dieciséis.

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—¡¿Qué qué?!— preguntó a grito pelado la muchacha, levantándose de la silla como si tuviese un muelle que la hubiese impulsado.

—¿Dónde está?— preguntó el otro tratando de limpiar con servilletas de papel el poco café que derramó al escuchar la noticia.

Taeyong los miró como si de dos locos se tratase, él solo les había ido a informar de lo que había sucedido con SiCheng y ellos habían montado todo un espectáculo. Aunque tenía sentido ya que eran los más cercanos al chino; las pocas veces que lo había visto siempre estaba acompañado de uno de aquellos dos. Comprendió que estuviesen preocupados.

—Está en la enfermería, lleva allí un buen rato, aunque ya tiene mejor cara.— explicó el chico de pelo rojizo, un color muy interesante, pensó ChanYoung.

La chica y el japonés se miraron el uno al otro durante unos segundos.

—Vete yendo, pago los cafés y voy para allá.— dijo ChanYoung, a lo que Yuta asintió. No tardó a penas unos segundos en estar en la calle, caminando tan rápido como sus piernas le permitían.

                                       ~🍁~

Tenía algo de frío, pero no había nada que pudiese hacer para remediarlo, solo esperar a que la amable enfermera volviese. Lo único que pudo hacer fue cerrar la ventana de la sala, pero no calmó los escalofríos que recorrían su delgado cuerpo.

Además del frío, SiCheng se sentía mal. A parte del dolor de estómago, claro. Es que, con aquella situación, no pudo evitar recordar el día en el que conoció a ChanYoung. Pero sobretodo, no podía evitar pensar en como conoció a Yuta. En como la vergüenza lo consumía, y en como, lo admitiese o no, había llegado a querer a aquel chico.

Y se arrepentía por haber sido tan bobo, y lo admitía, sentía algo por el japonés. Le gustaba. Le parecía atractivo, tanto por su físico como por su personalidad cariñosa. Y quizás aquello era lo que le gustaba de Yuta, su cariño.

Hacía un par de noches había meditado sobre aquello. Yuta era lo que SiCheng necesitaba, necesitaba sus mismos y el sentirse querido por alguien, sentirse deseado. A fin de cuentas, no sentirse solo. Había tenido a ChanYoung, aquella astuta chica que lo acompañaba allá donde iba, pero sabía que no era suficiente. Sabía que necesitaba al japonés.

Incluso estuvo dándole vueltas al rechazo que le dió al mayor. Y llegó a sentirse mal por ello aún cuando en aquel momento había estado seguro de no sentir por Yuta más que amistad. Pero ya era agua pasada, de todos modos, parecía que nunca jamás volverían abrazarse siquiera.

—¡SiCheng!— lo llamó una voz desesperada.

—¡No corras por el pasillo!— se quejó un hombre de voz rasposa. Poco después la puerta de la salita se abrió de un solo golpe, trayendo consigo una fría corriente de aire que hizo a SiCheng tiritar.

Vio al muchacho quieto bajo el marco de la puerta, parecía agobiado. La situación le podía, estaba preocupado por el chino, ¿y si moría y ellos dos seguían peleados? Nunca se lo perdonaría.

Yuta era demasiado dramático.

El mayor se lanzó sobre el rubio tras unos segundos, rodeándolo con sus fuertes brazos. Y ya, sin importarle nada, SiCheng se agarró del cuello del otro. La posición no era la más cómoda, —uno sentado agarrándose del cuello del otro, que se mantenía de pie con la espalda encorvada— pero no parecía importarles.

SiCheng se apretó más contra el pecho del mayor, sintiendo la calidez de este y la fragancia a limpio que desprendía su ropa.

—Winko— lo nombró Yuta mientras pegaba su mejilla sobre la cabeza del rubio. Poco a poco, SiCheng se fue desenredando del cálido abrazo, cosa que le resultó complicada al notar que el mayor no pretendía terminar con esa muestra de cariño tan pronto.

—¿Sí?— preguntó, mirándolo a los ojos. Observó el rostro, ahora más sereno, del castaño. Tenía las mejillas coloradas y el pelo revuelto. Y no pudo pasar por algo la sonrisilla bobalicona que se mantenía en su rostro junto a aquellos ojos brillantes que había esperado tanto tiempo para ver de nuevo. Y la espera mereció la pena.

—Te eché muchísimo de menos.— murmuró, y de pronto sus ojos comenzaron a brillar por alto más que felicidad, lágrimas. SiCheng no supo si eran lágrimas de felicidad o de cualquier otra cosa, solo dejó que el muchacho se agachase levemente y se deshaogase sobre su hombro, lloriqueando y murmurando palabras sin coherencia.

—Ea, ea, ya está.—palmeó la espalda del japonés, susurrándole para relajarlo. De verdad, tan dramático.

El sonido chirriante de las suelas de zapatos por el resbaladizo suelo del pasillo los interrumpió.

—¡Dong, dime que estás vivo, por favor!— chilló la pequeña chica de cabellos negros al entrar a la pequeña sala. Poco después llegó aquel chico pelirrojo que ayudó a SiCheng con su pequeño percance. ChanYoung analizó la escena mientras Taeyong cerraba la puerta.— ¿Interrumpimos algo?

—No, nada.— respondió Yuta con voz pastosa, despegando su rostro del cuerpo del chino, limpiándose algunas de las lágrimas que derramó con el dorso de la mano.

ChanYoung observó a Yuta mientras se alejaba de SiCheng para darle algo de espacio

—¿Qué tal estás, SiCheng?— preguntó la muchacha , acercándose al rubio entonces. Sicheng sonrió avergonzado. Supo ver el doble significado de aquella pregunta.

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juice ;;ʏᴜᴡɪɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora