- ¿Qué haces aquí? -
La pequeña hembra lloraba desconsolada, acurrucada en una esquina de mi nueva celda.
- Hembra, ya no llores. - De pronto, ella me mira y una emoción que no pude reconocer cruza su rostro.
De repente, se lanza sobre mí, envolvi...
—Está bien, pero después de que nazcan las cachorras —le respondo.
—Me parece bien, y ese día firmamos los papeles de compañeros —me dice.
Le gruño furioso.
—Los firmaremos ahora —le advierto.
Salgo corriendo de la casa y busco una carpeta que tenía guardada.
—¡Demon! —oigo gritar a mi Jenny.
—¡Jenny! —corro hacia ella y la veo con lágrimas en los ojos y una mano apoyada en la pared.
—Los niños —me dice, intentando respirar— van a nacer.
Me quedo inmóvil. ¿Qué se supone que hago ahora? La carpeta cae de mis manos.
—Demon, juro que te golpearé si no te mueves. ¡Necesito el bolso que dejé arriba esta mañana! —me grita mientras se queja del dolor.
Corro por las escaleras sin decir palabra.
Cuando bajo, mi Jenny está hablando por teléfono.
—Mamá, me duele, me duele mucho —decía mientras las lágrimas caían por sus mejillas.
—Dile a Bárbara que los niños van a nacer y ¡ah! —grita y deja caer el teléfono.
—¡Demon! Vamos al hospital ahora —grita.
No sé qué me pasa, no sé por qué no puedo hablar, es como si todo pasara en cámara lenta.
Son las 14:00 hrs y las cachorras ya quieren nacer. Una parte de mí se siente culpable por haberla montado tan duro la otra noche.
—¡Demon! ¡Patearé tu culo! Trae el carrito —me ordena.
Me acerco a ella y la tomo en brazos, pero parece dolerle, porque el grito que dio y el pellizco que me dio me dolieron a mí también.
Camino a grandes pasos hasta el carrito y la recuesto en la parte de atrás.
—¡Oh Dios! Bendita anestesia, Demon, me duele, vamos donde la doctora que no puedo más —llora.
Conduzco hasta el hospital y cuando llegamos veo a una enfermera salir con una silla con ruedas.
—¡No! —grita mi Jenny—. No me quiero sentar.
Cuando veo a la enfermera intentar tocarla, le gruño con fuerza.
—No la toques —le grito, y el infierno se desata.
La tomo en brazos y la llevo dentro, y cada vez que alguien se intenta acercar, les gruño.
Mi Jenny solo quería a la doctora Margarita, ella la tendría y nadie más la tocaría.
—¿Dónde está la doctora? ¡Quiero anestesia! —decía mi Jenny.
—Estoy aquí —oigo la voz de la doctora.
—¿Por qué tardaste tanto? —le gruño.
Ella me mira, luego se voltea y le dice a alguien:
—Trae un tranquilizante, pero no uno que la duerma.
Después me ignora por completo.
—Jenny, ¿hace cuánto comenzaron las contracciones? —le pregunta.
—Hace 15 minutos, aproximadamente.
—Genial, llegaste rápido.
—Me duele —se queja.
—Haremos cesárea, y para eso necesito a los otros doctores aquí —le dice la doctora.
—¿Pero estarán bien las bebés? —pregunta Jenny.
—Lo estarán, siempre y cuando las saquemos ahora.
La doctora se vuelve, toma una jeringa, le dice algo a Jenny y le clava la aguja en la espalda.
Gruño con fuerza al ver eso, pero siento al mismo tiempo una aguja clavarse en mi cuello, y a una apenada doctora Triccia.
Todo pasó demasiado rápido y no quería ver cómo abrían a mi Jenny, así que me puse a su lado y le sostuve la mano mientras todos los doctores hablaban y gritaban. La conectaron a las máquinas que emitían el sonido de su corazón.
No sé cuánto tiempo pasó exactamente, pero de pronto oigo un llanto de cachorro. Después de envolverlo en una manta se lo mostraron a mi Jenny y me dejaron cargarla.
Luego, otro llanto...
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