seis: eterna lluvia de un fugaz romance.

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—Sí, sí, lo sé. Fui un idiota. —dijo Murdoc.

—No debiste acceder a la cita a ciegas y conocerla antes —respondió Darwin y frenó en un semáforo rojo, miró a Murdoc, quién estaba muy triste —, ¿Quieres helado? —preguntó Darwin y su compañero negó repetidas veces. Comprendió que de veras quería conocer a la peliazul.

—Solo, no me hables hasta llegar a casa, por favor —pidió Murdoc y Darwin asintió.
El azabache veía por la ventana personas pasar, muchas apuradas, gente que iría a una fiesta, personas vestidas muy elegante y parejas. Hasta una peliazul con un vestido de flores, un sombrero primaveral que se lo sostenía con una mano para que no se le vuele, una chaqueta de cuero y unos zapatos de cuero con tacón, el semáforo cambió a verde —¡Detén el auto! —ordenó Murdoc y su ajeno hizo caso. Abrió la puerta y salió corriendo del auto.

Llegó a la peliazul, le tocó el hombro, se dio vuelta y era ella. Los ojos totalmente negros y le faltaban los dientes frontales —Hola dulzura —saludó Murdoc.

—¿Hola? —respondió al saludo, un tanto confundida.

—Oh, cierto. Soy el que te miró toda la fiesta y no te habló… Murdoc, Murdoc Niccals —se presentó el azabache.

—¿Sí…?.

—Tú… cita a ciegas —y entonces se dio cuenta la muchacha y saltó a abrazar al verdoso, rió un poco y lo soltó.

—¡Sí! ¡Penélope me ha contado de ti! ¡Eres maravilloso! Una rareza perfecta —decía la mujer muy sonriente, los elogios de ella le hacían ruborizar a Murdoc.

—¿Y… Cómo te llamas, cariño? —preguntó Murdoc y su ajena musitó “Summer”.
Ambos caminaron al restaurante, uno más feliz que el otro.
Atentamente Murdoc observaba a la chica sonreír y reír. Escuchaba cada frase y estupidez que salía de su pequeña boca.
Murdoc pidió “Moules Frites” y Summer siempre había querido probar “La Ratatouille” y pidió eso.

—Nunca había venido a un restaurante con una chica —habló Murdoc mientras degustaba cada bocado del plato francés.
La chica de cabellos azules lo miró y tragó lo que yacía en su boca.

—Los restaurantes son interesantes, pero —hizo una pausa para beber un poco de agua —; son aburridos —Murdoc asintió.
Al terminar de comer continuaron hablando de cosas que a Murdoc no le interesaban. 
La peli-azul hablaba con mucho entusiasmo, se movía, reía o carcajeaba, sonreía y suspiraba.
El azabache sonreía y asentía, a veces se quedaba como estúpido viendo el cabello de esa mujer. Aquella chica realmente le hacía mover el corazón.

—¿Crees en el amor a primera vista? —preguntó aquella noche de media luna. El azabache abrió los ojos como platos y se ruborizó.

—Bueno… —suspiró el azabache. Miró a la chica que sonreía frente a él, se veía tan irreal —, yo… no creía en eso —la chica borró su sonrisa —, mas cuando te ví creí que estabas embrujada, fue como… un hechizo o una mierda así. No pude parar de pensar en ti y cómo serías ¿Eso es amor?.
La chica asintió sin alguna expresión facial.
Murdoc se preguntó a él mismo si había dicho algo malo, ya empezaba a creer que era un idiota, que jamás debió acceder a conocerla.
—Esto es realmente aburrido ¿No? —preguntó el azabache y su ajena asintió.

—Vayamos a bailar.

—¿Bailar?.

—Sí, ya sabes. Escuchar su buena música y eso ¿Vamos? —respondió y Murdoc dudó un buen rato, menos de cinco minutos y dijo “está bien”.
Murdoc pagó y salieron disparatados del lugar.
Era plena noche, una hermosa noche. Las estrellas brillaban, la media luna, sin su otra mitad aún era bella. Los faroles iluminando el camino de ambos jóvenes y… ¡Lluvia!. El cielo totalmente despejado se volvió a una leve llovizna, demasiado agradable para ambos.
Se fueron mojando las calles y las ceras, más tarde hubieron charcos en los cuales Summer comenzó a saltar en ellos y sonreír. Murdoc solo la miraba, ella era tan linda e inocente al parecer.

Habían hablado sin cesar hasta llegar al club. Allí entraron y la música inundó sus oídos. Summer tomó la mano a Murdoc y se metió entre la gente hasta llegar a la barra y pedir algo de beber.
Ambos se sentaron a charlar, bebida tras bebida fría. El lugar era algo asfixiante.
Luego fueron a bailar bajo las luces azules y violetas obscuras.

El azabache quedó embobado viendo los movimientos y la bella cara de Summer. 
Tal vez fueron las bebidas alcohólicas, el cansancio o las luces de aquel lugar, pero sin lugar a dudas Summer era su tipo de mujer hasta dónde había conocido.
El azabache sonrió y Summer se dio cuenta que Murdoc no bailaba.

—¿No te gusta bailar? —preguntó parando de bailar.

—No… Es que… —notó la cara de preocupación de Summer —; creo que eres demasiado bonita —la cara de Summer dibujó una tierna sonrisa.
Luego de eso, decidieron irse.
Aún llovía y no tenían paraguas, eso no le importaba a ninguno de los dos, pero sabían que se enfermaran.

Murdoc decidió acompañar a Summer hasta llegar a la casa de ésta.
La música de la lluvia hacía parecer toda una escena de drama; sin embargo era todavía lo contrario, Summer sonreía y reía, Murdoc estaba más que contento. A veces parecían novios, a veces Summer contaba cosas sin sentido y Murdoc se reía de ello.

Al llegar a la casa de Summer, Murdoc se entristeció un poco.

—La pasé muy bien contigo, Summer —confesó Murdoc —, espero que se vuelva a repetir.

—Yo también la pasé muy bien —dijo Summer e hizo un puchero —, y también espero que se vuelva a repetir.
Ambos quedaron en un rotundo silencio, viéndose las caras empapadas de agua.

—Me pone algo triste despedirme, así que no quiero hacerlo muy largo —musitó el azabache, su ajena asintió —, así que adiós dulzura —se despidió el mayor, dándose media vuelta e irse.
Al caminar media cuadra oyó un “¡Espera!” De parte de la persona que más esperaba.

—Yo... —musitó Summer y Niccals hizo caso, acercándose a la chica de cabellos azules más alta que él.

—¡A mí me gustaría volver a verte! —alzó la voz Summer y Murdoc sonrió asintiendo.


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Darwin no podía creerlo. Veía a Rubén besando a una mujer de cabellos azabaches, una mujer parecida a Paula.
Rápidamente se acercó a interrumpir el beso entre éstos.

—¡Darwin! ¿Qué haces aquí…? —preguntó Rubén —, yo-yo-yo pu-puedo explicarte, bebé.

—Joder Rubén —musitó Darwin con las lágrimas en los ojos —, espero no verte tu cara de mierda ni la de ella, nunca más —y se fue con muchísima tristeza.
Pensaba comprarle un regalo de un nuevo mes de noviazgo a Rubén; pero aquel rubio lo había engañado.

No llegó a su casa, fuéramos directamente a la casa de Murdoc, a llorarle y mucho.

—Lo siento tanto —murmuraba Niccals como si él fuera el culpable —, ¿Quieres helado o algo así? —preguntó y su ajeno asintió envuelto en tristeza.

—Ojalá se muera ese hijo de puta —deseó Murdoc y le dio una cucharada a la taza de helado —; no ¿Sabes qué? Lo mataré, a él y a su novia puta. Los mataré a los dos.

—Agradezco que entiendas como me siento —musitó el castaño —, pero no hagas nada.

Murdoc asintió y le dio la taza de helado a Darwin.
Ambos quedaron en silencio.
La noche anterior Murdoc volvió empapado y en la mañana Darwin preocupado lo llamó, claro: Murdoc no había llamado a Darwin para que lo vaya a buscar.

Sin duda alguna, la noche anterior fue una grandiosa noche, para los dos.

hi sweetheart;; 2doc.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora