Capítulo 5

1.2K 65 11
                                    

- Ya lo sabía.

- Luis, lo siento muchís-

- Déjalo, Graciela –solté una ligera risa desganada en un suspiro, colocando de nuevo la taza de café en la mesa del bar que tantos de nuestros desayunos había presenciado y que no iba a tener el lujo de volver a hacerlo- ¿Puedo volver ya a casa?

- Luis, de verdad que n... -su mirada arrepentida y sin arrepentimiento al mismo tiempo se clavó en mí, frunciendo su ceño, obteniendo una respuesta nula por mi parte. Tomó mi mano y me deshice de ese contacto al instante.

- ¿Puedo irme? –formulé de nuevo, inexpresivo-.

La sentí hacerse pequeña mientras su brazo permanecía estirado sobre la madera y su mirada caía poco a poco para darme libertad y poder salir de allí.


Fin.

Fin de una etapa, fin de un camino.

De la manera más enrevesada posible, haciendo alusión a diversas metáforas, dichos populares y palabras incomprensibles que solo retorcían la conversación, –o, en este caso, el monólogo- Graciela me confesó lo que mi cabeza había asumido una vez hubo retenido la información de aquellos breves mensajes nocturnos.

Me había sido infiel. En repetidas ocasiones.

No me sorprendía. Lo que más me sorprendía era que no me decepcionaba. Me decepcionaba a mí mismo por no ser capaz de querer, por no asimilar que las relaciones de pareja se cuidan día a día, y mi subconsciente, por costumbre, me culpó aún más. No pensaba darme tregua, ni a pesar de ser un cornudo.

Pero era cierto. Tal vez el modo en el que Graciela había actuado era el menos adecuado, pero al fin y al cabo no dejaba de ser comprensible. A esta conclusión llegué la noche anterior entre mis sábanas. Estar con un tío que vive amargado y con el que últimamente tan solo compartías ratos de sexo esporádico, no era el plan ideal de vida a los 26 años.



Decidí hacer una breve parada en casa para coger cualquier ropa de deporte que tuviese en algún recóndito cajón del armario y dirigirme al gimnasio que más cerca se encontrase para inscribirme inmediatamente. Necesitaba liberar todo el amasijo de tensión que mis brazos guardaban –o al menos, eran los encargados de recibirla íntegramente, pidiendo a gritos que fuese expulsada- y no encontraba mejor opción.


Boxeé, corrí y levanté peso.


Dos horas más tarde, la ducha eliminó todo rastro de agotamiento. Y de sudor por cada poro de mi piel. Inmerso en ningún pensamiento mientras divisaba las gotitas impactar contra la pared, el timbre me sobresaltó.

Una vez.

Y otra.

Y otra más.

Salí volando, anudando mi toalla a la cintura, escuchando por milésima vez aquel sonido irritante.

- ¡Que ya va!


Pum.


- Estoy harta, Cepeda. Muy harta.

- ¿Qué? –me aparté de la puerta, dejando entrar al huracán que pretendía arrasar conmigo, sin encontrar un porqué.

- Te tengo que entender, ¿no? Todos te tenemos que entender –su tono de voz iba en alza conforme avanzaba- Todos tenemos que entender que estés deprimido, que no quieras hacer ni tan siquiera un plan con nosotros, que tengas mala cara en una "fiesta" –gesticuló comillas con sus dedos- de bienvenida, que contestes borde, o que ni contestes. Que haga meses que no mantenemos una conversación fluida y sin volver al mismo tema de siempre. Tenemos que entenderte porque, coño, eres Cepeda, y lo estás pasando mal. –burló- Tenemos que entender que apagues tu teléfono y no respondas una puta llamada. Y joder, estoy hasta los cojones de empatizar contigo. Hasta los putos cojones, Luis. –tragó saliva en una milésima de segundo para bajar el ritmo. O no- Sé que has pasado por un momento horrible, sé que quiera o no te va a marcar toda tu jodida vida, pero ya te dije todo anoche, y ahora ya no me voy a callar. Porque estar mal es una cosa, si no quieres levantarte es una cosa, pero tomarte el derecho a arruinar a la gente que ni siquiera conoces es algo que no voy a tolerar.

Imperfectos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora