Querida Eli
Después de tanto tiempo, ayer me armé de valor para visitarte. No fue difícil llegar pues sabía el camino de memoria; sin embargo algo era diferente. A pesar de haber pasado cientos de veces por el lugar, en esta ocasión me parecía extraño, ajeno.
Sé que suena raro, pero así fue. Los árboles lucían un verde más vivo, el viento era más fresco que de costumbre, las losas del camino brillaban con intensidad bajo los rayos matutinos. Aunque había un silencio extendido, el lugar se sentía lleno de vida.
El sol matutino empezaba a cubrirme con su calor, pero no era molesto. Al contrario, cerré mis ojos y me entregué al momento. Una oleada de calor cubrió cada centímetro de piel, se apoderó de cada célula de mi cuerpo. Me sentía tranquilo, invadido por una paz indescriptible... me sentía feliz.
Así pasé un largo tiempo. Después recuperé el aliento y miré a mí alrededor. La hierba había crecido mucho desde la última vez. Sin pensarlo mucho, con mis manos arranqué una por una hasta dejar tu descanso impecable. Aunque el aire era fresco, no me importó quitarme la chaqueta para apartar el polvo que cubría la lápida. Los grabados se habían deteriorado, pero aún eran legibles.
"Elizabeth Hernández. Amada esposa y amiga. Descanse en paz".
Me senté a tu lado y comenzamos a hablar. Algunos visitantes me miraron como si estuviera loco, pero es porque ellos no entienden que las personas nos acompañan todo el tiempo en nuestros corazones. Los oídos sobran porque ellas nos hablan a través del alma.
Ese día charlamos por horas. Te hablé de mi esposa, de lo hermosa que es, de la felicidad que me provoca y del bebé que estamos esperando. Hablamos de nosotros. Recordamos el pasado y los momentos que vivimos, las promesas, los lugares.
El sol estaba por ponerse y yo tenía que volver con mi esposa. Te miré otro rato. No me sorprendió descubrir que te llevaba conmigo, en mi corazón. Quise decirte adiós, pero me contuve, porque tú nunca estarás lejos... siempre formarás parte de mí.
De camino a casa pensé en lo dichoso que soy por el amor que se me ha obsequiado. Primero tú, después mi esposa y ahora mi futura hija. En todo el trayecto no dejé de sonreír.
Cuando llegué a casa lo primero que hice fue llenar a Lorena de besos. Quería compartirle mi felicidad. Ella tomó mi rostro entre sus cálidas manos, me miró fijamente, me sonrió y luego limpió mis lágrimas con más besos.
Antes de dormir, me puse a escribir... a escribirte esta última carta. Ha llegado el momento de seguir adelante, de dejarte, pero no con tristeza, sino con tranquilidad. Amo a mi familia, a mi esposa y a mi hija, pero también te amo a ti.
Las amaré a las tres hasta que se me acabé la vida. Inclusive después de la muerte seguiré pensando en ustedes... porque el buen amor, el auténtico amor, no conoce límites.
Siempre tuyo
Oliver