Juntas en el infierno:

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 Gabriela abrió la puerta de inmediato, con cierta impaciencia, sin esperar que el timbre sonara por segunda vez... Quedó estupefacta. La joven mujer que había plantada en el umbral de su casa no se parecía en nada a la atrevida y sexi Elena que ella conocía. Si se la hubiese cruzado un día en la calle no la hubiese reconocido. El cambio era extraordinario.

La mujer tenía el pulcro cabello rubio atado en un rígido rodete, vestía un amplio uniforme policial masculino y sin forma... ¡Hasta llevaba botas "estilo combate"! Su rostro libre de maquillaje la hacía parecer más joven aún que la última vez que la vio. Sin embargo, el brillo atrevido de sus ojos claros era el mismo de siempre; la única cualidad apreciable que conservaba su apariencia actual con la pasada.

— ¿No vas a saludarme? —le preguntó con el tono de voz descarado muy propio de ella, que provocó en Gabriela una débil sonrisa. Su antigua amiga se dio cuenta que se la había quedado mirando con sorpresa.

— Perdón, pasa. Apenas te reconocí.

Elena sonrió y la saludó con un tibio beso en la mejilla, pasó y se quedó observando el enorme vestíbulo con la boca abierta.

— Vaya que eres rica... Cuando comencé a buscarte por la ciudad pensé que te encontraría en un lugar muy diferente a este. ¡Totalmente distinto! —comentó.

— ¿Ah, sí? ¿Dónde? —dijo Gabriela con algo de curiosidad, cerrando la puerta tras ella.

— Bajo un puente.

— ¡Por favor! ¿En serio? Si todo me hubiera salido tan mal en la vida viviría con mi madre —rió su amiga, sin ofenderse.

Elena la miró con un gesto de picardía.

— ¿Estás segura? ¿Con señora demoníaca?

Gabriela dejó de reír en un instante. Ahora que lo pensaba mejor...

— Tienes razón, preferiría vivir bajo un puente —confesó.

La joven la condujo hasta la amplia y pulcra sala de estar, donde se sentaron en unos modernos sillones de líneas rectas. La tela que los cubría era suave al tacto y de un color arena. Haciendo juego con estos había una mesa ratona al centro, de madera y vidrio. Su amiga no podía dejar de mirar los cuadros de las paredes... observando toda la belleza exhibida. Tuvo que reconocer que Gabriela tenía buen gusto para la decoración de ambientes.

— ¿Se puede saber por qué pensaste que viviría como un indigente? —le preguntó, con un dejo de molestia en el tono, trayéndola a la realidad.

— ¡Oh! Es que la última vez que supe algo tuyo fue por tu hermana Agustina. Me la encontré en la calle. Me dijo que estabas muy mal, pero no dio detalles. Comencé a preocuparme, en realidad... La expresión de su rostro...

— ¡Qué raro! ¡Seguro pensaba en que no tenía todavía esposo... o en todo caso novio! Esa es igual a mi madre... Parece que sus vidas giran alrededor de sus esposos y sin ellos no son nada, así son mis hermanas, así piensan —la interrumpió, enojada.

— ¿Todavía tu familia te fastidia por ello? —preguntó Elena con desprecio.

— Sí, soy la primera feminista en generaciones... Y comienzo a sospechar que la única... Aunque a ellas les gustaría llamarme mejor "solterona".

Elena rió, le gustaba este nuevo giro en la personalidad de Gabriela que en el pasado siempre quiso complacer a su familia, tomando una vida tradicional y conservadora. Una vida que no era para ella y con la que se sentía incómoda por no cumplir con los estrictos estándares impuestos por la sociedad.

La venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora