-Está bien. Sam ya lo sabe, sólo faltas tú. El primo me dijo que lo de Jaime ya os lo olíais y sí, estuvimos liados el tiempo que nos quedamos en Ibiza. Me pillé hasta las trancas de él, estábamos genial, podía ser yo mismo sin tapujos, cantar, reír, bailar y hacer cualquier cosa que con otra gente no. Empecé a darme cuenta a la semana o así que me gustaba. Que me gustaba de verdad. Pero ninguno de los dos quisimos llegar a más porque acabaríamos cada uno por su parte, él en Badajoz y yo aquí, en Montgat. Se fue una semana antes que nosotros, se fue para no volver o eso espero porque jamás le perdonaré. Me hizo añicos mi mayor sueño, cantar, y se marchó a su pueblo. Me dijo "no vas a llegar a nada, maricón", "cantas mal", "te aguanté por como lo haces en la cama" y cosas tan desagradables que aún retumban en mi cabeza. Dejé de lado la música y me centré en los estudios—ambos empezaban a comprenderlo todo y me tenían agarrados, nunca estaré sólo—se fue. Y puede que me precipite o puede que no, pero Agoney está sacando a flote todo lo que sentí. Lo que sentí cuando estaba con Jaime, más el miedo a que ocurra lo mismo, a que me dé puerta cuando ya esté hasta los huesos por él—empecé a llorar, porque dicho esto, después de tanto tiempo guardándomelo, me sentía libre—me estoy empezando a enamorar y no quiero, porque se acabará yendo a Tenerife y yo me quedaré jodido—se me rompió la voz y no conseguí acabar, aunque daba igual, lo había soltado y sentí como dejaba atrás miles de toneladas que tanto tiempo había portado conmigo.
-Nunca, me oyes? Nunca, vas a estar sólo. Y conozco lo mismo que tú de Agoney, aunque quizá más que tú. Es gay y su ex también le dió puerta. No más. Lánzate a la piscina, desde fuera se ve que te le comes con la mirada y la sonrisa que tienes cuando hablas con él no tiene precio—nos abrazamos y, una vez más, le di las gracias por estar ahí.
-Vaya, que el tintao que venía a tu lado en mi coche te mola, eh—me hizo reír y eso es algo que no cambiaría de mi hermano—nunca vas a estar sólo, tete—me abrazó con fuerza—pero ahora vas a quitarte prejuicios de encima—me agarró la mano y tiró de mí, sé donde me lleva pero no quiero pararle. No puedo pararle.
La sala. Llevaba mucho tiempo sin pisar dentro de ella, no podía. Intentaba mil veces entrar, llegar más allá de cruzar el marco de la puerta, pero nunca lo conseguía. En cada intento de pasar las palabras de Jaime retumbaban en mi cabeza, me atormentaban, me bloqueaban y no podía entrar.
Miré el interior, partituras, el piano, el micrófono, los discos, las guitarras...todo seguía ahí. Parece que nadie había entrado.
-Siéntate y haz lo que sabes hacer—me dió el empujón que necesitaba y pude entrar. Fui directo al piano y me senté en la banqueta. Toqueteé algunas melodías pero la primera que vino fue Halo.
Primeros acordes, regular. Empecé a cantar, peor. Pero sentí unas manos en mis hombros, dándome aliento, apoyándome. Era mi madre. Feliz y orgullosa de que volviese a estar ahí, sentado al piano. Volví a empezar y mejoró. Conseguí cantar la canción al completo y me di cuenta de que sí. De que si tenía algo que hacer era cantar, dedicarme a la música día y noche, poner el corazón en cada canción.
Finalmente canté varias canciones. Había echado de menos tocar el piano, cantar con el micro, sentir el calor de mis padres, hermano y primo alrededor del piano orgullosos de mí, aplaudiendo en cada final de canción y espectantes a cada nota, cada palabra que de mí salía, que de mi corazón venía.
Estuvimos ahí una hora. Al salir mi madre me paró en mitad de la sala dejando a los demás salir los primeros, nos quedamos solos ahí.
-Te quiero, hijo.
-Y yo, mamá.
-Estoy muy orgullosa de que hayas vuelto a hacer lo que te gusta a tí y nos gusta a nosotros que hagas. Tienes talento por doquier y estamos aquí para verte brillar. Vuelve aquí siempre que lo necesites, porque esta sala siempre será tu refugio.
