Capítulo 10

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Bailes desenfrenados, coreografías que no deberían ser dignas de recibir ese nombre, pasos arrítmicos, pasos que ni tan siquiera podía coordinar al olvidar por completo qué pie debía ir primero para avanzar un mínimo de veinte metros, carcajadas sin venir a cuento, palmas que ni de lejos colisionaban al compás y copas. Mucho Puerto de Indias con Sprite. Con poco Sprite, pero mucho Puerto de Indias.


El pedo de mi vida.


Tal y como ella calificaba sin rodeos.

Amaia siempre definiría las situaciones inmejorablemente.


Aproveché la noche como no había aprovechado ningún minuto desde hacía mucho tiempo. Jugueteé, coqueteé, me tomé la libertad de sentirme libre y dejar que mi cuerpo fluyese con la música y entre la gente como yo había sido incapaz de hacerlo a lo largo de toda mi vida. Y joder, sentaba muy bien.

Sentaba bien hasta que llegaba el ibuprofeno, sin intención alguna de actuar con el dolor de cabeza que convertía el sonido de un suspiro en el rugido de un león. Hasta que los apuntes que había tomado durante mis semanas universitarias, sin coherencia alguna, quedaban perdidos en algún documento aleatorio de mi viejo ordenador, mezclando datos de Historia del Arte con Tecnología Digital. Hasta que el orden que había jurado seguir, se desvanecía poco a poco.

Hasta que mi cama, con los pelos de Amaia descansando sobre la almohada, me absorbía sin pretender dejarme marchar.

Reuní todas las fuerzas posibles para dirigirme a la ducha y castigarme con los chorros de agua fría a presión chocando con mi cuerpo. Despertándome o descargándome en cuanto a fuerza se refiere por completo, pero sin duda, eliminando cualquier rastro de templanza que albergase en aquel momento.



- Nada, Miri, voy a salir un rato con Amaia y Raoul, pero me tomo una copa y me vuelvo pronto porque mañana quiero aprovechar y ser productiva.

- Cierra el pico.


Ignoré por completo la imitación burlesca de Miriam mientras apuraba su café solo con hielo en la barra de la cocina, dedicándole una mirada asesina, y con el cabello empapado cayendo sobre mis hombros, me serví un vaso de leche con un par de galletas de chocolate.


- ¿Qué se hace cuando tienes resaca, tía? –suspiré, apoyando mis codos en la encimera mientras esperaba a que el microondas calentase mi desayuno, acariciando mi cuero cabelludo con las yemas de mis manos.

- Hm –pegó su último sorbo, volviendo a entrar en la cocina para guardar la taza en el lavavajillas- yo suelo sentarme ahí –señaló el sofá- volver allí –indicó su cuarto esta vez- y jurar por mi vida que no voy a beber nunca más mientras me tomo litros de agua como si fuese aire. –posó sus manos en mis hombros y masajeó en un gesto rápido mi espalda.

- ¿Funciona para que todo te deje de dar vueltas y quitarte la sensación de seguir escuchando las voces de la discoteca? –pregunté esperanzada, separándome y añadiendo dos cucharadas de ColaCao a la leche.

- No, claro que no. –negó animadamente, apoyada en la encimera sobre un brazo- Sentirte como una mierda te vas a seguir sintiendo durante unas horitas, y más teniendo en cuenta como vinisteis, amiga. –roté mis ojos, frunciendo el ceño, intentando recordar algún detalle de nuestra llegada. Negativo- pero engañas al cerebro como el 99% de la población y, ¡andando!

Imperfectos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora