De repente en la limusina hace mucho, mucho
calor, y tengo la sensación de haber olvidado
los pasos
necesarios para respirar.
«No creo que…»
Me doy cuenta de que esas palabras solo están
en mi cabeza y lo intento de nuevo.
—No creo que sea una buena idea.
—Es una idea fantástica. No he pensado en otra
cosa desde que la acompañé hasta la limusina.
Tocarla otra vez, acariciarla, besarla…
Me vuelvo, decidida a mantenerme firme. Sin
embargo me siento débil y estoy bastante
bebida. Mi
voluntad flaquea.
—Dígame que no ha pensado lo mismo que yo.
—No lo he pensado.
—No me mienta, ______(tn). Esa es la regla
número uno: nunca me mienta.
«¿Reglas?»
—¿Se trata de un juego?
—¿Acaso no lo es todo?
No contesto.
—«Simon dice», ______(tn). ¿Nunca ha jugado?
Su voz es suave como una caricia.
—Sí.
—¿Está subida la pantalla de privacidad?
Levanto la vista. Estoy sentada al fondo de la
limusina pero alcanzo a ver al chófer al volante,
los
hombros de su chaqueta negra y el blanco
contraste del cuello de su camisa. La gorra
apenas deja ver el
cabello rojizo. Me da la impresión de que se
halla a millones de kilómetros, pero no es así.
Está aquí
mismo y seguramente puede oír todo lo que
decimos.
—Es muy discreto —dice Zayn, como si me
hubiera leído el pensamiento—, pero ¿por qué
atormentarlo? El botón plateado que hay detrás
de usted, en la consola, controla la pantalla, ¿lo
ve?
Me doy la vuelta y veo una serie de botones
empotrados en un panel.
—Sí.
—Púlselo.
—No ha dicho «Simon dice».
Su risa contenida me encanta.
—Buena chica. ¿Me está sugiriendo que
preferiría dejar la pantalla bajada? Piénselo
antes de
contestar, ______(tn). La mayoría de mujeres
preferirían disfrutar de cierta intimidad para lo