La movida

524 30 4
                                    

Callao estaba hasta la bola. Había demasiada gente. Pero era muy necesario que todos se juntaran para defender sus derechos. Eran personas normales, la sexualidad no te define, no es una fase. Forma parte de ti y ya está. Al menos eso pensaba Raoul, por eso estaba junto a toda esa gente gritando por la igualdad. Eran finales de junio y hacía mucho calor, formar parte de un movimiento tan grande, conocido por algunos como la movida madrileña, era una forma de vida para Raoul. Siempre que tenía la ocasión iba a manifestaciones de cualquier tipo, por eso había ido una semana a Madrid. También estaba planeando su mudanza a la capital. Desde que sus padres le echaron de casa por ser gay, había estado ahorrando para alquilar un piso. Esa época de transición en España estaba siendo dura, pero también necesaria. Mimi estaba a su lado hablándole de cualquier cosa, cuando uno de los que lideraba la marcha, cogió el megáfono y se subió a una tarima improvisada que habían hecho con cajas de fruta, seguramente robadas.

-¡Hola a todos! - la gente empezó a hacer silencio al percatarse del discurso incipiente de aquel chico. - Primero de todos deciros que gracias a que estáis hoy aquí, el cambio está cada vez un poco más cerca. - Empezaron a vitorear.- Que sepáis que aunque hoy estemos en Madrid, mañana estaremos en cualquier otro sitio reivindicando por lo que nos pertenece. ¡La libertad! - Gritos de aprobación hacían retumbar las calles.- Yo, por ejemplo soy de Mallorca, y no me pierdo ninguna manifestación.- Más aplausos y chillidos. El muchacho se giró a otro de sus compañeros y se bajó de las cajas para darle pie al joven de tez tostada que ahora se subía a las cajas.

-Como ha dicho Ricky, somos muchos y venimos de muy lejos. Yo soy de Canarias y estoy más tiempo fuera de las islas que dentro porque lo que estamos haciendo hoy es necesario, y quien os diga que no miente. Y cada sacrificio, cada grito, cada arresto habrá merecido la pena si algún día yo puedo salir a la calle de la mano de quien YO quiera, besar a quien YO quiera, donde YO quiera y ser quien YO quiera sin que nadie me juzgue por ello y sin miedo a lo que me pueda pasar. - Todos comenzaron a apoyar al canario mediante gritos y palabras de aprobación. Todos menos Raoul que se había quedado cautivado por el acento y la belleza de ese hombre.
-Amar es algo natural, forma parte de todos nosotros y algo tan bonito como el amor no debería ser escondido y menos a estados alturas. ¡Que estamos a finales del siglo veinte no en el trece! Nos encierran, porque saben que somos fuertes, que podemos mover montañas. No hagáis caso a los que dicen que ahora más gente apoya nuestra causa porque es "la moda". Lo que pasa es que cada vez somos más y tenemos menos miedo.- La gente estalló una ve más en una masa interminable de aplausos y berridos, cuando el canario gritó a través del megáfono.

-¡Hostia los maderos!

El sonido de las sirenas de los coches patrulla empezaba a hacerse cada vez más fuerte y la masa de gente empezó a disolverse coló arena que se cuela entre los dedos. No supo decir en que momento sucedió, pero Mimi ya no estaba a su lado, y lo que antes era una sirena, ahora eran cinco al menos. Un grupo de al menos veinte policías, todos ellos armados, comenzaron a detener a todo el que podían. Si ponías resistencia (o si no lo hacías también), usaban la fuerza sin reparo alguno Raoul pensó que lo más sensato sería salir de allí por patas, pero no tenía ni idea de donde estaba Mimi y no quería dejarla sola. No tuvo más tiempo de pensar porque un golpe seco, en el que juraría que había oído algo romperse, estalló a su espalda.

-¿Estás bien? - el melódico acento del chico le distrajo más de lo que jamás estaría dispuesto a admitir. -Arranca muchacho que nos meten en la cárcel.

Un charco de sangre empezaba a bañar de rojo la acera allí donde yacía el policía, con las manos en la nariz y un grito de dolor ahogado. La mano del desconocido que al parecer, le había salvado de una buena, agarró su muñeca sin miramientos y tiró de él, para escabullirse entre las callejuelas que salían de la plaza. Cuando se habían alejado lo suficiente como para asegurarse de que estaban a salvo, el moreno volvió a preguntar. El chico tenía un golpe en el pómulo, un corte sangrante bastante grande en el brazo y cojeaba un poco. A pesar de eso, ni su belleza ni su agilidad se vieron opacadas.

ONE SHOTS - RAGONEYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora