Era una mañana fría de invierno en Madrid, Cristal Jones caminaba por el Retiro para digerir la noticia. "Temo decirle que tiene un tumor muy extendido, el riñón izquierdo es la zona más afectada. En su estado la quimioterapia podría dañar al feto gravemente. Puedo recetarle algo para el dolor y si decide ser ingresada y someterse al tratamiento, rellene este formulario y acuda a nosotros cuanto antes. Mucha suerte."
Sabía que podía llegar a morir, pero no podía matar a su bebé. Ya había pasado su primer trimestre y la felicidad que sentía era indescriptible. Siempre había querido ser madre y lo había intentado con su marido hasta casi perder la esperanza. Sabía que Horace también quería ser padre y el pensar que quizá nunca podrían formar una familia les rompía el corazón. Había otros métodos a parte de la concepción tradicional, ambos eran conscientes y también llegaron a replantearse la adopción, pero finalmente Cristal consiguió quedarse embarazada. Nada ni nadie le haría renunciar a la oportunidad que se le había presentado, ni siquiera la muerte.
Después de su paseo, Cristal decidió volver a casa, todavía tenía que hablar con su esposo, la había llamado un par de veces pero ella no había sido capaz de contestar. Aquella noticia tendría que dársela en persona.
A las ocho y media como siempre, Horace llegó a la casa.
-¡Cariño, ya estoy en casa!- Su voz estaba cargada de una preocupación mal disimulada. Dejó su chaqueta en el perchero y se dirigió al salón donde su mujer estaba pintando un bonito paisaje.
-Hola, Horace.
-Cristal, ¿por qué no has contestado a mis llamadas?
-Fui a dar una vuelta por el Retiro y tenía el móvil en silencio.- Ella seguía sin mirarle, solo estaba pendiente del lienzo que tenía delante.
-¿Qué te ha dicho el médico?
Era el momento de contarle a su marido todo lo que había ocurrido y sin miramientos respondió. Intentar suavizar el golpe era absurdo, no cambiaría la realidad.
-Tengo cáncer, Horace. El médico me ha dicho que tengo un tumor muy extendido y que es lo que me ha estado provocando los dolores en el riñón izquierdo. Según las pruebas que me han hecho y por el estado del tumor, debería someterme a quimioterapia para controlarlo y reducirlo lo suficiente para que me lo puedan extirpar. Supongo que eso da igual porque los dos sabemos que no puedo hacerlo, podría perder al bebé.- Después de decir esto miró a su marido, su cara mostraba lo roto que estaba en aquel momento.
-Si mueres también perderías al bebé, no puedes hacer esto, no hacer nada es como decidir que no quieres vivir. ¿¡No se te ha ocurrido pensar en mí!? ¡Creía que tomábamos las decisiones juntos! ¡¿Cómo esperas que quiera a ese bebé si mueres por él?! ¡Tener un hijo no tiene sentido si tú no estás!
-Horace, por favor... es...- No tuvo tiempo de terminar la frase, Horace le había dado un puñetazo a la pared con furia y se había marchado. Cristal se quedó sola y rompió a llorar. Amaba a su esposo más que a nada pero no podía hacer lo que él quería, perder a ese bebé sería como perderse a sí misma. Él acabaría comprendiéndolo, pero aún sabiendo eso, el dolor que sentía tras su discusión era demasiado fuerte como para no llorar.
Pasaron los meses y a la vez que crecía el bebé, se extendía el tumor. Cristal tuvo que ser ingresada en el séptimo mes de embarazo, apenas tenía fuerzas para hablar pero milagrosamente no había perdido a su hijo. Horace, como ella sabía, comprendió que no podría hacerla cambiar de opinión y decidió pasar todo el tiempo posible con su esposa para apoyarla.
El 12 de mayo, el corazón de Cristal se paró. Ella nunca había creído en el más allá y no se pudo imaginar que en aquellos momentos escucharía a su marido gritar y a los médicos llevarla rápidamente al quirófano. Cristal podía ver su cuerpo abierto mientras la operaban, como si fuera ajeno a ella y mientras observaba estupefacta solo podía pensar en una cosa, "el bebé".
Entre todo ese caos apareció un hombre, llevaba una capucha que le cubría el rostro, dejando ver solo su boca.
-Hola, Cristal. ¿Estás lista?- El chico tenía un semblante tranquilo y sorprendentemente nadie en la sala advirtió su presencia. Cristal no era capaz de comprender como podía verla, bueno, a lo que fuese en esos momentos, no miraba su cuerpo, la miraba a... ella.
-¿Lista para qué? ¿Quién eres? ¿Cómo es que me ves? ¿Por qué soy la única que parece saber que estás aquí?
-Oh, Cristal, ¿de verdad no lo sabes? A estas alturas tienes que haberlo adivinado.- La mujer estaba aterrada, no podía ser posible y sin embargo, era la única explicación.
-Vienes a llevarme, no sobreviviré, ¿verdad?
-No.- El chico seguía con su tono tranquilo y su rostro inescrutable. -En unos minutos, todo habrá acabado y comenzaremos el viaje.
-No puedo... ¡Mi bebé! Haré cualquier cosa, no dejes que muera mi bebé, haré lo que quieras, lo que sea. Debe haber algo que desees.- Cristal estaba desesperada y hablaba con dificultad, se ahogaba con sus propias lágrimas. El chico, que había permanecido sin expresión durante todo ese tiempo, mostró una ávida sonrisa.
-Hablemos. - Dijo el joven, todavía sonriendo.
...
El 18 de junio, en el hospital La Paz, nació una preciosa niña. Cristal pudo sujetarla en sus brazos una vez antes de dejar el mundo, esta vez, de verdad. -Calíope, mi dulce niña, te quiero. Aunque no me veas, siempre estaré contigo, en tu corazón. Todo lo que he hecho es por ti, ojalá puedas perdonarme algún día.- El corazón de Cristal se volvió a parar y en cuanto abandonó su cuerpo, el joven se presentó.
-Es la hora.
-Lo sé, estoy lista.
Y así, Cristal Jones abandonó la vida para dirigirse a algo completamente desconocido. No tenía miedo, algún día su hija se reuniría con ella, pero todavía tenía un largo camino por delante.
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Fugitivos de la Muerte. El Misterio del Acuerdo Mortal
General FictionLa muerte viene a buscarnos tarde o temprano, pero ¿y si pudiéramos huir de ella? Calíope era una chica normal, un poco solitaria pero siempre acompañada de su mejor amigo Julian. Sin embargo, tras la llegada de Dylan, su mundo cambia para siempre...