8

99 8 1
                                    

Enfermizo como ningún otro, así era el amor que ellos sentían. Nada más que una obseción que les volvió locos, adictos al dulce sabor de la sangre ajena, como miel exquisitamente prohibida por la sociedad cruel.

Cada noche sus labios se encontraban con posesividad, deseo y enojo, la furia corriendo por sus venas.

Las manos recorrían su cuerpo sin pena alguna, ardía con el tacto de sus pieles encontrándose, la fricción creaba un ambiente fogoso.

Era excitante sentir el peligro de ser encontrados, lo que era estar en el borde del abismo hacia la muerte.

Jugaban con la vida, se burlaban de la muerte, eran los reyes del engaño. Sin errores o pasos en falso, nadie les podría ganar la partida.

O aquello creían hasta que cayeron de la cuerda floja hacia un mundo donde sus acciones eran malas, aborrecidas, llamadas anti-natura y maldecidas sin piedad.

La noche caía con pesar de esconder al Sol, escabulléndose entre los grandes pasillos del palacio se encontraron en el lugar que guardaba con recelo los secretos, los oscuros deseos que se cumplían ahí.

La puerta se abrió con fuerza, los guardias tomaron de los brazos al rubio, los gritos desesperados de ayuda a su amado fueron ignorados, hasta que antes de salir se escuchó con suavidad.

—"Amor", fue una mentira ¿No? —Reaccionó cuando su esposa empezó a gritar, descubierto sobre una cama blanca miró al techo y susurró un pequeño "Lo siento".

Al día siguiente la plaza principal estaba repleta, los altos mandos de la iglesia miraban con repulsión el menudo cuerpo temblante, asustado y temeroso expuesto ante todos en una gran horca, la madera bajo sus pies estaba húmeda.

—Len Kagamine, acusado por homosexualismo, su castigo será morir en la horca—Exclamó el hombre corpulento con el rostro cubierto por una máscara negra de cuero.

La multitud gritó de regocijo mientras los zafiros miraron hacia el balcón ocupado por el rey y la reina, uno de cabellos azules y la otra celestes. Perfectos para el mundo, imperfectos para ellos.

—Di tus últimas palabras, bastardo—Su boca reseca empezó a formular un discurso, real y doloroso.

—No me arrepiento, amé a quien quise aún cuando él no sentía lo mismo, que mi muerte sea tomada como la primera de muchas más injustificadas, que sea este mi acto de amor para mi amado y todos los demás que se atrevan a mostrar la verdad, a los que no tienen miedo de gritarle al mundo ¡Que somos libres de amar a quien queramos sin restricción o medida! ¡El ser humano es malo desde su nacimiento y otro ser humano no puede juzgar cuando están más contaminados que el otro! Gracias por asesinarme antes de ver cómo entre ustedes se matarán, me voy antes de presenciar la guerra más sangrienta en la historia humana—Ahí, sin más el firme soporte bajo sus pies desaparecio dejando que la cuerda rompiera su cuello cuando llegó a su límite.

Todos los presentes quedaron con la boca abierta, pensando en las palabras que fueron escuchadas.

Nadie esperaba que fueran ciertas, menos el gran gobernante.

Años más tarde llegó a sucumbir la paz contra el odio, la ira y la codicia.

El rey murió con arrepentimiento, con un amor nunca libre y el dolor de que su pequeño ángel murió jóven cuando fue él quien inició todo aquel circo.

El rey murió a manos del pueblo cuando la escandalosa noticia fue dada a conocer por la reina misma luego de verle hacer lo mismo con otro hombre.

Los juegos y las mañas no se olvidan aún después del pasar de los años, dijo la mujer con fuerza ante todos.

One-shots KaiLenWhere stories live. Discover now