1. Moira.

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«Las calles de esta ciudad están sucias», me digo mientras deslizo la mirada hacia el suelo... donde el peor de mis crímenes yace cubierto de sangre. Por mi rostro resbalan las gotas de una lluvia que acribilla París con tanta fuerza que parecen haberse propuesto demolerlo. Entrecierro los párpados tratando de que el agua no me moleste. No va a haber manera de llevar a Guillard de vuelta a la base de Talon sin llamar la atención. Si la llevo así (fría, azul, sanguinolenta), parecerá que paseo un cadáver.

«¿Acaso es otra cosa...?».

Me quito la gabardina. Antes de que termine de desabotonarla esa lluvia furibunda ya ha encharcado mi ropa. Exhalo, molesta, y cubro el cuerpo de Amélie Guillard con la prenda para ocultar toda la sangre que tiñe su esbelta barbilla y la pechera blanca de su ropa. También tiene en las manos.

No es suya. En absoluto.

Me marcho con ella entre mis brazos, uno bajo sus corvas y otro tras sus omóplatos, preguntándome cómo he sido capaz de hacer algo tan... irresponsable. Me siento como Víctor Frankenstein (me refiero al de la novela, el joven estudiante que trataba de hacer posible una febril fantasía científica y se hundió en una depresión al tomar consciencia de sus actos; no al avezado científico excéntrico de las adaptaciones cinematográficas que alza las manos, grandilocuente, bajo una tormenta de rayos). Talon ya había creado al arma perfecta antes de que yo me uniese a sus filas... y yo quise mejorarla. Quise aplicar sin pruebas previas, sin una tesis en condiciones, esas mejoras que efectué sobre los experimentos que realicé en Gabriel (¡ah, Gabriel! Mi otro monstruo... mi bestia rabiosa; mi fantasma de la ópera malviviendo en las sombras) y deformé su fisiología hasta emular esa regeneración constante, esa... alimentación...

Pero el resultado no fue el mismo. Oh, no.

... de entre todos los monstruos citados he omitido a propósito al único que podría identificarse con Guillard: Carmilla, Louis... Drácula.

* * * * *

Cuando regreso a la base francesa de Talon, Guillard se espabila. Su sed se ha apagado. Está empapada por la tormenta... no queda ni rastro de la sangre que la manchaba, ni rastro de la criatura que mi manipulación genética engendró. Viste el picardías con el que se fue a dormir, que se ciñe a sus formas gélidas y se transparenta por completo. No sabría decir si parece una prostituta o una novia fugada de su noche de bodas, pero sé que se ha valido de su apariencia para engañar al pobre (quizá no tan pobre, posiblemente un cerdo cualquiera) al que ha desangrado. Se habrá acercado aparentemente desvalida a suplicarle amparo al (dispuesto a ayudar o no) incauto caballero.

Me mira con esos ojos almendrados y despectivos suyos.

—Tienes una herida en la cabeza, Guillard —observo. La invito a acceder a mi laboratorio, donde examino mejor su estado y deduzco que es una herida de bala de su misión de esta mañana. Ha protegido a los agentes de Talon del intento de Overwatch por arrebatarnos a los rehenes.

—Lo sé. Por eso he ido a beber sangre. La sangre regenera mis células, ¿no es así?

Evito su mirada tomando consciencia (una vez más) de que mis experimentos han ido más allá de lo que mi comprensión abarca: Widowmaker es una vampira.

—Sólo informaste de que habías abatido a Ana Amari. Debes ser precisa a la hora de transmitir tus informes... cuando necesites ser sanada, házmelo saber.

Entonces me doy cuenta del modo en que este delgado, precioso y mortífero cisne francés mordisquea sus propios labios. Veo sus colmillos. Le sucede algo, y, sea lo que sea, es automáticamente mi problema.

—Moira... algo en lo más hondo de mi alma clama por beber la sangre de esa anciana egipcia.

—No puedes alimentarte de un cadáver. Es absurdo, las células muertas no reaccionan.

—Debo ir a su tumba.

—No tiene tumba, ha muerto hoy. La trasladarán a Suiza; tardarán algunos días pero celebrarán allí el funeral, y... no. No. Ni se te ocurra ir a buscarla, Guillard. Podrías delatar mi adhesión y la de Reyes a esta organización. Correrías un riesgo innecesario.

—De acuerdo. —Acepta, pero sé que miente. Sé que sigue teniendo sed de sangre, y desconozco lo que será capaz de hacer cuando descubra que no se ha encontrado el cuerpo de Ana Amari. La oigo gemir; no controla sus ansias.

Se aproxima a mí, húmeda como un cachorro abandonado en las lluviosas y nauseabundas calles parisinas. El ambiente bohemio y gris de esta tierra... tan urbanita, tan moderna, diferente de mi amada y verde Dublin, de mi colorida Oasis, me hace sentir una punzada de nostalgia..., de... compasión.

Cedo y le ofrezco mi brazo.

No puedo negar que me satisface ver que mi consentimiento provoca un descontrol, un desorden extático en su cuerpo y su mente; su boca se abre, sus ojos se cierran... es una loba domesticada que me da las gracias por las sobras. Una loba en peligro de extinción cuya posesión debo esconder hasta que concluyan mis experimentos.

Me muerde en la muñeca. Aún no sé explicar por qué, pero este acto no duele. La perforación en mi carne es placentera como un beso en la nuca. Succiona. Bebe. Traga... Le permito creer durante unos instantes que es la dueña de sus actos, que la situación responde misericordiosamente a su sed y a sus anhelos. Después le arrebato ese poder ilusorio. La aparto de un empujón, disfruto con el golpe que recibe contra las baldosas. Si no tuviese que comprender lo que he hecho con sus genes, juro que yo misma la descuartizaría por ser una aberración despreciable.

Parpadea. Qué bien oculta mi secreto, con qué pudor lo ha convertido en su propio pecado... lucha por mi causa, en mi guerra. Me escuda a pesar de que ella es la víctima.

Nuestra simbiosis es perfecta.

Sedienta [Overwatch].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora