Ahogarse en un vaso de agua

21 0 0
                                    

No logré verlo por varios días, intentaba ir al río deseando encontrarlo saltando desde el punte y nadando contracorriente, porque siempre solía hacerlo, le gustaba ir en contra de todo, incluso del flujo del agua. Me quedé sentado en la orilla, sin creerlo, estaba tan cerca del río que incluso podría caer en él y ser tan azul como el agua, fundirme en ella, ¿en serio lo deseaba?, metí mis pies en el agua fría, me senté por horas, hasta que el frío del río amortiguara mis dedos y los hiciera púrpura, dolía, dolía el color azul del agua, dolía el color morado de mis dedos, dolía el rojo de sus mejillas.

Me levanté, era de noche tal vez las 6 y 55, vi el cielo, su color podía fundirse con el azul del río, quisiera sumergirme en él, volví a pensar. Me acerqué a su casa, estaban las luces apagadas, de seguro fue al pueblo con su madre, me senté en su puerta, no podía tocar el timbre, y tampoco verlo, deseaba huir de las cosas, como siempre, primero hui del río, luego hui de mi padre, y ahora huyo de él. Sin darme cuenta comencé a llorar, creyendo que fue la lluvia o esperando que fuera ella, seguí, lloré un poco más sin saber ya el por qué, no entendía este misterio del amor.

Un ruido me hizo volver, un ruido de quebranto, algo se había roto dentro de la casa de Ivo, sonó fuerte y sonó tan cerca, como si alguien dentro de mi boca rompiera algo en mis oídos, golpeé la puerta, una vez, nada, dos veces nada. “Ivo”, grité, nada. La única respuesta era una nada eterna.

- Ivo – Volví a gritar más fuerte, no había respuesta pero noté que la puerta estaba sin seguro, abrí lentamente la puerta y metí mi cabeza – ¿Hola? – Entré. Revisé el piso de abajo todavía a oscuras y luego subí, lentamente, escalón por escalón, deseando no hacerlo. Sentía miedo, mucho miedo, ¿de qué?, de la verdad.

Subí y vi el espejo del pasillo roto, hecho pedacitos en el suelo de madera, pasé sobre ellos, la puerta del cuarto de Ivo estaba semiabierta, la empujé y en el suelo estaba Ivo, lloraba, muy silenciosamente como siempre lo solía hacer. Tenía su cabeza entre sus rodillas y las abrazaba, fuertemente, solo, muy solo.

- Ivo – Susurré y me acerqué para abrazarlo, me empujó.

- Lárgate – Gritó sin verme, alzó su mirada y dijo – Solo, lárgate. Volví a abrazarle y recibí otro empujón.

Estuvimos entre forcejeos por unos minutos, yo intentando abrazarlo y el apartándome con fuerza hasta que recibí un golpe en la nariz y me alejé, coloqué mi mano en mi nariz, estaba sangrando.

- Lárgate he dicho – Volví a abrazarlo, no importaba, esta vez no forcejeó, puso sus brazos alrededor de mi cuello, y me correspondió el abrazo, lloró, lloró demasiado. Gotas de sangre caían por mi cuello, creyendo que era mi nariz me desapegué un poco, pero no, la sangre de mi nariz estaba en su cuello, no en el mío, revisé la manos de Ivo y noté que sus nudillos sangraban, estaban incrustados vidrios.

- Tendré que curar eso – Afirmé – Y esto – Señalé mi nariz riendo, el también rio. Traje alcohol de mi casa, intentando pasar desapercibido por mi madre, volví y comencé a limpiar la herida de Ivo, quitando los vidrios incrustados.

- ¿Te he dicho que odio el alcohol? – Sonreí – Aaah – De su boca salió un quejido de dolor.

- Entonces no deberías haber hecho eso – Le dije serio a lo que desvió su mirada y bufó.

- Deberías buscar una manera de distraerme mientras me curas, en serio duele – Me acerqué y le di un beso mientras ponía más alcohol en su mano abrió la boca por el ardor y metí mi lengua. Acabe el beso y sonreí, el igual lo hizo, estábamos de nuevo en nuestro mundo. Ahora sabía que no solo sus mejillas eran rojas carmín, también su sangre y tal vez también su amor.


                                       🚥

Estábamos acostados sobre la cama, bajo la manta azul, viéndonos al rostro, con una mano sobre su mejilla, y él con una mano sobre la mía, solo nos veíamos, como si no necesitaramos las palabras, sin necesitar incluso de algo más, solo nosotros necesitábamos, solo nosotros. Yo no necesitaba de él, él no de mí, necesitábamos de un nosotros.

- ¿Qué sucedió? – Me atreví a preguntar, sentí como trataba de huir del tema así que se dio la vuelta y dijo “iré a dormir”. Cerré los ojos y deseé que el día no acabara, y deseé poder dormir soñando con él aunque haya estado a mi lado.

El Rojo de sus MejillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora