Jugando con aves.

18 1 0
                                    


Me encontraba atado por cuero a una silla, no sabía cómo había llegado pero si sabía por qué estaba allí. Era un juego, tenía que liberarme rápido para escapar y salvar a mi mejor amigo de una amenaza desconocida.

Estaba dentro de una habitación de madera, frente a mí se encontraba una escopeta que me dispararía en pocos minutos.

—Tienes 5 minutos, —sonó aquella robótica voz en el aire— antes de que tu amigo termine devorado por la naturaleza...

Mi amigo estaba en una habitación cercana, a merced de lo desconocido para mí, tenía que evitar que fuese devorado lo antes posible.

Forcejee como pude, agitándome y lastimando mis muñecas mientas veía como a mi frente una escopeta, suspendida en el aire con hilos que rodeaban el gatillo, apuntaba a mi cabeza.

Empecé a rasgar con mi muñeca sobre aquella atadura que me impedía mover mi mano, la sangre y la carne empezaban a lubricar el movimiento de mi mano, hasta que, con fuertes y dolorosos tirones, logre zafar mi mano derecha. Sin perder tiempo empecé a quitar las ataduras de mi otra mano, para seguidamente pasar a librar mi cuerpo.

Caí sin fuerzas al suelo, lejos de la prisión de aquella silla, como pude, e ignorando el dolor que me destrozaba los brazos, sujete la escopeta y la apunte en dirección hacia la puerta que había detrás, disparándole y destrozándola a ella.

No podía medir el tiempo que pasaba, no sabía si quiera a qué velocidad acontecían los hechos que hacía, estaba en lo que parecía ser una casa del árbol maldecida por la crueldad de la imaginación humana en el ámbito de la tortura.

Llegue a una cabina, donde un sujeto vestido de negro y con una máscara que no alcance a detallar, pero que rebosaba unos cristalinos lentes y unos dientes metálico, este malvado ser se levantó alarmado de su silla y me miró fijamente. No vacile ni un segundo, dispare y destroce el cráneo de aquel horrible hombre, no conforme con aquello pise su cadáver antes de correr en busca de mi amigo.

Corrí hasta un pasillo, en el cual se deslumbraban ventanas características de las casas de los árboles, simples agujeros cuadrados en los tablones de la madera, en ambos costados por igual hasta el final del pasillo. Al final del pasillo había una ventana, que dejaba ver un verde paisaje, en el cual, separado de mí, se encontraba otra casa del árbol, más pequeña, sin puertas y con solo una ventana paralela a la de mi sección, rodeada de las verdes hojas de aquel árbol, supuestamente, enorme.

Mis intestinos se retorcieron al ver semejante horror encarnado, una fuerte sensación de inmundicia y asco se aflojaba en mi garganta mientras ahogaban en vomito mis ganas de gritas, mis ganas de arrancar mis ojos y destrozar mi corazón.

¿Cómo seres tan tiernos pueden hacer semejante mutilación?

Mi amigo se encontraba frente a la ventana, con una camisa negra, pelo corto, una piel extremadamente pálida por la anemia que debía estar sufriendo, atado de igual forma que yo y demostrando unas muñecas ensangrentadas por el intento de libertad, pero toreado de pequeñas aves silvestres, pequeñas abominaciones de la naturaleza.

Lo estaban devorado poco a poco, arrancando tendón por tendón, musculo por musculo tiraban de él como si fuera un cumulo de gusanos pegados, desprendiendo cada trozo mientras picoteaban y destrozaban su cuerpo. Su brazo izquierdo se encontraba carcomido hasta dejar ver el hueso siendo despellejado a picotazos, los pájaros festejaban una orgia de intestinos en su estómago, destrozando la tela de su camisa para empezar a tirar la piel de extremo en extremo, dos pequeños gorriones se debatían por su ojo derecho mientras un tercero tiraba de los ligamentos que aun mantenían unido el ojo a la cavidad ocular, mientras se rasgaba y lograba separarse de su rostro.

Su otro ojo, el cual miraba a la nada, me dio el mayor espectáculo de horror que pude sentir, superando aquella vomitiva escena, causando la pérdida total de las facultades de mi cuerpo, de mi mente y de mi razón total.

No pude contenerme, vomite sobre mí mismo al apenas verlo, empapando totalmente mi cuerpo de aquel liquido gástrico mientras aun sujetaba la escopeta con flacidez.

Su ojo izquierdo, el cual estaba hasta hace poco mirando al vacío asegurando la muerte de mi amigo, arremetió contra mi cordura con un acto que solamente la mismísima maldad en persona, es capaz de hacer para torturar a alguien.

Con su único ojo, me miro. Me miro directamente, me hizo saber que estaba vivo, me hizo denotar una mirada tan muerta como sus deseos de vivir. Sus labios empezaron a susurrar raspadamente.

—A-yu-da-me... —fue lo que soltaron.

Mis impulsos naturales actuaron, mis manos se levantaron con la mira de la escopeta en dirección, no podía tolerar seguir mirando tal cosa. Dispare. Dispare destrozando el cráneo de mi amigo, librándolo de aquel horrible tormento que estaba viviendo, solo pude ver su torso de frente, no podía imaginar que habría pasado con sus piernas o con su espalda. Ante el estallido provocado las aves escaparon por la única ventana que liberaba la habitación teñidas de sangre.

Baje el cañón, tome aire fuertemente mientras miraba hacia abajo, jadeante y asqueado, me sentí perturbado por un pequeño sonido, agudo y melódico, sonó frente a mí, viniendo de la ventana que se encontraba a mi frente. Levante la mirada, allí estaba, amarrillo y pequeño, una pequeña ave, mirándome fijamente mientras agitaba su cabeza, como si estuviera analizándome. Sentí una rada presencia acercarse a mi costado.

—Están listos para el postre... —Dijo aquella metálica voz, sonando de nuevo.

Desperté. 

Dulces sueñosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora