Reluz

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Capítulo IV

Todos mis amigos estaban muy felices de verme despierta. Sango se sorprendió aún más cuando vio que mis heridas estaban completamente sanas, cargó al nene y lo colmó de mimos, mientras seguía llorando por la situación. Le era imposible de creer lo que aquella vieja y mullida espada podía hacer.

De esa tragedia ya había pasado más de una semana.

La luna llena aparecería esa noche y debía estar presente en cuanto la luz se filtrara en el fondo del pozo.

Era mi única salida.

Ahora todos sabían que me iría y aunque Shippo y Sango se negaban rotundamente a que me fuera, la explicación que les dí pronto les hizo entender que era lo mejor.

Y allí estaba esperando la hora para regresar a casa. Mi bebé dormía plácidamente sobre el futón después de haberlo alimentado y cambiado de pañales. Le prometí que seríamos felices mientras lo arropaba.

—Kagome— La voz de Inuyasha hizo que volteara a verlo.

—Hola— Murmuré mientras terminaba de trenzar mi cabello. Él se sentó frente a mí y me miró con sus ojos dorados e intuí que me diría algo muy extraño.

—Entonces, ¿has decidido irte?— Asentí y el guardó silencio.

—Creo que en el futuro estaremos a salvo— Le hice saber. Se cruzó de brazos y miró al piso.

—Kikyo, esta viva— Mis ojos se abrieron como platos al escucharle decir tal cosa.

—¿Qué?— ¿De verdad? ¿Había escuchado bien?

—Debo ser honesto contigo, los viajes que realizaba siempre tuvieron ese propósito. Estaba siendo puesto a prueba por la madre de Sesshomaru, ella tiene el poder de abrir las puertas del inframundo y aunque a punto estuve de morir. Logré mi objetivo.— Posé mi vista sobre su rostro y me acerqué, luego lo tome de la mejilla y dibuje una sonrisa sincera.

—Me alegro, Inuyasha— El cogió mi mano como agradeciendo que no me hubiese enfadado. Pero de seguirlo amando, un "¡Siéntate!" me hubiera bastado para liberar algo de enojo.

—Ella estaba indecisa de venir aquí, así que se quedo en la cabaña de Kaede— Vaya, eso sí que me había dejado sorprendida.

—Deseo que seas muy feliz... Y perdóname por—

—Gracias, Kagome. Pero, perdóname tú a mí— Dicho esto me atrajo hacia su cuerpo y me abrazo fuertemente.

—No tengo nada que perdonarte, siempre supe que la seguías amando...— Me aparté con suavidad y posé mi vista en el pequeño bultito que se movía conforme respiraba.

—Siento que lo nuestro no haya podido funcionar—

—Tal vez no hubiésemos sido felices— Susurré en un intento de no despertar a Koichi.

—¿Amas a Sesshomaru?— Indagó mientras se ponía de pie. Tragué saliva, la verdad era más que obvia. —Bien, no tienes que decirme nada...— Presuroso salió de la choza y por fin pude respirar tranquila.

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Las horas pasaron de prisa. Después de comer, todos mis amigos estaban apostados a las afueras de la aldea. Sango, Shippo, Miroku, Kohaku, Rin, Kaede, Kirara, Kikyo e Inuyasha. Algunos lloraban por mi despedida y me sorprendí, pues nunca imaginé que fuera tan querida.

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