Qué lindo es llegar a casa.

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Camino arrastrando los pies de lo cansada que me encuentro. Fue un día agotador.
La espalda me duele por la mochila. Las piernas me duelen por todo el ejercicio.
Sólo quiero llegar, comer y dormir.
Me detengo ante la puerta de mi casa y escucho voces infantiles, algunos correteos y risas.
"Ay no..." pienso simplemente. Ya sé lo que me espera.
Abro la puerta, no estaba cerrada con llave, me esperaban.
Veo a dos niños, los conozco bien, a mi hermana con la pequeña upa y a mi madre sentadas charlando.
Los niños quedan por un pequeño segundo congelados, detuvieron todos sus juegos para alzar la cabeza y ver quién entraba.
Se levantan de un salto y corren hacia mí gritando "TIAAAA", saltan sobre mí, logro atraparlos pero casi me caigo.
-¡Holaa!-les digo con entusiasmo-, esperen un poco que me saque la mochila, chicos.
Los suelto y esperan sin alejarse a que me saque la mochila y la deje en el sillón.
Inmediatamente lo hago, uno de ellos salta a mi espalda, el otro se prende de mi pierna.
"Santos Dioses del Olimpo", pienso, pero sonrío mientras trato de dar unos pasos sin caerme hacia donde están mi hermana y mi madre.
-¿y vos?-le digo a la pequeña en tono burlón-, ¿también vas a venir arriba mío?
La beba sonríe y me estira los brazos.
"Ay no...".
La alzo. No puedo decirle que no a estas criaturitas.
-¡Vamos a jugar!
-¡Vení, mirá!
-¡Tía! ¿Sabes que hice hoy en la escuela?
-¡Te hice un dibujo!

¿Por qué ya no me duele nada?...

Anécdotas de una Tía JovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora