Capítulo 5

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"Almenos tuvieron la consideración de escoger un atuendo bonito para mí".  Pensó, al ver la chaqueta de seda blanca con pequeños bordados y el traje verde claro que le habían asignado las mujeres que lo atendieron en su tratamiento de belleza del día anterior.

Las mujeres le habían mostrado, entusiasmadas para que se lo probara, el lindo traje y el saco que habían confeccionado ellas mismas para él. Hoseok había sonreído un momento al ver lo hermoso que estaba y se sintió halagado que fuera hecho sólo para él, pero un sentimiento se asentó en su estómago, aquél que le decía que había sido preparado como un animal que iba al matadero.

— Gracias — apenas había alcanzado a decir algo al verse en uno de los espejos — En verdad, lo agradezco.

Las mujeres bajaron la cabeza, en señal de agradecimiento, continuando con su rostro; esparciendo maquillaje en pequeñas cantidades sobre sus mejillas, haciendo resaltar sus pestañas y que su cabello quedará brillante.

Hoseok no sabía ni entendía la finalidad de arreglar tanto a los Hoesa que se iban a la sala de subasta, cuando al final les colocarían una horrible cadena en las manos para entregarlos a su dueño. Pero ahí estaba, siendo sumiso y arreglándose previo a su inminente destino.

Faltaban menos de dos horas para la reunión de personas en el harén, pero ellos estaban ahí desde temprano, poniéndose lindos para los compradores que los verían, Soyeon les había hecho ver que la subasta era simple y rápida. Ni siquiera tendrían tiempo para pensar en algo cuando alguien ya estuviera dictando una cantidad enorme de dinero por alguno.

— ¿Te encuentras bien? — le preguntaron, con un tono de alta preocupación — tus manos están sudando.

Asintió con la cabeza, porque la descripción de nervioso se quedaba realmente corta con lo que sentía; tenía ganas de huir, combinada con las ganas de ir al baño y devolver el estómago.

— No te preocupes — otra chica le consoló — reza si quieres, te ayudará.

— No sé que puedo pedir — susurró — no sé cómo hacer que Dios me oiga.

— Dí en tu mente lo que más te pesa y él hará su trabajo, anda, nosotras estaremos trabajando mientras te arreglas con tu dios — la mujer lo apuró.

Cerró sus ojos y dejó que su mente se desconectara por un momento de lo que sentía, él no era un creyente de dios, dejó de pensar que alguien superior cuando fué vendido por su propio padre a el harén de Suyeon, sin piedad, pero recordaba a su hermana, Chaeyoung, que siempre mantenía su fé e iba a los templos e imploraba  para que su vida fuera mejor.

¿Cómo hablaría con alguien en quién no creía?, ¿lo escucharía?.

Mi hermana decía que tú estás en todos lados, que tú has escrito nuestros destinos y todo lo que pasa en nuestra vida por una razón, hoy te pido que revises lo que pusiste para mí y me permitas no tener sufrimiento, eso es todo. Talvez no me escuches, porque tú no escuchas a los que no creen en tí, pero pido que hoy, si existes, si eres tan grande como dicen que eres... Ayúdame dios.

— ¿Mejor? — la chica que sostenía sus manos para limar sus uñas lo vió despertarse, ella sonreía . Hoseok asintió y ella dejó sus manos.

Al cabo de unos minutos las estilistas habían terminado y lo llevaron por un pasillo que daba a una puerta color rojo, en dónde los demás chicos estaban formados, todos llevaban algo extravagante en sus atuendos. Como si en vez de ser parte de una subasta fueran a ser los payasos de uno de los circos que se retrataban en los libros de historia.

Los demás estaban tan perdidos en sus pensamientos como él; miradas vacias, las mismas facciones de angustia y dolor en sus caras, pero disfrazados en un maquillaje bonito.

— ¿A dónde lleva la puerta? — una de las chicas se apresuró a preguntarle, recién llegada.

No tenías que ser demasiado inteligente u observador para indagar el lugar al que llevaba la puerta, era obvio que daba a la sala de la subasta, habrían sillas, personas que se podrían en dinero y jóvenes que iban directo a ser convertidos en los objetos de juego de alguien que podía permitirse tener su propio Hoesa Sogae.

— Al matadero — respondió.

La chica hizo una mueca, una mezcla de susto y sorpresa, que no iban para nada con la belleza tierna e inocente que daba a entender su ropa rosada y su moño en la cabeza. Quería llorar, pero a todos se les había advertido que no debían a hacerlo.

Antes de que le dijera algo a la chica la puerta se abrió y una de las sirvientas salió, mirando a todos.

— Es hora, pasen — les indicó, abriendo la puerta de par en par — pero rápido chicos, las personas no esperan.

Pasaron por la puerta y ahí estaba. El salón de subastas; dentro habían filas de parecidos a los tronos de los reyes y un escenario con canastas.

Avanzó con cuidado, mirando los lugares, que aún estaban vacíos, pero se podían escuchar los murmullos de la gente que esperaba detrás de otra puerta, de mayor tamaño que por la que habían entrado.

De nueva cuenta fueron conducidos a unas sillas en el escenario, en dónde se podía apreciar sus caras y lo que traían puesto.

— Serán llamados por el orden de sus apellidos — indicó la misma mujer — las luces los apuntarán cuando llegue su turno y los demás estarán en oscuro, se levantarán y mirarán a los postores para darles una buena impresión. Ustedes son inteligentes, podrán hacerlo sin problemas.

Asintió y se sentó, intentando y esperando que el orden de los apellidos no fuera alfabético, porque​ indudablemente sería el primero.
Al cabo de unos minutos las luces que los iluminaban se apagaron y las que apuntaban a la sala se encendieron y con ellos las puertas se abrieron y la gente comenzó a entrar.

Y sintió como los nervios se apoderaban de su cuerpo, porque aquella gente, aún vestida con buena ropa y elegantes sombreros y lentillas, no podían disimular la mirada penetrante y lasciva que daban a las sillas y el escenario.

El sirviente «Yoonseok» Donde viven las historias. Descúbrelo ahora