Capítulo 8

1.4K 52 15
                                    

- No es la tuya, pero... te vendrá muy bien tomar esto.


Pequeños destellos de luz procedentes del pasillo del piso y motas de claridad que atravesaban las dos rendijas de la persiana que no se cerraron ayer, acompañaron a mis ojos prácticamente cerrados a observar como el cuerpo de Miriam y una pequeña bandeja se aproximaban al lado izquierdo de mi cama.


- ¿Cómo te encuentras? –susurró, posando su mano en mi frente tras dejar aquella bandeja sobre mi mesilla.

- ¿Se ha ido?


Respondí con la pregunta de la que dependería mi contestación.

- A las nueve y media.


Me incorporé, encendiendo la luz para permitirme ver cualquier rastro que hubiese dejado en mi cuarto.

Nada.


- Ha vuelto a Barcelona, Aitana. No sé nada más.


Y tampoco era necesario dar detalles al respecto, mucho menos ahora, cuando todo estaba más claro que nunca, y yo tan opacada como siempre.

Sus confesiones llegaron tarde y en el momento incorrecto, a pesar de que irónicamente, era la situación más esperada.

No era capaz de actuar. Mi interior me gritaba una y otra vez que impactase mi mano contra su rostro, que resurgiese, que volviese a ser esa persona capaz de todo, capaz de luchar por ella, encararse con cualquiera que no la valorase como humana. Que no cayese en el sentimiento de inferioridad que día tras día la abrazaba por dentro, provocando un agobio que no podía abandonar, pero al mismo tiempo, sus músculos no reaccionaban para desprenderse de ello.

Paralizada, con un bombardeo de reproches sin sentido que se arrojaban por todo mi cuerpo de manera intermitente, y mi silencio como única respuesta ante sus gritos desmedidos.


- No, pequeña, no llores, te lo pido por favor.


Los brazos cálidos de Miriam me rodearon, como golpe de realidad y pañuelo para absorber las lágrimas que prometí no derramar y que empezaban a brotar de mis ojos sin intención alguna de frenar, sin dejar que yo las parase.

No hablé. Las palabras estaban sobrevaloradas en aquel momento y Miriam comprendió mis pensamientos a la perfección, apretándome con mayor fuerza aún y deslizando su mano con suavidad por mi espalda en un gesto fraternal, durante algunos minutos, hasta que fui incorporándome de nuevo, apoyada en mi almohada y retirando lágrimas con mis dedos.


- ¿Sabes esa sensación de saber que debes estar dolida por algo, y en cambio sentirte aún más herida por otra cosa? –suspiré, evitando ahogarme en sollozos de nuevo.

- Explícame eso. –tomó mis manos, asintiendo ligeramente-.

- Siento un peso muy grande en la espalda, una presión enorme en el pecho, pero lo más extraño de todo es que no viene a causa de todo lo de ayer ni de las palabras de Vicente. –respiré hondo- Esto viene por mí, por mi inseguridad, por la nula confianza que tengo en mí misma. Por no ser capaz de sentirme suficiente en nada y para nada. Porque todo lo que él me dijo ayer, no me dolió por la manera en la que lo hizo. Me rompió el asumir su discurso, quedarme callada y no reaccionar. Me rompió no poder hacer nada para defenderme y simplemente aceptar que lo que salió por su boca, realmente me describía. –mi voz se quebraba por instantes- Sentí que él tenía razón, Miriam.

Imperfectos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora