El pacto. Segunda parte

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La muerte es dulce; pero su antesala, cruel.

Camilo José Cela (1916-2002) Escritor español.


  El parto duró muchas horas, no obstante, la última fue la más larga, el señor Bills estaba apoyado en una clase de sofá, pero había ocasiones en las que se levantaba para dar unas tres o cuatro vueltas al pasillo. Mientras que el rey sólo estaba de pie ahí, al filo de la puerta con una cara de espanto.   

—¿Qué te pasa Wiss? estas muy nervioso.

—Nada, es solo que allá fuera hace un clima desagradable— Fue lo primero que atiné a decirle, pero en el fondo había algo que me inquietaba profundamente, el clima allá fuera era horrible, el viento soplaba con demasiada violencia, casi como si quisiera arrancar de tajo los robustos árboles del patio. Sin embargo, acá dentro la situación no era completamente distinta a la de afuera, pues se podía palpar un ambiente bastante pesado, pues se podía ver gente corriendo de un lado hacia otro, en especial a las parteras que hacían de todo para que su señora estuviera bien. Al mismo tiempo que podía escuchar los alaridos de dolor  de aquella mujer. Entonces dirigí mi vista de nuevo hacia el nervioso rey (creo que él presiente que los pasos de la muerte están muy cerca de su esposa).

Las cosas estaban tan tensas que el sr. Bills ignoró por completo las muchas ofertas de la servidumbre para darle comida.

—¡Rey!— Abrió estrepitosamente la puerta una de las parteras, dejando ver de inmediato el interior de la habitación; aquella recamara despedía una lúgubre atmosfera, las luces estaban bastante tenues, pero podía verse claramente cómo las mujeres lloriqueaban alrededor de la cama. Justamente ahí, postrada con la piel blanquecina, jadeante y al borde de la muerte, se encontraba la reina. La juventud y su vida se le habían ido en ese parto.

Inmediatamente el rey se acercó al lecho. Aquel hombre que anteriormente había ofrecido a su esposa al dios de la destrucción estaba desmoronándose y rogando a su mujer que no lo dejara solo. —Perdóname— fueron sus últimas palabras de ella antes de cerrar los ojos para siempre. Aquella mujer había sufrido una fuerte hemorragia, y todos los esfuerzos que la servidumbre hizo para salvarle la vida, fueron en vano.

—Lo lamento mucho su majestad—Dijo otra de las mujeres saliendo de entre la pequeña multitud,  sosteniendo un pequeño bulto entre sus manos.

—¿Qué quieres decir mujer?—Ella solo agacho la mirada. Lo cual indicaba que las malas noticias aún no habían terminado. Y en efecto, aquel bebé también había muerto. Justo como si de una maldición se tratase, comenzó una terrible tormenta, la cual duraría alrededor de 8 semanas (tal parecía que la naturaleza del lugar también habría de llorar la pérdida de su soberana)

—Creo que no tenemos nada que hacer aquí— Le dije al Sr. Bills; no me parecía oportuno en ese momento agrandar la miseria de este ser. (Pude haber hecho algo por ellos, pues mis habilidades me permiten traer a la vida a los muertos, desgraciadamente mi padre: El gran sacerdote nos había restringido hacerlo. Esto se debió a un incidente ocurrido hace muchísimos milenios atrás; esa también es una historia interesante y bastante dolorosa, pero en otra ocasión será)

—¡Hey tú!, ahora que tu mujer está muerta no tienes la oportunidad de darme la esclava que prometiste. Ya no me parece buena idea tomarte en su lugar, así que haremos esto: La primera mujer que nazca en tu familia será la ofrenda por tu ofensa...Descuida, viviré mucho más tiempo que tú, como para seguirle la pista hasta 100 generaciones o tal vez más— Dicho esto nos retiramos. Cabe resaltar que me parecía bastante extraño el comportamiento de mi alumno, estaba demasiado tranquilo (normalmente hubiera perdido la paciencia después de esperar tanto tiempo para nada)

Camino a casa fue cuando entendí lo que estaba pasando por su cabeza— Mañana quiero que me lleves a visitar a Frezeer.

—Se que no es de mi incumbencia preguntar, pero, ¿Puedo saber para necesita hablar con ese sujeto?

— Lo sabrás a su debido tiempo.

Y ese debido tiempo llego después de 8 años. El señor Bills le había encargado a Frezeer que destruyera el planeta Vegita, no sin antes darle un buen escarmiento al rey "Mata a todos los saiyajines si te place, pero deja vivos a los dos príncipes"; encargo que con bastante enfado tuvo que cumplir el demonio del frío.

En un suspiro todo un planeta dejó de existir. Lo que no sabía el Señor Bills, fue que, no solo los príncipes se salvaron, también lo hicieron un pequeño puñado de saiyajin. Una vez realizada la tarea, no había otra cosa más que esperar, dormir y esperar.

Nuevamente el tiempo dio su apresurada marcha y de la noche a la mañana transcurrieron más de 20 años.

El destino de la LunaWhere stories live. Discover now