Todo empezó con el color rojo, mi primer recuerdo de la infancia, mi primer recuerdo de la adolescencia y mi primer amor. Cuando era tan solo un niño solía ir al río cercano de la casa de veraneo, hacia el norte de mi país, nadaba horas y horas por el día y por la noche hasta que el cielo se tornaba naranja y las nubes eran casi inexistentes pues estábamos en pleno verano, el sol era tan brillante en la bóveda celeste y, la luna lo era todavía más.
Uno de esos días, a la edad en la que comienzan a caerse los dientes delanteros y al sonreír los adultos se ríen y hablan de tu graciosa condición, una que otra vez oí decir, “ya está creciendo”, y yo, odiaba hacerlo, era una especie de Peter Pan que no quería crecer nunca más y volaba con polvillo de hadas, de la buena manera, ya conocería la otra en un futuro.
Odiaba el hecho de crecer por el hecho de que algún día tendría que morir, y no por el hecho de morir en sí más bien era que tenía que saberlo, eso era lo que me aterraba, aunque si existiera un libro en el cual estuviera relatada mi vida de inicio a fin no dudaría en leerlo, y aunque hubiera muchos errores creo que no los cambiaría porque aunque lo intentara era muy determinista para creer que algo en mi vida cambiaría, y hablando de cuestiones de muerte, el miedo comenzó con mi primer recuerdo.
Mientras nadaba por el río y el agua fría estaba calando mi huesos, era ya de tarde, ese espacio en el que todo el mundo descansa, que está en medio del día y la noche y es tranquilo, como si fuera un equilibrio armonioso del tiempo donde el sol estaba a punto de ocultarse, pero no para mí, no en ese momento.
Seguía nadando, en un momento ya iba a salir, el agua se tornó bastante helada y algo en el ambiente cambió al punto que hasta un niño podía sentirlo, el cielo se estaba tornando naranja pero el agua estaba roja, roja, demasiado diría yo, al inicio creí que se trataba tan solo de un reflejo del cielo, cogí un poco de agua entre mis manos para lavar mi rostro, tal vez era el calor, pero incluso en mis dedos se veía rojo, entré en desesperación, ¿cómo podía ser posible?, cuando, algo chocó contra mí, un bulto grande que casi me derriba, lo miré con atención, y si, era un cuerpo del cual emanaba sangre, mis ojos se abrieron y lo primero que hice fue gritar, no recuerdo más, después me encontraba en mi casa de veraneo bebiendo chocolate caliente, alguien tuvo que escucharme y me llevó en un estado de inconsciencia por el susto o simplemente porque fue la primera vez que vi a la muerte.
Seguí yendo a la casa cada año durante los meses de agosto y septiembre, intentando borrar esa huella de muerte que ese cuerpo vacío había dejado en mí, y, sin darme cuenta ya pasaron diez años, ahora era un chico saludable de dieciséis años con el cabello negro y las palmas rojas.
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El Rojo de sus Mejillas
Short StoryUn río, una casa de veraneo, una historia Finalizado