Capítulo 11. De regreso al laberinto

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Y mientras las miradas amenazadoras se me incrustaban en mis enormes ojos color miel, las críticas llenaban mi laringe y no me dejaban respirar. Por un momento creí ver a dios. Un destello de luz reluciente que pasaba por mi vista. Pero me desilusione al saber que solo era mi conciencia.

Aunque ella era la única persona que era honesta conmigo, odiaba verla. Con tan solo sentir el olor de ese perfume tan fúnebre y opaco sobre mis orificios nasales me daban ganas de volver.
—Creo que lo de la pared no era tan mala idea —dijo mientras me veía con aquellos enormes ojos color pardo que me intimidaban. Parpadeo.

—Pero en vez de quedar inconsciente, hubieras saltado o algo así — suspiró mientras caminaba sobre mi corteza cerebral de un lado a otro, me estaba mezclando con la esquizofrenia. —Solo que ni eso puedes hacer bien —dijo y eso me llegaba como cuchillo a la yugular. Llore otra vez.

—Cuando va a ser el día en el que dejes de molestarme, solo falta que me acompañes al infierno, porque es más que obvio que no estamos en el cielo —le conteste, mi rabia se notaba a kilómetros por las enormes líneas de expresión que se formaban en mi frente y la forma en la que mis mejillas se volvían de un color carmesí y mis ojos cristalinos se llenaban de lágrimas de ácido. También se formaban unas irreconocibles muecas de sufrimiento y dolor en mi rostro.

—Cálmate y dime que paso esta vez —
¿Cómo demonio quería que me relajará ante esta situación que ella provocó? ¿O que yo provoque? —Deja de echarme la culpa de tus lamentos, querida —dijo mientras una enorme sonrisa se le formulaba de oreja a oreja sobre su rostro, se me había olvidado que ella podía leer mi mente y no había manera de poder evitarlo. Simplemente le exigía que deje de buscar en mi interior y ni siquiera sabía el por qué ella seguía aquí, ella tenía que esfumarse lo más pronto posible.
— ¿En realidad quieres que desaparezca? —pregunto. — ¿O acaso quieres darte una gran cucharada de hipocresía, y engordar un poco más de lo que ya estás? —su voz se volvía cada vez más dura y a mí me lastimaba mucho más.

—La hipocresía no tiene calorías —dije, tratándola de loca. ¿A quién se le podían ocurrir semejantes cosas?

—Tal vez la hipocresía no tiene calorías, pero las mentiras si y cada vez que tú te mientes va engordando tu alma de tal manera que vas a explotar, por eso te pregunto ¿En realidad quieres que me aleje de ti? O quieres llenarte de tus propias mentiras y acabar como una gigante y pesada bola de rencores hacia ti misma. — dijo.

— ¿Tu porque crees que estoy aquí? —más lagrimas recorrían mis mejillas hasta llegar a desaparecer en la comisura de mis labios. — Simplemente no me trates de ocultar la carta bajo la manga, porque yo ya lo sé —suspiro —Cuidado con la pared —suspiro una vez más y desapareció.

Lost against the wallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora