Capítulo Seis.

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Nos hayamos cubierto por la oscuridad de la noche. Las estrellas y la luna resplandecen con intensidad, como queriéndonos ayudar a visualizar los posibles peligros. Tal vez tengamos el mundo en contra, pero no quiero olvidar que existe un espacio que se dice infinito.

Después de lo de Anthony no tuvimos ningún otro incidente. Solo oímos un par de detonaciones, pero nada nos ocurrió.

Conforme caminábamos y nos movíamos por la zona llegamos, en un momento dado, al límite de la misma. Un barranco que terminaba en unas rocas pronunciadas por sobre el nivel del mar, mientras que el feroz oleaje reventaba en ellas y en la pared del mismo. Así que nos decidimos por desplazarnos hasta la Zona Pantano. Dos motivos tenemos para ir hasta allí: disuadir a mi Cazador e ir aproximándonos hasta la Isla del Fin por cualquier eventualidad.

La caja metálica la abrimos después de unas horas del enfrentamiento, cuando finalmente superé mi estado mental donde cuestionaba mi calidad como persona. Dos hamburguesas, cuatro trozos de pizza y dos gaseosas de cola, todo fue acomodado dentro de la mochila, la caja la arrojamos al barranco para no dejar algún indicio de nuestra existencia, al igual que otras basuras que depositamos dentro.

«Una Presa debe mantenerse en movimiento y si se puede adaptar a diferentes entornos con más razón», fue lo que me dijo Axel. Bajo esa premisa decidimos ir hasta ese lugar. Tal vez sus palabras no sean ciertas en la realidad presa-cazador, pero en nuestro caso es acertado el comentario. Reconocer nuestro terreno significaría un punto extra por sobre los demás.

—¿Quieres chocolate? —Le ofrezco descolgándome la mochila.

—Claro.

Nos detenemos por un momento. Tomo una de las dos barras de chocolate y la parto a la mitad. Le doy una de las partes a Axel y me quedo con la otra. Cierro la mochila y me la echo al hombro nuevamente.

Otra vez comenzamos a caminar.

Después de un par de pasos doy la primera mordida a mi trozo de chocolate... El sabor dulce y medio amargo del chocolate me invade todo el sentido del gusto. Es un poco reconfortante sentir algo como el sabor del chocolate. Alivia de alguna manera la demencia de la isla, aunque...

—Theo aquí. —Susurra Axel tirándome por el brazo hasta unos arbustos.

Antes de caer al suelo logro meterme por completo el trozo de chocolate que me restaba a la boca.

—¡¿Pero qué...?!

Axel pone su mano en mi boca para callarme.

Ambos nos ponemos de cuclillas entre los arbustos, a pesar de que hago silencio no comprendo cual es el fin de todo esto. Confío en mi par como para tener la certeza que todo lo que hace es con el único fin de mantenernos con vida. Sus presentimientos y acciones hasta ahora han sido correctos.

Él quita su mano de mi boca y me señala algo enfrente nuestro. Trato como puedo de mirar algo entre las hojitas del arbusto, hasta que encuentro un punto que me permite visualizar lo que ha puesto en alerta a mi compañero.

Decir que  me siento conmocionado se queda lejos del sentimiento que me pega un potente martillazo en la frente.

Es bastante espeluznante.

El sudor comienza a correr por mi frente a causa del miedo.

Ante mis ojos se encuentra una mujer desnuda por completo, atada de pies y manos a un tronco. La hoguera que se halla a sus pies, es bastante preocupante.

Ante ella hay un cazador sentando en un tronco. El obeso y algo longevo hombre está de espalda a nosotros y desde su cantimplora da un largo trago de lo que seguramente ha de ser alcohol.

Presas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora