SOMBRAS EN LA OSCURIDAD

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Se encontraba en la esquina de la habitación, refugiado entre las sombras. Su respiración era lenta y apagada... había llegado el momento de actuar.

Poco a poco se acerca a la cama. Sus pasos no producen ningún sonido al andar; es como si se arrastrara, o más bien como si flotara.

Se queda parado unos minutos observando fijamente a su víctima. "Se ve tan tranquilo" piensa; "es una lástima".

De su maletín extrae un objeto, uno pequeño y brillante bajo la luz de la luna que se filtra por la ventana. Le da unos golpecitos a la jeringa para eliminar las burbujas de aire y realizar una tarea limpia.

Quisiera realizar todo con tranquilidad, pero en un arrebato de emoción coloca la mano sobre la boca de la otra persona antes de dirigir la fría aguja a su cuello.

El otro se despierta envuelto en pánico, pero poco puede hacer ya... La toxina comienza a hacer su efecto.

—Te acabo de inyectar una potente toxina que inmoviliza tus músculos —cada vez que lo pronunciaba una oleada de emoción le recorría el cuerpo—. Te prometo será un trabajo rápido... sobre el dolor no prometo nada.

Siempre terminaba esta última frase con una sonrisa retorcida.

Coloca a la víctima boca arriba, con brazos y piernas extendidas y alineadas. Del maletín saca unas tijeras y con ellas se deshace de la camiseta de su víctima. Ésta, aún en estado de shock y sin poder moverse, con su mirada sigue cada movimiento que su agresor realiza. "Esto es un sueño, esto es un sueño" se repite con desesperación.

Del maletín extrae otro objeto brillante. Le tiembla la mano, no de los nervios, sino de la emoción, pero sabe que debe controlarse, de lo contrario no podrá disfrutarlo.

Esta es su parte favorita. Lentamente acerca el objeto al rostro de la víctima quien, a la luz de la luna, logra visualizar con claridad un pequeño e inmaculado escalpelo. De inmediato sus sentidos se encienden y una descarga de pánico la invade. Quisiera creer que sigue en un sueño, pero todo es tan real y tangible.

El agresor mueve de un lado a otro el pequeño objeto a escasos centímetros del rostro del otro. "Sólo serán unos cuantos cortes" le dice. Disfruta lo que hace. Le produce una descarga de adrenalina ver el miedo, el pánico en los ojos de su víctima.

Le excita.

Ahora sigue la parte divertida. Coloca el escalpelo sobre la horquilla del esternón... vuelve a mirar a la víctima. Le deleita percibir el miedo en esos ojos suplicando piedad. Con un movimiento lento pero firme, la hoja de acero se abre paso por la piel. Primero sobre el esternón, después descendiendo por la línea alba hasta llegar al ombligo. A cada centímetro puede sentir como los tejidos van cediendo. Casi podría jurar que escucha las fibras separarse unas de otras.

La víctima quiere gritar pero no puede. Es un alma atrapada en un cuerpo inerte. Cada nervio de su organismo registra el dolor, pero no puede hacer nada para defenderse. Siente que la luz se apaga. Con sus últimos segundos, logra ver la sonrisa retorcida de su agresor antes de quedar inconsciente.

"Ya se desmayó" se lamenta el agresor; "no podrá ver cómo trabajo".

Con agilidad termina por abrir la parte del abdomen para dejar al descubierto las vísceras. Sabía que ahora se trataba de una carrera contra el tiempo.

¿Por dónde comenzar? se pregunta. Siempre es un gran dilema. Sin darle muchas vueltas al asunto se decide por el hígado. Con escalpelo en mano, empieza por retirar todo el revoltijo de intestinos que le estorban. Este paso lo hace sin miramientos pues nada de ellos le interesa. Habiendo despejado el espacio de trabajo, logra separar el hígado del resto del cuerpo. Lo sostiene en su mano por unos segundos. El calor de la sangre recorriendo su brazo le produce un placer indescriptible, pero no puede perder mucho tiempo, así que coloca el órgano en una bolsa y después en una hielera previamente preparada.

¿Quién será el siguiente? Decide extraer los riñones antes de que la sangre inunde por completo la cavidad. Abriéndose paso a través del desastre de arterias, venas y órganos inservibles, logra sacar por completo los dos riñones con una sorprendente agilidad y precisión. Ahora cada riño descansa sobre una mano. Los mira detenidamente; admira su belleza antes de colocarlos en la hielera.

El páncreas se resiste un poco, pero al final termina cediendo. Es pequeño, pero aun así le darán una buena suma por él. Con este ya van tres, pero el tiempo aún sigue corriendo. Ahora viene la parte difícil: el tórax. Con ayuda de una sierra, logra abrirse paso a través de los sólidos huesos. Ahí estaba su órgano favorito. En la parte inferior del pecho, ubicado entre el segundo y quinto espacio intercostal, con una ligera inclinación hacia la izquierda, aún débil, el corazón se esfuerza en dar sus últimos latidos. El agresor no hace nada, simplemente se queda mirándolo, apreciando cada centímetro, cada curva, cada arteria. Por un breve segundo recuerda las veces que ha hecho esto y se sorprende al darse cuenta de la fascinación que le produce observarlo... es una placer y un gozo indescriptible.

El silencio se apodera de la habitación.

No hay más latidos.

No hay más diversión.

Con sumo cuidado libera el corazón de su cavidad y lo coloca en la hielera. Ha llegado el momento de retirarse. Guarda sus instrumentos en el maletín, no sin antes limpiarlos. Cierra bien la hielera y se dispone a salir. Antes de cruzar la puerta hecha un último vistazo a la habitación.

Ya muere de ansias por el próximo.

ClaroscuroWhere stories live. Discover now