Toqué la guitarra que tenía empolvada en el armario solo para él, aquella guitarra que solía ser de mi abuelo y tal vez del abuelo de este, incluso tal vez fue la primera guitarra del mundo, hecha solo para este momento; una canción de dos estrofas que, por el resto de mi vida, recordaré, el verdadero amor te encuentra al final, decía la primera línea. Mientras la tocaba me miraba, con una media sonrisa que me derretía, y con los ojos fijos en mí, como si solo yo existiera para él, porque por lo menos solo Ivo existía para mí.
Nunca olvidaré esa tarde, por dos razones, una por ser las 6 y 55, mi hora favorita del día, sentía, siempre a esa hora, que era demasiado irreal, me encontraba a cinco minutos de la noche, me encontraba a cinco minutos en lo que podía dejar de existir así como el sol lo había hecho, tornándome azul claro, un azul fuera de este mundo, y luego simplemente oscurecer y ser una negrura intensa que estaba presente en todo lado y a la vez presente en la nada.
Acabó la canción a las siete en punto, lo recuerdo como una crónica escrita por Capote, nos recostamos en su cama, sobre el mar, sobre su manta azul, estábamos en nuestro propio barco iluminado solamente por la tenue luz colgante del techo, por la ventana ya no entraba signo de luz, la luna se había escondido tras una nube, pero es que no necesitábamos luz, él era mi luz, él era mi todo.
Siempre iba a amar ese verano como lo amé a él, porque ese verano era parte de él, no al revés, porque algo tan bello no puede ser parte de algo tan simple como el verano, como esta casa, no podía ser parte de nada porque él era todo.
Nos quedamos en un trance que podría durar siempre, me veía, lo tocaba, nos besábamos.
- No podría ser más feliz – Susurró, ¿cómo podría haber sabido que era un cruel mentira si lo decía de esa manera más dulce?
- Te amo – Susurré de igual manera, y dejé un beso en su frente
- Nunca lograríamos conocernos por completo – Su afirmación me sorprendió como un perro que te ladra saliendo de la nada
- Tenemos mucho tiempo para hacerlo – Respondí muy seguro
- Ni con todo el tiempo del mundo lograría conocerte – Dio vuelta hacia el techo – Eres como, como un planeta, tienes muchas ciudades, muchas estaciones, muchos mares, muchos lagos, muchos animales, muchas fases, eres tú, nunca podría conocerte, siempre tienes un nuevo lunar, o algún cabello fuera de lugar cada día, a veces pronuncias una nueva palabra que tal vez sacaste de un libro antiguo, a veces también tus ojos tienen restos de lágrimas aunque no me lo digas, nunca podría saber cada cosa que pasa por tu cabeza – Suspiró, estaba emocionado, nostálgico – Y, a veces también necesito desconocerte para poder legar a ti
Lloré y él me abrazó, me acurruqué en sus brazos como un niño pequeño que se ha lastimado una rodilla, pero nunca podría comparar el dolor de una rodilla con el del corazón.
Acarició mis cabellos, suavemente, pasando mis hebras negras por sus dedos, y noté que no se podrían fundir mi cabello negro y sus delicados dedos.
Me abracé más a él y lloré todavía más. Por la mañana desperté solo, fui a su baño y aspiré el olor de la humedad recién pegada en las paredes, lavé mi rostro y fui en su búsqueda. Lo encontré en la orilla del río, había metido sus piernas sin sacarse las medias, otra vez yendo contracorriente, pensé. Lo llame por su nombre, "Ivo", pero seguía en su mundo, como si aquel río fuera su mundo entero, y de alguna manera también el mío, el lugar donde me vi morir y el lugar donde renací la primera vez que lo vi.
Me acerqué más y me deshice rápidamente de mi pantaloncillo, ingresé en el agua, después de tantos años se me hacía desconocida, demasiado fría. De mí salió un quejido y capturé la mirada de Ivo. Me saludó con su mano y un gesto de asombro. Se acercó a mí.
- Pensé que le tenías miedo – Me dio un beso en la mejilla y, sin darme cuenta me botó, el agua helada empapó mi camiseta y entró en mi piel como pequeñas agujas, Ivo se levantó y salió corriendo sin lograr llegar muy lejos. Fácilmente logré lanzarle agua e intentó esquivarla, no lo logró, me acerqué hacia él y esta vez fui yo quien lo tumbó hacia el agua pero logró agarrar mi mano y, caí sobre él.
Le robé un beso.
Seguimos hasta medio día jugueteando por ahí.
La segunda razón por la que recordaría esa tarde fue porque iba a ser la última, nuestro mundo acabaría a las 6 y 55 de la siguiente tarde sin yo siquiera saberlo.
Adiós mi querido mundo rojo, adiós mi muchacho de mejillas rojas, simplemente adiós.
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El Rojo de sus Mejillas
Short StoryUn río, una casa de veraneo, una historia Finalizado