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Naisha se escabullía sigilosamente entre los montones de chatarra. La luz infrarroja de su implante ocular le permitía observar en la oscuridad  a pesar de la neblina de los pantanos. Para los hombres del cielo esto era basura, retazos, desechos de sus islas de metal, pero para ella y su comunidad, era un tesoro. Montones de cables,  cerros de partes electrónicas, chips,  acumuladores, paneles solares, conexiones, restos de vehículos, robots y  ordenadores.  Su tribu habitaba más allá de las reservas que habían creado los hombres del cielo. Era descendiente de antiguos guerreros que habían peleado, antes de la gran peste. Sus fundadores habían conservado gran parte de los conocimientos olvidados por el desastre. Dominaban la técnica de integrarse a las máquinas y mejorar sus órganos, cuerpos y habilidades. Gracias a las mejoras, los Worev, como algunas tribus los llamaban,  habían logrado prolongar su expectativa de vida,  además de que las prótesis le otorgaban diversas ventajas al enfrentar a otras comunidades hostiles o los propios caníbales de las ruinas. Los Worev vagaban por todo el continente en busca de restos de los artefactos que abandonaban los hombres del cielo. Sin embargo, las esperanzas de conseguir refacciones se incrementaron con la guerra de los hombres del cielo.  En sus batallas dejaban miles de retazos, piezas y componentes que los Worev podrían utilizar. Así que algunos de los miembros de la tribu realizaban viajes de exploración para conseguir piezas de utilidad. En su peregrinar llegaron hasta el sur en una zona pantanosa habitada por reptiles. Ahí, descubrieron el tiradero industrial de los hombres de la isla metálica, por lo que se asentaron en una ciudad abandonada a pocas millas del basurero el cual visitaban regularmente para conseguir refacciones. 

Sin embargo, la noche anterior había sido agitada. Una gran batalla se había llevado a cabo en los cielos y en la isla metálica. Su padre le comentó a Naisha que esa era su oportunidad para salir a buscar piezas de repuesto. Así que esperaron hasta que terminara la batalla para salir a hurgar entre los restos.

            A pesar de que una máscara metálica ocultaba parcialmente el lado izquierdo de su rostro se podían apreciar sus invitantes y sensuales labios de su boca, mientras la otra mitad de su rostro mostraba unos rasgos finos y exóticos, realzados por una larga cabellera color negro. Naisha vestía una especie de armadura ceñida a su cuerpo pero que insinuaba su sensual y atrayente figura y que en incluso algunas partes mostraba la piel morena de sus fuertes y torneadas piernas. Tras la máscara, se ocultaba un implante ocular que le permitía detectar calor, fuentes de energía e incluso ver en la oscuridad. Aunque ella tenía consideradas varias mejoras, por el momento esa sería su única adaptación, ya que por ser mujer no podrá solicitar otra  hasta que no se convirtiera en madre. No obstante para los Worev, las prótesis e implantes no solo formaban parte de su concepción estética, sino que se consideraban como necesarios para su supervivencia.

Naisha buscaba un artefacto en especial. Una especie de chip. Hacía algunos meses que su abuelo había comenzado a tener dificultades para respirar. Al parecer sus pulmones ya no estaban funcionando correctamente y estaba muriendo.  Por alguna extraña razón su sistema nervioso no enviaba la orden correspondiente. Entre los sabios de la aldea lograron diseñar un chip que mandara las señales eléctricas correctas y le permitiera seguir respirando. Así que ellos le dijeron lo que necesitaban y vino a conseguirlo.

Entre la neblina sobresalía un pequeño destello azul. Estaba casi en la orilla del mar. Se dirigió calladamente hacia el montículo. Cuando llegó al lugar, retiró varios escombros y pudo obtener un chip. Esperaba que fuera de utilidad. Sin embargo, entre los retazos y cables pudo observar algo parecido a un brazo humano. Lo levantó con más fuerza. Y entonces se sorprendió cuando vio a un hombre corpulento y barbado,  tirado entre la basura. "Aún respira". Advirtió, mientras sus sensores aún detectaban signos vitales.  Naisha titubeó por un momento. "Es un hombre del cielo. Podría dejarlo morir o...llevarlo con el grupo".  Naisha se sorprendió al ver que sus sensores detectaban un halo extraño, proveniente del hombre. Una rara radiación lo envolvía. Esa misteriosa forma de energía la cautivó. Su pueblo siempre estaba buscando fuentes energéticas, pues de lo contrario algunas de sus aplicaciones no podrían funcionar. Tomó uno de sus sensores y midió la radiación. Un fuerte sobresalto la sobrecogió: "¡Es imposible que un ser vivo tenga tanta energía!" Pensó. Así que Naisha lo levantó y lo arrastró hacia los pantanos junto con los suyos.

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