Prisionera

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Yaten nado tan rápido, como su larga y plateada cola de tritón se lo permitió, desde que había visto la cara apesadumbrada de Seiya, en su corazón se instalo el mismo miedo, un igual presentimiento de que las cosas solo se complicarían más, pero no tenía idea, de hasta qué punto eso sería una terrible realidad.

El olor a sangre, mezclada con lo salado del mar, instalo un miedo de muerte en el corazón de Yaten, muy atrás venía Motoki y la guardia que lo acompañaba, aceleraron al percibir el sabor en el agua, asustando a los peces con los que se topaban, su camino se torno rojo, la vida de uno de los suyos se escapaba lentamente.

Yaten emergió de entre la espuma, su larga coleta cayó como un latigazo sobre su espalda.

La escena no podía ser más desgarradora: el rostro de Taiki estaba siendo mojado por la escasa agua que llegaba a la playa, tiñéndola de escarlata, su cuerpo tirado sobre la arena, en un miserable intento por llegar al mar, unas aves de rapiña picoteaban su ya de por sí lastimada espalda, pero aún vivía, se aferraba a la vida, tanto como su piel a la poca humedad que había recibido del vital liquido.

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Usagi no sabía dónde se encontraba, en el camino había sufrido un desmayo, una luz caía sobre su rostro, se incorporo de golpe, estaba en una especie de lecho, creado con plumas blancas, suaves como la seda, su cuerpo estaba cubierto con una manta, no parecía tela común, parecía hecha de piel, pero era muy delgada, la aventó al suelo.

Y entonces ahí la vio, sentada en la ventana de donde provenía esa luz, la sirena Kakkyu, tan hermosa que le dolía: pechos perfectos, y una diminuta falda, largo y brillante cabello color de fuego, era mucho mejor que ella.

¿Por qué Seiya no se fijaría en ella? ¿Yo que tengo de especial? ¿Dónde estoy? Seiya, mi amor, ayúdame...

Sus miradas se encontraron.

—Tienes...piernas— fue lo que atino a decir entre tanta confusión.

— ¡Qué gran descubrimiento!— exclamo con fastidio— que bueno que ya despertaste, ahora ya puedo dejar de cuidarte.

— ¿Cuidarme?

—Tuviste fiebre toda la noche.

— ¿Es otro día? ¿Dónde estamos?

Kakkyu respiro el aire que comenzaba a lastimarle sus finos pulmones, necesitaba agua, y pronto, salió de la habitación, por una puerta de madera, que brillaba como si tuviera piedras preciosas incrustadas.

Usagi quiso correr hacia ella, pero la debilidad que aún tenía solo hizo que cayera de rodillas en el piso, duro de piedra gris, unos pasos se escucharon.

— ¿Pero porque no se consiguen a alguien más?— fue lo que escucho Usagi preguntar a Kakkyu.

Se dio cuenta que aún vestía solo su ropa interior, recogió la manta y se tapo con ella, como si eso pudiera protegerla, de algo que le decía su interior, sería el inicio de una larga pesadilla.

Kakkyu venía acompañada de Rubeus y del rey de los telquines, Diamante y otro telquín, Zafiro el hermano del rey, todos vestido con togas.

—Nosotros— respondió Rubeus a Kakkyu, mirando en dirección a Usagi— no soportamos a los humanos, son repugnantes, aunque un juguete muy interesante— terminó diciendo con un brillo malévolo en la mirada.

—Por el momento no necesitamos de tus servicios Kakkyu— hablo con voz penetrante Diamante— , así que Rubeus, sírvete con ella, solo mantenla apta, para que siga cuidando de mi hermosa presa.

Taiyou: Mi océano eres túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora