5. Moira.

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Ha disfrazado unos cálculos meticulosos bajo la apariencia perfecta: el descuido. Ha tratado de parecer sumamente torpe, que es tal y como estoy predispuesta a considerarla.

Hace un par de días Guillard se marchó. Aseguró que debía cumplir una misión... pero a estas alturas sé cómo conducirme dentro de la organización cuyo consejo central pretendo liderar (tener acceso a un camino rápido para subyugarlo no es excusa para administrar mal una herramienta con tantas posibilidades). No existía tal misión, qué sorpresa. También descubrí que se había desplazado hasta Suiza, y no necesité que nadie me confirmase que coincidía con el funeral de Ana Amari. Era obvio.

Concluí que volvería de su ambiciosa cacería habiendo aprendido una necesaria lección: debe seguir mis consejos, obedecer mis órdenes.

Esta mañana ha regresado. La he notado alicaída, y eso ha sido parte del ardid. ¡Qué fallo tan injustificado por mi parte! Asumir que sus sentimientos son coherentes cuando sé que sus emociones duermen y ella es una despiadada experta en el arte del subterfugio...

Imperdonable.

Desapareció hace unas horas. Recuerdo haberme sentido prepotente, incluso pospuse el momento de salir a buscarla con la esperanza de que Guillard despertase en medio del charco de caos que ella misma se derrama por encima cuando sucumbe al frenesí primario, que el horror la instase a buscar amparo en mi potencia cognoscitiva... a ser obediente.

... y aquí estoy: me rodean las hijas de Torbjörn Lindholm y Ana Amari, ambas enfundadas en armaduras. Inmovilizan mis brazos y me retienen bajo este puente que nos oculta de la mirada de los transeúntes curiosos que puedan circular por París a las cuatro de la madrugada. La condensación humedece la hiedra que cubre el muro a mi espalda, y el rocío de algunas flores gotea sobre el metal de la hombrera de mi captora egipcia. No recuerdo su nombre a pesar de haberla visto en varias ocasiones dentro de las instalaciones de Overwatch. Me referiré a ella como Amari, sin más.

—¿Tienes miedo de tu propia creación, Moira? —me pregunta Guillard, situada a medio metro de distancia por precaución. Me observa con una mano en las caderas, el peso de su cuerpo ladeado sobre una pierna enfundada en sus mallas favoritas... la barbilla insolentemente alzada. ¿Cómo puede tener semejantes ínfulas un monstruo que es fruto del fracaso?

—Lamento desilusionarte, Guillard, pero lo único que perturba mi ánimo en este momento es la presencia de tus nuevas y armadas amigas.

Se irrita. Da una zancada en mi dirección y agarra furiosamente mi rostro. Se me escapa una risa amarga.

—Tus faltas de respeto hacia mí se han terminado —proclama con los dientes apretados. Masca las palabras de tal forma que su marcado acento francés deja de parecer encantador. Lestat se sentiría decepcionado—. Hoy dejo de ser tu esclava. Vamos a invertir roles, ¿qué te parece?

Sus pretensiones me desagradan, pero están lejos de intimidarme. Quizá engañe bien y tenga aliadas, pero yo sé controlarla. Llevo meses haciéndolo.

—Te has tomado muchas molestias por algo que no va a granjearte ningún beneficio.

—Dejaré de obedecerte ciegamente.

—Querida, lo haces porque te conviene. Dependes de mí para desentrañar tus excéntricos hábitos hematófagos.

La expresión en su rostro es el retrato perfecto de la damita de noble linaje que fue una vez... recibiendo un bofetón maternal en plena puesta de largo.

—¡Me obligas a morirme de sed! ¡Me torturas! —me acusa agarrándome del pecho de la camisa.

—Evito que dejes un rastro porque eres una aberración genética. Pierdes el control, y yo te protejo.

De repente, afloja las manos. La tela de mi ropa se escurre de ellas mientras Amélie Guillard comienza a sufrir unos leves espasmos que acompañan a sus maliciosas carcajadas.

—¿Ama? —pregunta mi captora sueca. Me referiría a ella también por su apellido, ya que conozco el de su padre, pero creo recordar que los suecos heredan en muchos casos el de las madres.

