Los días siguientes pasaron en automático, sin darme cuenta yo de que el tiempo pasaba tal vez rápido o tal vez lento. ¿Sería porque siempre andaba de aquí allá pensando en él?Una noche soñé con él, pero fue tan real que al despertarme no lograba diferenciar si estaba todavía soñando o no, me pellizqué el brazo cerca del hombro, como en toda película cliché, esperando no despertar nunca.
Durante el sueño yo lo tomaba, tomar en el sentido follar, lo estaba follando suavemente, embistiéndolo hasta más no poder y llenándolo de mí, mezclando su yo con un yo etéreo, esperaba no despertar nunca.
- Para, por favor… - Me rogaba él, con ese sonrojo en sus mejillas – pa..ngh..para – Yo hacía caso omiso hacia sus palabras, necesitaba más de él, más de mí, más de nosotros siendo uno. Acabé fuera y mi semen manchó su espalda baja y desperté. Volvería a soñarlo una y otra vez, lo volvería a tomar.
Esa misma mañana fui de visita a su casa, con la excusa de que mi madre mandaba manzanas, que exquisita fruta, golpeé la puerta deseando ver su rostro, escuché unos pasos bajando las escaleras, sus pies deben ser pequeños, pensé ya que los ruidos eran tenues, delicados, como una bailarina de ballet experimentada. Me abrió la puerta y se sonrojó al verme parado ahí embobado con una canasta llena de frutas rojas.
- Hola – Dijo tratando de cortar el ambiente bobo que se había formado, respondí con un asentimiento de cabeza, estaba sin palabras. Su cabello castaño le caía en la cara como si la vida hubiera planeado hace quince años que debía quitárselo para ver sus ojos. – ¿Quieres pasar? – Preguntó suavemente, a lo que volví a asentir, creo que era lo único que lograba hacer.
Dejé la canasta sobre la mesa tras explicarle que mi madre las mandaba como una especie de ritual de bienvenida, me agradeció y subimos las escaleras, yo simplemente lo seguía, ante él no podía negarme. Su cuarto solo consistía en una cama con una manta azul, como deseaba cobijarme bajo ella a pesar del calor pues solo quería sentir su olor, tal vez era algo como un sudor dulce.
- Ya sabes…venimos solo por vacaciones – Se excusó tratando de explicarme por qué el vacío del lugar. Volví a asentir. No sé cuántas veces ya lo he hecho hoy.
Nos sentamos en el suelo con la espalda hacia la cama, en la cual coloqué mi cabeza, mi corto cabello negro se posó sobre esta manta azul y logré percibir un poco de su aroma, dulce, pensé.
- Nunca te he visto entrar al río - ¿Me ha estado observando?, me sentí avergonzado aunque traté de hacerlo para nada notorio
- No suelo hacerlo
- ¿Por qué? - ¿Y ahora que respondía? No podía decirle sobre mi trauma de la niñez, no quería que me viera como alguien cobarde, aunque haya sido solo un niño.
- Suelo tenerle alergia a los peces – Que respuesta más tonta se me ha ocurrido, me di una cachetada mental y, de pronto oí una risa, la risa más linda que he escuchado, se veían sus blancos dientes y su lengua rosadita, sus ojos se cerraban y se formaban pequeñas arruguitas alrededor de estos.
Me contagié de su risa y estuvimos un rato más conversando, creyendo que ese cuarto con aquella manta azul era un océano y creyendo que aquel cuarto era nuestro mundo.
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El Rojo de sus Mejillas
NouvellesUn río, una casa de veraneo, una historia Finalizado