Secuestradas:

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Cuando decidieron seguir con el sujeto del camión, las tres mujeres creyeron que todo iría bien. Era más rápido que ir en autobús y llegarían con el tiempo suficiente para vestirse e ir a la iglesia. Aunque no hubiera boda. La señora Morales ya estaba planeando en su mente las palabras que le diría a su hija menor cuando Hugo no apareciera. Le parecía terrible la experiencia que tendrían que atravesar todos, pero quizá con suerte Natividad aprendería a ser más sensata y sacaría de todo lo acontecido algo positivo.

— ¡Oiga! ¿Qué hace? —La voz de Gabriela sacó a la señora Morales de sus pensamientos.

El conductor del camión gruño algo y sacó la mano de la pierna de la mujer que tenía a su lado. Elena, totalmente escandalizada, estuvo a punto de intervenir no obstante la mujer mayor la tomó de un hombro y le hizo un gesto... Quedaba poco para llegar a la ciudad, más valía tener paciencia y aguantar sus groserías, que ser abandonadas por el sujeto en el medio de la nada.

Todo continuó su ritmo y la mujer volvió a internarse en sus pensamientos. Le preocupaba mucho Natividad. La habían mimado demasiado. Ella no negaba su culpabilidad, la aceptaba y afrontaba... Su hija siempre había obtenido lo que deseaba y se había acostumbrado a ello. Su carácter confiado y voluntarioso había acabado por dominarla y no había persona alguna que la hiciera entrar en razón cuando deseaba algo. Hugo Peña había sido un tropiezo en su camino no obstante, después de atravesar su irreparable pérdida, Nat aprendería de todo el proceso. Al fin maduraría...

En medio de estas reflexiones, la señora Morales se dio cuenta que casi se alegraba por la muerte del novio. ¿Alegraba? ¿Pero en qué estaba pensando? ¡Si pudiera haría una fiesta!... Quizá a estas dos mujeres que la acompañaban les gustaría mucho la idea. Quizá la acompañaran al cementerio y...

Un repentino cambio de dirección, a la velocidad en que iban, provocó que se estampara contra el vidrio y golpeara su cabeza. Gritó del susto...

— ¡Espere! ¿Qué hace? —Esta vez fue Elena quien habló—. ¡Es para el otro lado!

Gabriela, que había caído sobre la falda de su amiga, dijo algo que nadie entendió.

— Es un pequeño atajo. Llegaremos antes —aseguró el hombre, que estaba serio y ya no sonreía.

— ¿Un atajo? Pero... pero...—balbuceó Elena.

— No hay de qué preocuparse, señorita. Llegaremos en un rato.

El conductor la miró sonriendo, había algo más en su expresión, algo extraño... Las tres mujeres se alarmaron. Elena intentó averiguar a dónde las llevaba, ese no era un camino que ella conociera, por desgracia. Había patrullado en su auto miles de veces la provincia no obstante no por allí. Sin embargo, el hombre siempre le respondía que era un atajo poco conocido por la gente en general pero no para los conductores de camiones.

Cuando pasada la media hora aún se encontraban en medio de la nada, las cosas dentro del camión se pusieron candentes. La señora Morales no dejaba de lloriquear, trizando los nervios de todos. Tanto que el conductor le susurró a Gabriela que le dijera a la "vieja" (ya no era la "señora") que se callara la boca. El trato de éste había cambiado por completo.

— Elena, dile que se calle —le susurró a su amiga, preocupada. Convenía mantenerlo tranquilo hasta averiguar cómo demonios escapar. A nadie le importaba ya la boda...

— Señora, por favor —suplicó la aludida, mientras la tomaba de las manos. No lo logró y comenzó a impacientarse.

Al subirse al camión con tanta rapidez y sin pensarlo mucho, habían olvidado el bolso que llevaba Gabi con los teléfonos celulares de ambas. No había cómo comunicarse... o al menos eso pensó.

La venganzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora