La luz invadió el set. Una. Dos. Tres veces. El ruido del obturador era constante, y el ojo atento de Olivia no dejaba de recorrer el camino que iba desde el visor hacia la escena. Miraba con atención a la jovencita que tenía enfrente y que posaba forzadamente simulando seriedad y sensualidad, aunque su rostro mostraba inexperiencia e ingenuidad. Le pidió que cambiara de pose y otra vez se inició la ráfaga de luces.
Olivia Rossi era una mujer de veintiocho años, fotógrafa profesional originaria de Monteriggioni, un pequeño pueblo de la Toscana, en Italia. Desde pequeña había demostrado gran pasión por la fotografía, cuando un día jugando, descubrió en el dormitorio de sus abuelos lo que para ella fue un gran tesoro: una vieja cámara Polaroid que aún funcionaba. Fascinada con su hallazgo, comenzó fotografiando a su familia mientras realizaban las tareas cotidianas: trabajando en los cultivos, cocinando, atendiendo el pequeño negocio familiar... Tanta pasión desbordaba la pequeña Olivia, que fue para su noveno cumpleaños que todos acordaron darle como presente una cámara de rollo. A partir de ese momento, Olivia solía tomar su bicicleta todas las tardes, cuando volvía del colegio, y salía a recorrer su pueblo natal, fotografiando todo aquello que le llamaba la atención: los vecinos, las flores, las aves, la arquitectura del pueblo. No sorprendió a nadie cuando, terminada la secundaria, comunicó a sus padres el deseo de trasladarse a Firenze a estudiar fotografía para volverse profesional. Al terminar sus estudios, el fallecimiento repentino primero de su abuela, y luego de su abuelo, puso a su familia en jaque, y Olivia tuvo que abandonar la capital toscana para regresar a su pueblo a ayudarlos en el negocio familiar.
—Acabamos— dijo, mientras evaluaba en la cámara las últimas fotos tomadas—. Sí, eso es todo.— Y esbozó una sonrisa profesional.
La jovencita descomprimió su cuerpo y en ella también brotó una sonrisa en sus labios, respondiendo con un tintineante "gracias" y se dirigió a la sala contigua a mudarse de ropa. No tendría más de diecisiete años y ya la vendían como promesa en el ámbito de la música. Olivia se había acostumbrado a ese ambiente, el cual por momentos le resultaba bastante frívolo. Había llegado a Nueva York hacía dos años, ocupando una vacante como fotógrafa en Broadway Magazine, una revista dedicada al entretenimiento y al mundo actual. Ingresó como pasante, y al poco tiempo logró permanecer como cuerpo fijo. Una oportunidad única que había encontrado a través de un curso online que había realizado desde su casa. A pesar que por unos años Olivia se vio limitada en su carrera, no había dejado de soñar con recorrer el mundo con su cámara en mano y dedicarse a la fotografía de viajes. Sin embargo, sabía que para lograrlo, primero debía realizar un camino que tal vez iba muy en paralelo a sus objetivos. Experiencia y contactos eran por ahora sus prioridades, y este empleo sin lugar a dudas, era el ideal: no sólo porque la había llevado desde su pequeño pueblo natal hasta la ciudad de las grandes oportunidades, sino porque era el primer gran salto que daba en su proyecto de vida. Olivia no pensaba estancarse nuevamente, y Broadway Magazine era su punto de partida.
Levemente las últimas luces del día comenzaron a penetrar por las ventanas del estudio que se teñía de tonalidades rojizas, mientras, Olivia apagaba los focos del set y desconectaba cada uno de ellos.
—¿Has logrado acabar ya?— Le llegó por detrás la voz de su amiga, y colega, Sophia. Era alta, su cabello rubio caía siempre muy elegantemente por sus hombros. Tenía apenas dos años más que Olivia y trabajaba en la revista como redactora, se encargaba de cubrir las columnas de moda y de vez en cuando de cine. Desde el momento en que Olivia conoció a Sophia fueron inseparables. A Olivia, la vida en la gran manzana, se le hizo mucho más sencilla gracias a la ayuda de ella. No sólo compartían salidas y buenos momentos, eran confidentes. Olivia sabía que contaba con ella en los momentos que apretaba la nostalgia; de la misma forma, Olivia escuchaba las frustraciones y dolores que padecía su amiga. Sophia estuvo a su lado el día que decidió dejar el alojamiento compartido e irse a vivir sola; también cuando no tenía con quien pasar las fiestas, y la invitaba a pasar en la casa de sus padres; o cuando cumplió años por primera vez en Nueva York... En definitiva, ella era como la hermana mayor que Olivia no tuvo.
