Soledad.

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Mi estómago se revolvía al ver a aquel niño solo en una esquina, mientras el resto jugaba. Mi cabeza se preguntaba qué habría hecho para estar solo, si le gustaba quedarse ahí, si prefería mantenerse al margen. Mi corazón se rompía al ver su cara de tristeza, de incomprensión, de infelicidad. Porque sí, los otros niños reían y se lo pasaban bien mientras él parecía ser invisible.

Entonces, aunque yo tenía unos años más, me vi reflejada en ese niño que parecía estar apartado de todos.

Pasó el tiempo y mi grupo de amigos se fue descomponiendo. Cada uno se fue por un lado y yo me quedé colgada, pendiente de un hilo que pronto se rompió. En ese momento me visitó la soledad más que nunca. No quedaba nadie. Solo me tenía a mí, por y para mí. Y, joder, eso me resultaba insuficiente.

Los que un día estuvieron a mi lado se olvidaron de mí y eso me hizo sentir vacía. Pero lo peor era cuando intentaba que alguien me escuchara y nadie me comprendía. Solo necesitaba que alguien me diera un poquito de su cariño y se atreviera a conocerme. ¿Tan difícil es dar una oportunidad? ¿Tanto cuesta abrir la puerta cuando están llamando? Un pequeño gesto, cualquier cosa me hubiera dado las fuerzas para continuar; pero nadie hizo nada.

Me pasé los días, las tardes y las noches llorando en casa. Mi almohada y las canciones que sonaron en mis auriculares fueron mis únicas confidentes. Y sí, ahí pude afirmar que la música me salvó.

Nunca esperéis nada de nadie; pero tampoco cerréis vuestro corazón con llave. Ahí fuera estoy segura de que hay gente que vale la pena, aunque yo no la haya encontrado.

Mis letras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora