Tito,el muñeco embrujado (2/2)

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Habíamos liberado a Tito, el muñeco embrujado. Después de que apareciera en nuestro cuarto pasaron varios días sin saber de él.

Nuestro padre lo había arrojado al tacho de la basura, pero de alguna forma consiguió escapar.

Mi hermano William y yo comenzábamos a creer que no lo veríamos más cuando nos topamos con él en la calle.  Lo llevaba en brazos una niña de la zona. Ella venía rumbo a nosotros. Cargaba a duras penas al maldito muñeco.  Cuando pasó a nuestro lado sentí que mi corazón latió mucho más fuerte. Tito no dio señales de vida, pero algo nos decía que notó nuestra presencia. William me miró y vi que también estaba asustado. Aquel muñeco desprendía una energía muy mala que sentíamos con claridad, pero nosotros lo habíamos visto moverse; seguramente los padres de la niña no atribuían aquello al muñeco.

La situación era muy mala, la niña sin dudas corría peligro, pero qué podíamos hacer.  Ella era de la zona, conocíamos a su familia.  De ser una desconocida tal vez le hubiéramos arrebatado el muñeco. Tal vez es lo que debimos hacer de todas formas.

Al otro día, muy temprano por la mañana, escuchamos una sirena de ambulancia, y se detuvo no muy lejos de nuestra casa, y en aquella calle era donde ahora estaba Tito. ¡La niña!

- ¿Será cosa de Tito? -me preguntó William, sentándose de golpe en la cama. Los dos presentíamos lo mismo.

- Yo creo que sí. Más tarde nos vamos a enterar.

No mucho más tarde se confirmaron nuestras sospechas. Una vecina se lo contó a nuestra madre y ella a papá: la niña había amanecido muerta.   En el correr del día nos enteramos de otros detalles. Todo el barrio estaba alarmado, pues había indicios de que alguien había entrado al cuarto de la niña, habían llegado a esa conclusión por una ventana que estaba abierta, y porque faltaba el muñeco de la niña.

Nosotras sabíamos que el culpable era Tito.

Enseguida nos sentimos en parte responsables de aquella tragedia. No debimos abrir aquella caja.

Teníamos que eliminar al muñeco, pero ahora no sabíamos dónde se hallaba, mas presentíamos que lo íbamos a volver a ver, y aquello nos daba algo de temor.

Contábamos con las piñas americanas de plata bendecida que nos diera nuestro tío. Yo utilizaba una cuando practicaba golpes de boxeo en el garaje, mientras mi hermano usaba la otra en sus formas de karate.

Un día mi hermano llegó de sus clases con una novedad.  Como nuestros padres estaban allí me hizo una seña y fuimos al fondo del terreno. Alcanzamos la sombra de un naranjo y allí me dijo:

- Sandro, uno de mis compañeros anda diciendo que ayer pasó cerca de la casa abandonada de don Gonzáles, y que cuando pasó escuchó que lo llamaban desde adentro. Dice que vio una cabeza como de niño, y se asustó tanto que salió corriendo.  Para mí que es Tito.

- Puede ser, pero de esa casa siempre se cuentan cosas -dudé-. Creo que apenas quedó abandonada empezaron a contar cosas.

- Es cierto, pero mira que mi compañero estaba bien asustado.

- Entonces tenemos que ir a ver -decidí.

- Vamos.

La casa en cuestión tenía fama de embrujada (como casi todas las abandonadas). Estaba en un extremo del barrio, algo alejada de las otras viviendas, pues el terreno en el que se encontraba era bastante grande. Más allá de ella comenzaba el campo, y entre ese terreno y los habitados se extendía una arboleda. La vivienda misma era enorme, atemorizante, llena de ventanas tapiadas con madera, paredes agrietadas, musgo, y enredaderas trepadoras que buscaban el techo.  Entrar allí iba a ser atemorizante, y además Tito podía estar en ella.

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