—Si, por suerte hoy acabé a tiempo. Ha resultado una sesión bastante amena, así que estoy pronta para salir —dijo, mientras cerraba el estuche que contenía su reflex.
—¿A tiempo?...¡Menos mal! —ironizó Sophia—. Ya casi todos han terminado su turno. En este momento quedamos tú, yo y el personal de limpieza. Noah, Lucille y Andrew están esperando afuera. Teníamos miedo de tener que cancelar la cena — terminó de decir, al mismo tiempo que miraba su teléfono celular buscando confirmar en su agenda la hora exacta de la reserva. Olivia asintió y le pidió a Sophia que se adelantara, tan sólo debía pasar por su oficina a buscar su abrigo y su bolso. Acordaron encontrarse fuera del edificio, donde ya estaba el resto del grupo de amigos esperando.
Olivia encendió la luz. Su oficina era pequeña. Le habían indicado ese lugar de trabajo cuando recién había llegado, y a pesar de que su situación laboral había mudado, y ella había crecido en su carrera, su despacho no. Esbozó una sonrisa llena de contradicciones. No lo odiaba pero sin dudas lo veía como un gran paralelismo con su vida actual: cada rincón de su oficina era bonito y acogedor, y se sentía realmente cómoda allí, pero ella estaba dispuesta a romper cada uno los límites que la contenían, daba igual si esos límites eran paredes de ladrillo o no. Sabía que había nacido para más aunque las circunstancias le habían jugado una mala pasada hasta ahora. Entró. Destacaba su organizado escritorio estilo industrial en forma de ele, que se ubicaba sobre el lado izquierdo de la habitación, ocupando prácticamente todo el espacio; una moderna pizarra magnética de cristal que colgaba de la pared de ladrillo, donde se podían observar algunas fotos tomadas por Olivia en su tiempo libre, de paisajes o con amigos; distintos artículos de viaje, postales, alguna entrada a espectáculos y anotaciones del trabajo. El moderno y confortable sillón giratorio, que desde el otro lado de la mesa, parecía dar la bienvenida a todo aquel que entraba, y le daba la espalda a un ventanal que mostraba una hermosa vista de Manhattan. Una que otra figura de acción, dos macetas con plantas que daban cierta frescura al ambiente, su computadora de trabajo; y en la esquina opuesta al escritorio, el perchero donde tenía su abrigo y su bolso. Se encaminó hasta allí, tomó su tapado color verde oliva, se lo vistió; colgó su bolso y salió raudamente por el pasillo.
En el elevador, Olivia se miró al espejo. Su cabello se encontraba caótico. Rápidamente deshizo el moño improvisado que se había hecho por la tarde y su larga melena castaña cayó por su espalda y por delante de sus hombros. Se peinó hábilmente con los dedos e hizo una trenza que ayudó bastante a disimular los enredos provocados por la extensa jornada de trabajo. Comprobó su peinado mirándose nuevamente en el espejo, salvo por esos mechones rebeldes que caían cada dos por tres sobre sus ojos, su cabello ahora sí parecía en orden y justo a tiempo, porque las puertas del elevador se volvieron a abrir. Al salir del edificio el viento otoñal golpeó su cara. Encontró a Sophia y a los demás esperándola.
—Disculpen mi tardanza —dijo con un marcado acento italiano. La vergüenza, entre otras situaciones, siempre hacían más evidente su canto toscano —No atendí la hora durante la sesión de fotos del día de hoy —se excusó con los otros tres amigos.
—Todavía estamos a tiempo con la reserva, por lo tanto, nadie se ha tardado, no hay nada de lo que te tengas que disculpar Oli —respondió Noah con una encantadora sonrisa. Olivia respondió con otra sonrisa mientras acomodaba uno de sus mechones sobre la oreja.
—Entonces, si no les parece mal, podríamos emprender camino. ¿Vamos en taxi o andando? Son quince minutos a pie —sugirió Sophia.
Todos acordaron que lo mejor sería ir andando para evitar el tráfico, así que emprendieron la marcha caminando, mientras las luces de Nueva York comenzaban a brillar en todo su esplendor.
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Solo Una Pizca De Ti
RomanceOlivia es una fotógrafa italiana que está probando suerte en Nueva York. Liam un chef de alta gastronomía que regresa a su ciudad natal a devolverle orden a su vida. Un encuentro casual que marcará sus vidas. Un amor entre flashes y recetas culinari...