uno.

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—¡No!— chilló el japonés al girarse y ver el rostro del pálido chico que se sentaba en la mesa de atrás. En cuanto las palabras salieron de su boca el otro chico se sobresaltó, al igual que media clase. Los demás alumnos cuchicheaban y miraban asqueados la escena, y solo algunos estaban ayudando al joven culpable de todo.

—Usted.— dijo el profesor llamando al muchacho lleno de vómito— Dese una ducha y cambiese la ropa.

El chico asintió satisfecho y haciendo una torpe reverencia salió del aula con prisas. Dios, se estaba muriendo por darse una ducha, con el potente olor de aquella sustancia estaba comenzando a marearse y sentía que en cualquier momento él también podría soltar todo el desayuno si permanecía con aquello en su espalda.

Pensó que no podía haber algo peor que eso, que alguien te vomitase en la espalda, pero en seguida recapacitó, sí podría haber sido peor, ese chico podría haberle vomitado en la cara y tenía claro que no se habría contenido de darle un puñetazo, por muy enfermo que se encontrase.

Para su suerte, no tardó mucho en llegar al baño. Se quitó la camiseta con precaución y después observó el manchurrón húmedo que caía por esta.

Dios, que asco.

Por otro lado se sintió en cierto modo aliviado, al menos el vómito era acuoso, no habría soportado ir lleno de tropezones.

El chico notó como la bilis le subía solo de pensar en ello así que tiró la prenda a quién sabe dónde.

Se quitó la demás ropa con toda la rapidez que pudo, evitando mirarla por si contenía algo de vómito. Se metió a la ducha con un movimiento apresurado y dejó el agua caer sobre él.

Por otro lado el chico enfermo estaba siendo atendido por varios estudiantes a los que aún no les ponía nombre, pero dió gracias a que fueran tan amables y comprensivos, habría sido una pesadilla que todos lo odiasen por lo que acababa de suceder.

—¿Te acompaño a la enfermería?— se ofreció una chica con el ceño fruncido, preocupada. Antes de responder nada, el joven rubio miró al profesor pidiendo permiso, el profesor no contestó, pero de alguna forma entendió que le estaba dando permiso. Asintió nervioso a la chica y en un visto y no visto estaban fuera del aula.

—¿Estás enfermo? No deviste venir a clase hoy.— comentó la chica mirando al chico mientras caminaban en dirección a la enfermería. Éste, avergonzado, se dedicaba a mirar sus blancas zapatillas como si le fuera la vida en ello. Después de unos segundos las chica propinó un par de palmaditas en la espalda del chico.— Hombre de pocas palabras.

Él asintió despacio. Miró a la chica con los labios fruncidos.

—Esta mañana me encontraba bien, no sé que ha pasado.— dijo al fin, desviando de nuevo la mirada hacia las zapatillas. La chica mordió sus carrillos, pensando en que podría haberle sucedido al chico.

—Puede que algo que comiste te sentara mal.

Eso dejó al joven rubio pensando, ¿le habría sentado mal el zumo de manzana? No le parecía algo probable; todos los días tomaba zumos de manzana y nunca le había sentado mal.

Entre pensamientos llegaron a la enfermería, donde una amable mujer lo recibió.

—Mi trabajo aquí ha terminado,— comentó la chica antes de que el rubio entrase a la enfermería.— ¡nos vemos!— se despidió.

Aquella chica le había caído bien, quizás era su oportunidad para hacer amigos... Hablaría con ella más tarde. Pero ahora no era momento para pensar en ello, por lo que atendió a la mujer que lo acompañaba por un estrecho pasillo hasta llegar a una salita con varias camillas.

—Eres Dong SiCheng, ¿cierto?— preguntó con una amplia sonrisa. El aludido asintió y la mujer de buena gana le pidió que esperase un rato, que en seguida volvería.

A los pocos minutos la mujer apareció con buenas noticias para SiCheng.

—He llamado a tu casa, vendrán a recogerte.— le informó. Miró al chico, que seguía pálido, aunque él no se encontraba mal, parecía que se le había pasado todo de golpe.— ¡Tienes la camisa manchada!

Miró su camisa, en efecto, parecía que le había caído un poco de vómito, aunque no tenía comparación con lo que había caído en la espalda de su compañero. Suspiró pesadamente, debería disculparse con el chico.

—Espera aquí, te traeré algo limpio.— dijo la mujer volviendo a desaparecer por el estrecho pasillo. SiCheng, algo aburrido de no hacer nada se tumbó en una de las camillas y miró el techo.

Estuvo así un rato, con la mente totalmente en blanco y sin apartar la vista del techo, hasta que escuchó la puerta abrirse. Sintió el alivio recorrer su cuerpo, quería cambiarse la ropa e irse de allí tan rápido como el viento.

—Señorita enfermera, necesito ropa de recam—

Esa no era la voz de la enfermera, más bien era la voz de un chico. Un chico que se calló en cuanto vio al rubio causante de su molestia. Mientras tanto el rubio notó como la sangre se le subía a la cabeza, acababa de entrar un chico sin camisa como si nada, y para colmo era el chico al que había vomitado enterito.

—¡Oye, tú!— exclamó el chico sin camiseta cruzándose de brazos, a los ojos de SiCheng parecía enfadado, y de hecho lo estaba.— ¿No podías haber soltado todo hacia otro lado? No es nada cómodo sentir tu espalda llena de vómito.— se quejó bufando.

El rubio apretó los labios con nerviosismo, creía que iba a morir de vergüenza, arrepentimiento o enfado incluso, ni siquiera estaba seguro de que sentía, solo sabía que quería que la tierra lo tragara y lo tirara en la otra punta del mundo.

juice ;;ʏᴜᴡɪɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora