9. Rayita da miedo

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Cuando salió de la enfermería, Dylan ya no estaba sentado en el suelo mientras la esperaba. De hecho, se encontró con que todos iban saliendo del edificio, o eso intentaban, porque había una gran masa aglomerada en la puerta de salida. Se dispuso a ir detrás de ellos cuando alguien la tomó del brazo y tironeó de ella.

Cerró los ojos y rezó para que no fuera el psicópata de Anacleto.

—Venís a mi casa —dijo una voz femenina.

Abrió los ojos y se encontró con la cabellera pelirroja de Rayita, quien se veía radiante, mucho más contenta de lo que había estado en todo el día.

—No —repuso ella—. Me voy a mi casa. Ya cumplí con lo que tenía que cumplir.

Rayita mantuvo su agarre firme.

—No, todavía no.

—Yo...

—Callate. —La pelirroja la miró a los ojos mientras comenzaban a avanza hacia la puerta de salida. Brooke inspiró hondo. Por alguna razón, le daba más miedo esa muchacha que Anacleto, Dylan y Stacy con su bate juntos—. El baile es esta noche. Venís a mi casa, te ponés un vestido y vas al baile a recibir tu corona. Me la das a mí y se termina ¿Entendés, boluda?

—¿Y me voy a poder ir? —preguntó esperanzada.

La otra asintió y Rayita la soltó. Consiguieron salir al exterior y Brooke casi lloró de felicidad.

Finalmente el día había acabado. Era libre. Y no había muerto.

—Mi casa queda a dos cuadras...

Brooke echó a correr.

Corrió como nunca antes lo hizo en su vida, ni siquiera para las clases de educación física. Saltó la mochila de alguien y golpeó a una señora para que se apartara. Su vida dependía de eso. No había tiempo para esperar al colectivo. Fue hacia la avenida sin siquiera fijarse si acaso alguien iba detrás de ella y se paró delante de un taxi para que se detuviera. Afortunadamente, estaba vacío.

Subió y no fue hasta entonces que se dio cuenta de que no llevaba la mochila. Soltó una palabrota y cerró la puerta. No iba a volver ni en pedo.

—¿A dónde? —preguntó el taxista.

Brooke sacó un papel del bolsillo trasero de su pantalón y lo examinó. Se había anotado la dirección de su nueva casa porque aún no la recordaba. Luego de asegurarse de que esa era, se lo entregó. El taxista arrancó y la muchacha miró la ventana con paranoia. No la seguían.

De camino a su casa, luego de permitirse unos minutos para relajarse, se puso a pesar en lo que le diría a sus padres, si es que acaso los encontraba ahí, porque Rayita dijo que nunca estaban.

—Que me chupe la pija Rayita —murmuró. Si sus padres no estaban, igual se iba a encerrar en la casa hasta que llegaran.

Planeaba llamar a la policía por cualquier ruido que oyera.

El auto se detuvo y el taxista le entregó el papel con la dirección luego de que ella le pagara. Afortunadamente, había dinero en el bolsillo de su pantalón. Porque era tn. Nunca le faltaba, por si se le ocurría ir a desayunar a un starbucks o algo.

Se bajó del auto y este arrancó. La muchacha miró a su alrededor. Delante de ella había una gran mansión y, hasta donde ella recordaba, esa no era su casa.

El portón se abrió y del jardín delantero salió Rayita. Llevaba otra ropa, más bonita.

Dio un paso hacia atrás, asustada ¿Cómo había llegado tan rápido?

—Te dije que todavía no había terminado, pelotuda.

Brooke se palpó el pecho, como si esperara tener escondida algúna biblia para repelerla.

—¿Estoy loca? —preguntó al borde de una crisis.

La expresión de Rayita se suavizó, como si sintiera lástima por ella.

—Si vas al baile, se termina hoy.

Extendió su mano para que ella la tomara e ingresaran a la casa. La muchacha vaciló, pero acabó por hacerlo.

Clicheland High SchoolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora