Capítulo 1

2.5K 50 15
                                    


A lo largo de mi vida, la palabra "vértigo" ha ido aferrada a mí como si de un imán a un enorme trozo de metal se tratase. Era la primera fobia que bombardeaba mi cabeza en todo momento y ni tan siquiera era capaz de asomarme a través de un balcón con una distancia de más de siete metros por encima del nivel del suelo, y mejor no hablar del pánico a subir a una montaña rusa que no se encontrase en la sección infantil de un parque de atracciones. Tal vez era miedo a verme derrotada en un segundo por la gravedad. O miedo a sentirme cada vez más indefensa, y dejar que mi inseguridad inunde cada parte de mí, entrando en juego una perspectiva diferente de ver la palabra. El miedo a fallar. El miedo a caer. El miedo a ser destrozada en todos los sentidos posibles.

Una caída digna de ser sinónimo de fracaso, de decepción.

Vértigo que ya no equivale a caer desde la torre más alta, sino a no verse capaz de arriesgar y llenarse de confianza para comenzar un camino hacia lo que siempre había soñado. Por miedo a un "no", por no ser suficiente, por no querer subir ningún peldaño en la escalera de la ilusión y no amargar el sabor de la derrota.

Vértigo en todas sus facetas. Fobias enlazadas entre sí que habían decidido acompañarme como si de mi sombra se tratasen, sin intención alguna de marchar, e incluso tomando más relevancia que mi propia persona.



Salí de la cama a pesar de que todo músculo de mi cuerpo había retenido esa acción hasta el último segundo, el segundo que diferenciaría mi primer día en la universidad de ser el más desastroso del año, bañado en impuntualidad, o por el contrario, de intentar ser esa alumna responsable que planificaba ser cada septiembre desde que tenía uso de razón.

No podía no elegir la primera opción.

Miré mi reloj y divisé las 7:30 pidiéndome rapidez, como si de una cuenta atrás se tratase. Llegué a la cocina de mi pequeño piso compartido y observé una taza de café con una notita al lado:

Esto puede parecerte digno de película americana,

y te recomiendo que no te acostumbres.

He preparado café y aun conociéndote poco, sé que vas apurada de tiempo. Escuché Netflix a las 3:20 de la mañana, así que ahora no serás persona.

Y no te recomiendo llegar tarde en tu primer día de uni. Por experiencia personal.

¡Suerte y date prisa! Sé que te irá genial.

PD: Esta noche llegaré tarde a casa... un plato de tu crema de verduras como la del miércoles no estaría nada mal para cenar.

:) Miriam

No pude evitar sonreír mientras servía azúcar y unas gotitas más de leche al café que me había preparado Miriam. Removí cielo y tierra buscando piso cerca de la facultad sin necesidad de gastarme un riñón en una ciudad como Madrid. Y bueno, no vamos a engañarnos, me lo gasté, y me lo gasto, y me lo gastaré durante los próximos años, pero hacerlo con Miriam superó mis expectativas comparándolo con las ideas que mi cabeza organizaba tras tomar la decisión de mudarme a la capital.

Fue una verdadera casualidad, un golpe de suerte que te llega una vez en la vida y que, en mi caso, fue difícil de asimilar. Yo, con suerte. Yo. Con suerte. Creo que marqué el día en el pequeño calendario de mi mesilla de noche, y no era para menos.

Adrián, mi mejor amigo de toda la vida, tiene un hermano un par de años mayor, Dani, estudiante de Bellas Artes en Madrid. Dani coincidió con Miriam en diversas clases durante su primer año de carrera y mientras mi amigo y yo revisábamos una y otra vez diversos portales de pisos por internet desde mi casa en Sant Climent, Barcelona, contactando con un número indeterminado de inquilinos, una pequeña bombilla se iluminó en su cabeza y decidió hacer una llamada a su hermano mayor, por si sonaba la flauta.

Imperfectos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora