Capítulo 11

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Con voz tranquila, como quien le pregunta el clima a alguien, ella inquirió lo siguiente:

—¿Tu eres el chico de la mano herida?

Escondí mi mano detrás de mi espalda, sin querer afirmar nada.

Pero después de todo, asentí.

—¿Puedo... ver?

No pregunté por qué quería ver mi mano con una gigantesca cicatriz que cruza desde el nudillo de mi dedo índice hasta el hueso de mi muñeca, y tal vez moriré con la incógnita.

Ella tomó mi mano entre las suyas, mirándola como una niña mira la vitrina de una confitería.

Acarició la cicatriz con dedos temblorosos, suspirando antes de mirarme a los ojos.

Volvió a mirarme la mano, y preguntó lo siguiente como si tuviera miedo a ser rechazada:

—¿Pue-puedo...?

No pudo terminar porque las palabras parecían atorarse en su garganta. Pero igualmente asentí.

Ella desplegó mis dedos, subiendo mi mano a la altura de su rostro. No sé qué pretendía, pero yo acaricié su mejilla, pidiendo un permiso imaginario para seguir.

Cuando separé un poco mi mano, ella acercó su cabeza a la misma cual gato que busca cariño.

Tomé su rostro con ambas manos cuando me lo permitió.

Ella parecía encantada, y yo, hipnotizado. 

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