dos solo reían y eran cómplices de nuestra felicidad.
Estábamos de farra y esa madera daba prueba de ello.
Pero la verdadera sorpresa de la noche todavía le faltaba hacer su aparición.
Mientras destapaba la enésima botella, entraba una de las tantas parejas que habían acudido al sitio en aras de pasarla bien. A pesar de lo distraído, y contando con una visión un tanto borrosa en ese momento, me di cuenta de un par que me parecieron conocidos.
Fue necesario aclarar la vista unas tres veces mediante parpadeos exagerados para comprobarlo. No estaba loco como quisiera haberlo estado. No es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar y en ese instante lo comprobé.
Era ella junto con ese fantoche, que por casualidades de la vida o quién sabe por qué, ahora estaban presentes en el bar donde yo me encontraba. Era como si el destino no tuviera piedad de mí.
De nuevo aquel universo paralelo de posibilidades infinitas dando resultados.
La palidez en mi rostro se manifestaba con un poco de sudor frío. Le pedí permiso a mis acompañantes para ir al baño, que por suerte no estaba en dirección a la mencionada pareja.
En el lavabo enjuagué mi cara como un demente, con supuestas intenciones de despertar de esa pesadilla. Lo pensaba una y otra vez. Eso que había construido en meses se había desmoronado por casualidades desafortunadas justo cuando estaba tan bien.
Parecía un déjà vu.
Ni siquiera sabía si ella se había dado cuenta de mi presencia, pero cual fuese la respuesta, decidí salir y continuar la fiesta. La fuerza debía estar de mi lado, como lo dice aquella película.
Ya de vuelta a mi mesa, me dispuse a aumentar la dosis de alcohol que iba a beber. Pedí un trago de whisky seco, de esos que se beben con fervor.
Pero entre tanto desorden, y como quien no quiere la cosa, di una mirada a su mesa y un detalle se dejó entrever. Parecían discutir por sus formas al hablar y los evidentes gestos de molestia, sobretodo de parte de ella.
No creo que sea bueno sentir felicidad por las desgracias ajenas, pero esa situación lo ameritaba con todo el derecho.
Brindé por eso.
Me di cuenta que poco después se fueron del bar. Aunque sospechaba que podía pasar, no me lo esperaba tan deprisa pero al parecer lo del altercado era en serio. Como si nada hubiese pasado, y gracias al alcohol, continué.
Luego de un par de horas, faltando poco para las once de la noche, decidimos que era momento de irnos. El cansancio y el dinero no nos daba para mucho más.
Un taxi después, ya estaba en casa. Con el sueño carcomiendo las pocas energías que podían quedarme, me cambié de ropa a duras penas justo para lanzarme a la cama como un moribundo.
Dormí por unas siete horas.
Me desperté como si me hubiese pasado un tren por encima la noche anterior, con tenues recuerdos de lo que había pasado en el bar, los cuales iban aclarándose lentamente.
Encendí mi computadora para escuchar un poco de música mientras buscaba algo para desayunar en la cocina. Mientras abría la despensa, una notificación se escuchaba a través de los parlantes del ordenador, los cuales estaban encendidos.
Era un mensaje nuevo en mi correo electrónico.
Me pareció extraño.
Hice a un lado lo que estaba haciendo por ir a revisar.
Entonces pasó lo inesperado, no podía creerlo. El asombro fue tal que por un instante sentí mi corazón detenerse, literalmente. Ella me había escrito.
«Anoche al verte fue imposible no extrañarte», indicaba el texto del mismo, y junto a eso, un enlace.
Di clic para abrirlo con el estupor a todo dar.
Era una página web que sintonizaba aquella emisora de radio que tanto escuchamos. La que nos identificaba. La que nunca encontré y con la que me fui enamorando de ella.
Inmediatamente al escuchar hice memoria de tantos momentos, que simplemente caí sentado al suelo, mientras adoptaba lo más parecido a una posición fetal. El nudo en la garganta era insoportable.
No podía creerlo.
Ella lo había hecho de nuevo. No sé cuántas veces antes pero volvía a suceder.
Una escopeta en cada una de sus pupilas, en cada una de sus palabras, en todo su ser; armas con las que me disparaba otra vez, mientras sentía que se apoderaba de mi fuerza.
Pero para eso me había preparado todo ese tiempo.
De nuevo en pie me dispuse a responder el mensaje, pues ya la guerra se había declarado.
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La radio
Short StoryDesde aquella tarde, ella empezó a ser todo para mí. Encontraba la belleza en cualquier cosa mientras la pensaba, como en esa radio que en tantos besos nos acompañó. Lo malo de estar a esas alturas es que no te das cuenta cuando empiezas a caer. Gan...