Capítulo 8

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  • Dedicado a Víctor Monedero
                                    

Rápidamente me doy la vuelta y me quedo mirando al rostro que tengo en frente mío. La barba canosa y enmarañada, las arrugas en los ojos cansados pero a la vez profundos, ese rostro es inconfundible. Es el vagabundo que últimamente vivía en el descampado. 

Lo miro con una mezcla de angustia y miedo, sus ojos clavándose en mí impasibles me estremecen como estremecen los ojos de un depredador mirando a su presa. 

-No sabía que eras mudo, ¿dónde está tu amigo?

Al fijarme mejor me doy cuenta de que no es tan viejo como lo parece, rondará por los cuarenta y cinco años, pero su rostro demacrado y su barba  sin afeitar hacen que aparente ser mayor, sin embargo, lo miras a los ojos y te das cuenta de que todavía hay en ellos una chispa de jovialidad.

-Mi amigo está en el hospital -respondo en un tono seco.

El hombre se acerca a mí con pasos decididos y coloca sus callosas manos en mis hombros con brusquedad. No tengo forma de escapar, me tiene acorralado.

-¿Por qué? ¿Qué le ha pasado?

Sus verdes ojos se clavan en mí, pero en ellos no veo la ardiente ira que me imaginaba, sino compasión. 

-Está...está en coma -digo a regañadientes-, tuvimos un accidente con la moto en el descampado.

-Lo sabía, sabía que eráis vosotros, ¿quiénes sino iban a ser? -agacha la cabeza y suspira.

Su comportamiento me deja confuso. ¿Por qué se preocuparía un vagabundo al que no conocemos de nada por nosotros? No lo sé, pero lo voy a descubrir.

-¿Y qué más te da lo que nos pase a nosotros? -le espeto liberándome de sus brazos con un empujón- ¿Por qué querías saber qué había pasado con Alex?

Pero no responde, simplemente se limita a mirarme seriamente, aunque la tensión que había antes había desaparecido, se da la vuelta y camina en dirección a la salida del callejón.

-No le digas a nadie que he estado aquí o será lo último que hagas. 

-Dime al menos tu nombre -alzo la voz para que me escuche con claridad.

-Hace años que decidí olvidar mi nombre.

Lo miro largarse incapaz de moverme, este último acontecimiento me ha dejado bastante pillado, decido hacer como si todo esto no hubiera pasado, quizás es una pesadilla, quizás todo lo que me está pasando es una peadilla, quizás me despierte mi madre diciendo que Alex vendrá a comer hoy. Pero no lo es, hace tiempo que me di cuenta de ello.

Salgo del callejón deseando llegar a casa o volver al hospital, quizás sea mejor lo último ya que está más cerca, y la verdad...es que temo a que algo pueda pasar.

                                                                            *            *           *

El sol dice adiós al día escondiéndose tras los edificios de la ciudad, su débil luz entra por la ventana de la habitación 216 mientras la noche le gana terreno. Automáticamente pienso en lo que me dijo Danielle. "La vida es como un día muy largo, un día que abarca otros días más pequeños, y está lleno de momentos felices, pero también tristes.  Naces y amanece, y poco a poco va atardeciendo, hasta que el sol se esconde por completo. En mi caso, ya está atardeciendo."

Es una buena comparación.

Estoy recostado en el sofá de la habitación de Alex, sus padres llegaron hace como una media hora y no han articulado palabra desde que llegaron y se sentaron en el otro sofá, Robert abrazando a Anne. Es exactamente por eso la razón por la que no entiendo que se vayan a divorciar, el amor por su hijo los une, supongo que esa es la única razón por la que han estado juntos estos años. Tampoco quiero pensar eso, pero la desesperación que me causan me hace pensar eso. Que piensan que su hijo no va a despertar, muriendo y que ellos se podrán divorciar. Espero estar equivocado. 

Cuando la noche ya le ha ganado la batalla al día y la luna se posa en el cielo reinando ante la noche, sé que es hora de volver a casa, me levanto en silencio y salgo de la habitación  no sin antes despedirme de Alex, eso nunca dejaré de hacerlo. Camino por los pasillos del hospital con nostalgia, hoy no es que haya sido un gran día, y el ambiente del hospital tampoco anima, rostros de desesperación moviéndose de un lado a otro.

Me alejo del hospital y camino a casa, es lo que necesito para intentar relajarme, el frío viento de la noche me acaricia suavemente, la verdad es que debería pasear por la noche más a menudo. Llego a casa al poco rato y me encuentro la cena puesta en la mesa, mis padres están en la mesa esperándome.

-Hola hijo -me dice mi madre- ¿alguna novedad?

Niego con la cabeza en silencio y me siento junto a ellos para cenar, en el plato hay patatas fritas y un filete, mi comida preferida, sonrío sin darme cuenta, lo han hecho a cosa hecha. Las cenas se han convertido en la última rutina este último mes y medio. Mi madre me preguntaba cómo había ido el día y si habían novedades, a veces cuando algunos días llegaba a la hora de comer también me lo preguntaba, supongo que ellos también están sufriendo por verme así, cuando me acabo el plato me siento en el sofá a hacer zapping para pasar el rato, Lo decido dejar en un canal en el que están echando una serie de comedia, aunque no presto atención a la tele, sino que me quedo ensimismado en mis pensamientos.

Últimamente estoy viviendo la enfermedad desde cerca, en el hospital te puedes encontrar de todo, niños que se someten a operaciones tan jóvenes, inválidos incapaces de poder poner los dos pies en el suelo sin caerse, paralíticos transportados en camillas, gente en coma...gente con cáncer...

Me encantaría poder ayudarlos, decirles que el destino no está escrito por mucho que la mayoría piensen eso. 

Noto cómo mis párpados se me cierran como si pesaran más que el hierro y mi boca se abre involuntariamente, me levanto para subirme a la habitación. Pero antes me acerco a mis padres y les doy un beso a cada uno. Creo que la situación que estoy viviendo en estos momentos me está cambiando por completo, quiero que las personas a las que les tengo cariño sepan lo mucho que les aprecio. 

-Buenas noches -les digo sonriendo.

-Buenas noches hijo -dicen los dos al unísono.

-Por cierto, ya sé qué quiero estudiar de mayor. 

Esta vez es mi padre el que habla.

-¿Y qué quieres hijo? 

-Quiero ser médico -les digo sonriendo-, hacerles saber a las personas que hay que ser optimista y que luchando se puede salir de todo.

-Seguro que serías un buen médico Christian -mi madre esboza una leve sonrisa.

Me despido con la mano y subo a mi habitación, me coloco el pijama y al poco rato caigo dormido entre sueños con Alex despierto, Danielle sin cáncer, batas blancas, y enfermos sonriendo.

El destino se puede cambiar (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora