Todo comenzó con el color rojo, tal vez de alguna manera finalice así.
El aire de la tarde llegó a mí con un presagio de cosas malas, intente no hacerle caso pensando en mi lindo chico pero el aire que vino tardó en irse, nunca se fue en realidad a lo largo de mi vida. Ese aire de "cosas malas". Me desperté temprano por la mañana aquel día, lavé mi rostro y vi mis hombros bronceados en el espejo; bajé a desayunar helado con frutas, recuerdo muy bien el sabor del helado, vainilla, la vainilla siempre me ha parecido algo simple, sin emociones, muy blanco para mi gusto pero el sabor de ese día no lo olvidaré, porque, así como el aire, tenía algo que me decía que había algo que no estaba bien.
Pase parte del día fuera, no llegué a casa para almorzar, tampoco sentía hambre solo unas ganas inmensas de ver a mi chico, de algún momento a otro son las cinco de la tarde, me acercó a la casa de Ivo, estaba oscuro de nuevo, ya no hubo necesidad de golpear la puerta, ya había pasado esto antes, solo deseaba que todo esté bien. Abrí la puerta con cuidado, no había nadie en el piso de abajo, su madre de seguro está tomando té en el pueblo.
Entré y subí directamente, la puerta de Ivo estaba cerrada, intenté abrirla pero el seguro me lo impidió, estaba asustado, volví a intentarlo, nada, nada de nada. Nunca había llegado a un punto de desesperación tan grande. Bajé las gradas de nuevo el busca de algo para romper la cerradura, llevé un cuchillo delgado, subí corriendo de nuevo e intenté forzarla, no lo logré a la primera pero seguí intentando hasta lograrlo.
No podía entenderlo.
No quería verlo.
Ivo estaba en el suelo con los ojos desorbitados convulsionando, un sobre de plástico vacío estaba a lado de su cuerpo, me acerqué y desde ese momento vi el tiempo pasar con demasiada lentitud, yo intentando reanimarlo, intentando hacer algo que no podía, el hospital quedaba a una hora del río. Dejó de convulsionar, su piel que antes era roja ahora ya no tenía color, dejó de respirar, vi cómo fue apagándose el rojo de sus mejillas. Lloré, lloré como aquella vez en la que me acurruqué en su pecho, hice lo mismo tratando de volver, vi el cielo, era el azul de las 6 y 55. Seguí llorando, tratando de volver, volver, ¿a qué?, al primer día cuando lo vi nadando en el río, a la primera vez que lo hicimos, a la primera vez que lo vi llorar, a la primera vez que me vio llorar y me acurruqué como ahora en su pecho; la primera vez que me dijo que le gustaban las efímeras, una efímera, eso fue nuestro amor de verano, aunque yo no sabía en ese entonces que lo amaría por siempre.
Me fui, dejé su cuerpo sobre la cama y lo cobijé, besé su mejilla sin color, busqué debajo de su cama donde encontré un diario, lo guardé y bajé las escaleras, cogí el carro de mi madre y me largué.
En la radio sonaba la misma canción que toqué para él aquella vez, el verdadero amor te encuentra al final, y con aquella canción me fui hacia la nada porque ya no tenía mi todo, ya no tenía el rojo de sus mejillas.
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El Rojo de sus Mejillas
Short StoryUn río, una casa de veraneo, una historia Finalizado