Primera Carta
Querida Eli
Cada día que pasa me siento más cansado. La rutina del trabajo me está consumiendo poco a poco.
Siempre es lo mismo. Me levanto a las cuatro de la mañana, tomo una ducha, preparo el desayuno (pan acompañado con jugo), arreglo los papeles del maletín y me subo al auto para ir a trabajar.
La radio también es aburrida. Las mismas noticias de siempre. Al parecer alguien robó una casa a las tres de la mañana... no lograron atrapar al ladrón. Informan que el gobierno implementa programas de apoyo social y en el siguiente bloque, después de los comerciales, llaman personas a la estación quejándose de la poca eficiencia de dichos programas. En el extranjero la guerra sigue robando vidas a diario. ¿Qué nunca hay noticias buenas? La economía está en una situación delicada. Los precios suben y suben, mientras que el salario se mantiene igual (o se reduce para algunos desafortunados).
Mejor apago la radio y termino el recorrido en silencio. Miro por la ventanilla y veo el mismo paisaje de siempre. Es como si a las personas les gustara vivir en la monotonía. Las personas andan por la calle con atuendos de colores opacos y tristes. La mayoría porta un maletín con la mano derecha, mientras que con la izquierda sostienen el celular, hablando y hablando mientras caminan sin prestar atención a lo que sucede a su alrededor.
La vida les pasa frente a sus ojos... y no se dan cuenta de ello.
Finalmente llego al trabajo. Como de costumbre soy el primero; el resto del personal tardará por lo menos media hora en llegar. Entro a mi oficina, reviso los pendientes del día anterior y los ordeno por prioridad de entrega. Con ellos me basta para mantenerme ocupado por varias horas y al final, lo que tenía que hacerse hoy se convierte en el pendiente de mañana.
Cuando llego a casa es de noche. Preparo una cena ligera (cereal y fruta), tomo una ducha, alisto la ropa de mañana y me acuesto a dormir. Toda mi vida es una horrible rutina que no tiene fin. Tengo que hacer algo para cambiar pero... ¿cómo hacerlo si no estás a mi lado para darme ánimos?
Debo admitirlo... te extraño.
Con amor, Oliver.
Segunda Carta
Querida Eli
Hoy tuve un problema en el trabajo.
Me encontraba escribiendote cuando Rodríguez, un compañero del trabajo, entró a mi oficina no a pedirme, sino a exigirme unos informes para el jefe que estaban atrasados. Dejé mi pluma un momento, rebusqué en mi escritorio y le entregué lo que me pedía para que se fuera y yo poder volver a lo que tanto me gusta hacer.
Estaba por irse, a unos pasos de la puerta, cuando se detuvo en seco, se volvió y se me quedó viendo fijamente.
—¿Otra vez estás con eso? —me dijo. Había un cierto tono de burla en su voz— Se nota que te gusta perder el tiempo.
—Para mí no es perder el tiempo —le respondí sin levantar la mirada.
—¿Cómo que no? ¡Mírate! Le escribes cartas a alguien que no te responderá. Ya es hora de que aceptes que se terminó.
A pesar de que sus palabras no tenían lugar y que no era asunto suyo... tenía razón. Tal vez lo nuestro no terminó en los mejores términos, pero no por eso las personas tienen derecho a echármelo en cara.
Me sentí mal. Quisiera que el asunto hubiese quedado ahí pero el continuó hablando, ahora para insultarte. Te culpó a ti de mis problemas, de haberme tratado como un juguete, como una basura.