—No sé por qué te estoy dando explicaciones —señala Guillard al reponerse del acceso de risa—. Sujetadla bien. Va a beberse mi sangre hasta que sienta la necesidad de lamer las plantas de mis pies con tanta desesperación que no pueda evitar llorar.

—¿Qué les has... ofrecido a parte de... tu sangre? —Mientras hablo, los dedos de la hija de Torbjörn entreabren mi boca y me estorban.

Guillard está hurgando en su colgante. Sé que lleva una cuchilla ahí.

—Nos ha liberado de miles de cadenas —indica Amari. Por el tono que usa intuyo que este asunto tiene un significado especial para ella—. Nos ofrece la felicidad, la eternidad y la libertad.

—¿Y sabéis que asesinó a su propio marido, Gérard Lacroix? —Juego con ventaja: sé que ambas son tan bondadosas como sus padres. No podrían prescindir de la ética como hacemos en Talon.

Bajan la vista. Se observan mutuamente.

Silence, Moira.

—Sólo quiere que hagamos esto, después ha dicho que seguiremos nuestro camino... —comienza a decir la sueca.

Suficiente. Tengo lo que necesito.

—Como puedes ver, disfrutan de las desinhibiciones del vampirismo sin análisis clínicos. Tú no vas a tener la misma suerte. —Guillard ha terminado de abrir un profundo corte de casi cinco centímetros en su muñeca. Sangra en abundancia—. No te voy a transformar, te voy a hacer adicta a mí. Dependerás de mí hasta un extremo doloroso y sumamente degradante.

«¿Quieres que esto sea un juego de poder, francesita? Muy bien».

—Te pertenecen, y a pesar de que estás llevando este asunto al extremo no eres capaz de aprovechar ese potencial en condiciones. Careces de visión.

—¿Hm?

Los ojos amarillos de Widowmaker se detienen en los míos. Su sangre mana muy lenta, muy espesa. Casi parece alquitrán.

—Posees a dos lacayas complacientes y agradecidas por tu —me río con sarcasmo—... digamos bondad, ¿y tú planeas liberarlas a cambio de convertirme en tu sirvienta? Las matemáticas no son mi especialidad, pero pierdes beneficios. Además, debes admitir que no me necesitas como sirvienta, Guillard, sino como guía intelectual. Este capricho tuyo carece de raciocinio. Podemos negociar las condiciones en las que coexistimos. Nuestra... simbiosis. —Me suelto de las perplejas vampiras con armadura y extiendo las palmas hacia arriba—. Debes comprender lo que eres, conocer tus límites. Los estudiaré con más dedicación si así lo deseas, es un trato justo. Avanzaré más rápido porque podré estudiarlas también a ellas sólo si rompes tu promesa de liberarlas y las conservas a tu lado.

»Escoge, Guillard: ¿ganas esta batalla... o ganas la guerra?

Creo que puedo oír el sonido de los corazones de mis dos captoras al romperse dentro de sus coloridas pecheras metálicas. Quieren estar juntas y ser libres para... no lo sé, su aspecto es demasiado inocente para sugerir nada más allá de la filatelia. Pero no me importa tiranizarlas si así desvío el interés de Guillard por domeñarme.

—Sí... —Mi creación asiente muy despacio. Siento alivio. Tiende una mano hacia mí y yo estiro la mía para aceptar el trato. En el último instante, vira, evita mi brazo y me agarra por el cabello. Debo reconocer que ha sido ágil, ya que lo llevo muy corto. Trata de obligarme a beber, pero yo desato mi plan de emergencia: libero un orbe biótico que gira a su alrededor y sana de inmediato su herida.

Lig dom cabhrú leat —le digo con sarcasmo.

Las escasas gotas de sangre que consiguen rozar mis labios no bastan para esclavizarme. Aprovecho la confusión de mi enemiga y recurro a la evanescencia para escapar de sus garras y alejarme varios metros. Sin embargo, Amari se impulsa con ayuda de un cohete que dispara contra el muro (arrasando con la húmida hiedra) y me da alcance. Me apresa y terminamos rodando por el asfalto.

Ya no soy capaz de liberarme.

Sedienta [Overwatch].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora