Prólogo

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1 de febrero de un adelantado invierno, 1994.

La estrada estaba repleta de nieve tan blanca como la manta de un fantasma. Y el cielo tan oscuro como la sombra de la muerte. No había estrellas ni más copos de nieve descendiendo. Sólo un coche que se desplazaba de manera sigilosa con los vidrios subidos y la música baja.

Harry llevaba una gabardina negra y guantes de cuero trabajado donde hacía un tiempo había sido bordada una «H». Las botas le llegaban hasta un poco más debajo de las rodillas y eran de una textura similar a los guantes. No llevaba camisa y el pecho estaba cubierto de tatuajes. Sus pantalones le ajustaban y parecía toda una sombra con el negro reinando en su vestimenta.

Su padre era un hombre canoso y con arrugas alrededor de sus ojos. Su madre un tanto más conservada aunque con una sonrisa cansada, machacada. Su hermana era más baja que él y de un cabello tan gris como una capa de ceniza. Harry, por su parte, era más alto y delgado, piernas largas y fornidas, rizos chocolates y unos ojos color jade tan profundos como el océano.

Ese día se cumplían veinte años desde que había nacido. Pero su tradición familiar no le permitía ese tipo de celebraciones que las personas corrientes acostumbraban a hacer. Además de que le parecía una total estupidez. Porque, ¿quién celebra el hecho estarse haciendo más viejo? ¿Quién celebra por un año más? Aunque debía ser más bien un año menos de vida. En todo caso, su familia no acostumbraba a ese tipo de sandeces.

Trabajaba junto a su padre en la empresa que había pasado de generación en generación. La cual había pertenecido a su abuelo, padre de su padre, y a su padre antes que a él. Todo como una línea de herencia. Tenían el dinero suficiente como para comprarle un vida a un mendigo y hacerlo feliz hasta el día de su muerte. Pero no el suficiente para comprar la felicidad para ellos mismo.

Bastó, entonces, un breve momento de descuido, un momento en el que el coche no fuera contralado por su padre, para que se volcara de manera brusca esparciendo vidrios hechos añicos que se estrellaban sobre la nieve silenciosa. Fueron una y dos y tres vueltas las que dio hasta que se detuvo, con los neumáticos en el aire, aun girando.

Harry no gritó, ni siquiera cuando el fuego arrasaba con su cuerpo completo, volviéndolo sólo un esqueleto putrefacto.

Sin embargo, Harry esa noche volvió a abrir los ojos. Volvió a nacer. Más grande e imponente, más fuerte e importante. Más pulcro y con una verdadera misión. Harry tenía enormes alas de un color tan negro como le gustaba. Sus manos eran más prominentes, más fuertes y sus piernas tenían el doble de fuerza. Pero sus tatuajes no desaparecieron. Seguían allí, impresos en su suave piel lechosa. Sus rizos eran más suaves y olían mucho mejor. Incluso sus ojos eran más profundos.

Seguía siendo él; no obstante, todo en él había mejorado.

Se sentía grandioso, glorioso, beatificado. Se sentía como un fuerte... como un ángel...

Ángel de la Muerte || מלאך המוותDonde viven las historias. Descúbrelo ahora