Cruzo todo el salón y me detengo con el corazón latiendo a mil por hora. Cincuenta y cinco pasos.
Los he contado todos y cada uno, y como no tengo otro sitio adonde ir, sencillamente me quedo de pie y
miro otro de los cuadros de Blaine. Se trata también de un desnudo, en este caso el de una mujer tendida
de costado en una cama totalmente blanca.
Solo está enfocado el primer plano, el resto de la habitación
—muebles y paredes— no es más que una sucesión de capas de gris y formas indefinidas.
La mujer tiene la piel muy pálida, como si nunca hubiera visto el sol; pero su rostro es otra cosa:
refleja tal éxtasis que parece resplandecer.
En el lienzo hay únicamente un toque de color:
una larga cinta roja. La mujer la tiene atada al cuello, y desciende entre sus grandes pechos y más
abajo; se desliza entre sus piernas y después continúa.
La imagen se disuelve contra el fondo justo en el borde de la tela. Sin embargo, en la cinta se aprecia
cierta tensión, y salta a la vista lo que pretende contar el artista: que el amante de la mujer está fuera del
cuadro, sosteniendo la cinta, deslizándola sobre su piel y haciendo que ella se enrosque alrededor en su desesperada necesidad de hallar el placer con el
cual él la está provocando.
Trago saliva e imagino la sensación de ese suave y frío satén acariciándome entre las piernas,
excitándome y haciendo que me corra…
Y en mi fantasía es Zayn Malik el que sujeta la cinta.
Esto no es bueno.
Me alejo del cuadro y me dirijo hacia el bar, que es el único sitio de toda la estancia donde no me
bombardean imágenes eróticas.
Sinceramente, necesito un respiro. Por lo general, el arte erótico no suele hacer que me derrita, claro
que en este caso no es el arte lo que me pone a tope.
«Aun así, la quiero a mi lado.»
¿Qué habrá querido decir con eso?
Más exactamente: ¿qué quiero yo que signifique? Pero es una pregunta absurda porque sé lo que
quiero: lo mismo que quería hace seis años. Y también sé que nunca ocurrirá. Incluso como fantasía es
una pésima idea.
Observo la sala mientras me digo que solo estoy contemplando arte. Al parecer esta es la noche del autoengaño. Busco a Malik, pero cuando lo encuentro desearía no haberme tomado la molestia. Está junto a una esbelta mujer de cabello moreno y corto que se parece a Audrey Hepburn en Sabrina, vivaz y
hermosa. Sus pequeñas facciones resplandecen de placer mientras ríe y alarga la mano para tocarlo con
un gesto íntimo y natural. Me duele el estómago solo de contemplarlos. Por Dios, si ni siquiera lo conozco, ¿cómo es posible que esté celosa?
Sopeso dicha posibilidad y, siguiendo la tendencia de la noche, me engaño a mí misma una vez más y me digo que no son celos, sino indignación. Me fastidia que Malik haya podido flirtear tan cortésmente conmigo cuando está obviamente fascinado por otra mujer, una mujer hermosa, encantadora y radiante.