Capítulo 3

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- Solo te voy a pedir que la cocina no sufra ningún desperfecto. Ni platos rotos, ni montañas de boles sucios, ni harina hasta en los tenedores del cajón, ni incendios accidentales de horno...

- Miriam, voy a hacer una tarta, no a preparar una bomba para la 3ª Guerra Mundial –tranquilicé la tensión de mi amiga mientras anudaba mi nuevo delantal en la espalda- puedes irte al sofá y relajarte, está todo bajo control.

- Relajarme contigo en la cocina –comentó mientras salía hacia el salón- ¡Claro que sí! –gritó irónica-.


Sonreí para mis adentros a la par que organizaba todos los ingredientes recién comprados en la encimera de la cocina, dispuesta a copiar íntegramente la tarta Red Velvet de mi madre que lleva apasionándome años y años.


La primera mañana de universidad había resultado bastante mejor de lo que mi negatividad esperaba y bastante peor de lo que mi yo de 10 años imaginaba, a pesar de que, con la entrada al instituto, las expectativas de vivir una experiencia del calibre de High School Musical se desvanecieron paulatinamente. En resumen, no había fracasado y por lo tanto, debía celebrarlo.

A mediodía, Raoul, Amaia, una chica pamplonesa que estudiaría con nosotros, y yo, decidimos comer en un restaurante cercano a la facultad con la intención de conocernos un poco mejor y, para mi fortuna, el encuentro fue muy agradable. Además, optamos por mantener conversaciones en las que primaba la falta de vergüenza y las carcajadas podían escucharse desde cualquier mesa del lugar, e incluso, estoy segura que desde el exterior también era posible. Éramos tres perdidos, en todos los sentidos, preparados para comenzar una vida nueva en la capital del país. No sabía si mejor o peor, pero una vivencia así estaba segura de que adoptaría un sabor diferente con ellos.


Un sabor que debía cuidar, primeramente, con el postre a punto de comenzar que tenía delante de mí, pues el exceso de azúcar era mi mayor fallo en la repostería y no podía arriesgarme demasiado si iba a presentar tal creación a un público desconocido.

Miriam decidió no ponerme al corriente, o al menos darme algún detalle de cada uno de sus amigos para que, textualmente "descubriese por mí misma y me llevase el susto en directo", así que me mentalicé de que debía tratar de ser simpática y agradable, con un escudo hacia las barbaridades que suponía que escucharía a lo largo de la noche.


Continué siguiendo la receta que mi madre me había detallado por WhatsApp, ilusionada por mi decisión de cocinar su receta estrella por mi cuente, y tras un par de horas de lucha con la temperatura del horno, los minutos de preparación de cada ingrediente, colorante rojo por el suelo simulando una matanza e instrumentos de cocina sucios repartidos por todos lados, haciendo caso omiso a la previa súplica de Miriam, terminé mi maravillosa tarta, con la correspondiente foto en cada mensaje hacia mis seres queridos.


Y llegué a él.


No había contestado a su mensaje de ánimo de esta mañana y había olvidado por completo que debía hacerlo, así que limpié todo con lo que había arrasado y me dirigí a mi cuarto, tras observar que mi compañera se había quedado dormida en el sofá en su intento número 58 de terminar de ver Game of Thrones.

Llamarlo sería la mejor opción. En parte, tenía muchas ganas de escuchar su voz.


Un toque.

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