Capítulo 10: ¿Sabrina Spellman?

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Hayden

Me levanto pensando en ella, como cada mañana. Esta vez el sueño era mucho más claro, solo recuerdo ver su cara una y otra vez y sigo sin saber por qué. ¿Quién eres Alex Messer?, ¿qué tienes que ver conmigo?

—¡Hayden despierta de una vez! —grita Peter golpeando mi puerta.

—¡Ya estoy despierto!

—¡Bien! —vuelve a chillar.

Y así son mis despertares cuando Peter está en casa. Lo mejor de todo es que con tanto grito seguro que llego despierto a clase. Ya vestido bajo las escaleras encontrándome con Peter en la cocina preparando el desayuno.

—Así que tienes novia.

—No, el que tiene novia eres tú —le respondo—. Y que sepas que me parece muy mal que no me lo hayas contado.

—Pero entonces, Alex, que resulta ser la hermana pequeña de mi novia, no es tu novia.

—Que listo Peter, acabamos de descubrir que me escuchas cuando te hablo.

—Pero en cambio la traes a casa, aunque hace un par de días que la conoces —sigue él sin hacerme el más mínimo caso.

—¡Peter! —se gira de golpe y me mira—. Acababa de encontrar un cadáver y estaba manchada de sangre. ¡Necesitaba salir de ahí!

—Vale vale, quizás me he desviado un poco del tema.

—¿Quizás? —le respondo cogiendo algo para desayunar y saliendo por la puerta—. Hasta luego Peter.

Cuando llego al instituto no es tan pronto como de costumbre. Quizás sea por el hecho de que me he pasado por casa de Alex. Como ella me dio ayer su dirección se me ha ocurrido asegurarme de que no se le escapaba el autobús.

Una excusa más para buscar razones que me conecten con ella.

Lo más difícil es saber de dónde salen esos sueños. ¿Cómo sueñas con alguien que no conoces?, ¿Cómo conoces a la chica de tus sueños de una manera tan literal? Es de locos, completamente de locos.

Pero, aunque parezca de locos tengo la sensación de que debería contárselo, aunque en realidad no pueda. Para que mentir, esos sueños han hecho que tenga más ganas de conocerla, de acercarme a ella. Y no puedo evitar pensar que quizás, solo quizás, ese era su propósito.

De algún modo u otro, Alex Messer y yo debíamos conocernos.

—Hola —dice alguien detrás de mi golpeando mi hombro.

Me giro y me sorprendo al ver a Alex mirándome directamente a los ojos.

—¿Cómo estás? —me atrevo a preguntar.

Aunque no me agrada hablar del tema, al verla solo tengo ganas de preguntarle por los sueños. Cosa que evidentemente no puedo hacer, así que intento ganar tiempo.

Piensa, Hayden, pregúntale cualquier cosa. Pero evita los sueños. Pensará que estás loco.

—Bien. Pero supongo que te refieres a como estoy por lo de ayer—responde y yo asiento sin darme cuenta de lo que acabo de hacer.

—No perdona, no has de hablarme de ello si no quieres.

—Tranquilo, no pasa nada. Ya lloré ayer lo suficiente y al menos he dormido un poco. Pero no puedo quitarme de la cabeza la cara de esa chica, sus ojos mirándome. ¿Y si hubiera sido yo?, ¿y si hubieses sido tú? —me explica mirando al suelo, como si le diera miedo mirarme a los ojos.

—Alex mírame —le digo levantando su barbilla con mis dedos.

La miro a los ojos y veo una lágrima correr por su mejilla.

—No pienses ni un segundo que tú podrías o deberías haber sido esa chica, ¿vale?

—Vale. Gracias Hayden, por todo —contesta ella.

—Para eso están los compañeros de mesa —le digo para hacerla reír.

Y lo consigo.

*  *  *

Alex

Después de mi charla con Hayden el entrenador me para para decirme que he de ir a la recepción para recoger mi uniforme del equipo. Al llegar veo que ya hay varios chicos y chicas haciendo cola, y en pocos minutos hay varios más detrás mío.

Según logro escuchar hay tantas colas porque este año han cambiado los uniformes y los del año pasado no sirven o algo así. Después de quince minutos esperando, el chico que tengo delante termina de ser atendido y por fin me toca a mí.

—¿Equipo y apellido? —pregunta la mujer que hay detrás del mostrador.

—Lacrosse, Messer —respondo.

—Cámbiate a las animadoras chica, el lacrosse no es para ti—me dice el chico que tengo detrás.

Cuando voy a girarme para decirle cuatro cosas alguien se me adelanta.

—Te apuesto lo que quieras a que esta chica, como tú la llamas, juega al lacrosse mejor que tú. Atletismo, Smith.

Me giro y no me sorprendo al ver a Hayden con una sonrisa en su cara, ya que ha hecho callar al chico que se había metido conmigo.

—Gracias —le indico moviendo mis labios. Él asiente.

Voy caminando por el pasillo mirando de lado a lado encontrándome con muchos alumnos hablando en grupos enfrente de sus taquillas. No me sorprendo al ver que en el centro de un grupo de chicas vestidas como si fueran a un desfile de moda está la chica a la que le tiré el café por encima ayer, creo que se llamaba Megan o algo así. Sus ojos se cruzan con los míos, su mirada es fría, parece como si pudiera matarte con ponerte los ojos encima o convertirte en piedra como una Medusa cualquiera. Pero ella tiene más pinta de arpía que de Medusa.

Estoy tan concentrada en averiguar cuál es la naturaleza mitológica de las chicas que se comportan como Megan que no me doy cuenta de que choco con alguien hasta que esa persona y yo acabamos en el suelo.

—Perdona, perdona. Estaba pensando y no miraba por donde iba —le digo levantándome para ayudarla.

—No pasa nada, yo estaba mirando hacia atrás. Parece que ambas tenemos la culpa —me responde.

Su melena rubia le tapa la cara hasta que se pone en pie con los libros que se le han caído en sus brazos.

Reconozco su cara a la primera.

—Tú eres la chica que me miraba en el autobús —le indico, cosa que parece avergonzarle—. Alex Messer, encantada.

—Igualmente. Yo... adiós —se despide marchándose por el pasillo.

La sigo dispuesta a entablar una conversación con ella. Me he decidido. He de aprovechar todas las oportunidades de hacer amigos que pueda.

—Oye, oye. Que no muerdo —susurro cogiendo su hombro para que parara de caminar—. Me encantaría saber cómo te llamas. Soy nueva y digamos que muchos amigos no tengo y tú tienes pinta de ser una buena amiga.

Ahora que me doy cuenta, la chica cuyo nombre estoy por descubrir es casi una cabeza más bajita que yo. Creo que la intimido un poco.

—Me llamo Sabrina.

—¡Como...

—¡No! Mi nombre es Sabrina Chamberlain, no soy Sabrina Spellman.

—Pues bien, Sabrina Chamberlain —le dijo remarcando su apellido—. ¿Te gustaría ir a tomar un café conmigo para conocernos y ver si vale la pena ser amigas?

—Me parce bien. Gracias.

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