El viento en las copas

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Ese árbol solitario en la cumbre de la colina,
ausente de la pequeña juventud que rueda a sus pies
sobre el verde brillante
y sobre los temblorosos dedos enterrados,
fiero, firme, indiferente al olvidado vértigo
del columpio multitudinario,
ese árbol cuyas hojas bailan una música inaudible,
anhelantes, braceando en el océano celeste
como un próximo ahogado,
aislado, atento a sí mismo y a la circulación de la tierra,
a su respiración,
al viento que muge sordamente
y pasa como una vaca sagrada...

Ese árbol no escucha el resto de voces en la sombra,
solo mira al cielo esperando otra violenta caricia
que traiga sueños de los límites cósmicos,
los remolinos de las órbitas planetarias,
lejanos cantos de tierras extranjeras
-de la tuya, dorada-,
espera los perfumes de las flores azules
que crecen en los altos ventisqueros,
el sabor de las ardientes arenas amarillas,
el almizcle espeso de la temible jungla,
el rumor guerrero de las olas en las rompientes
y el asombrado pálpito de las ciudades en la noche.

Con el tiempo apretándose en los nudos
espera, mientras envejece,
alguna especie de victoria y una promesa,
una palabra aérea que le diga
por qué la colina está suspendida sobre el valle esplendoroso
y por qué él aguarda en la cima,
qué es ese amor de los vendavales
y por qué, a pesar de las dolorosas torsiones,
la ternura puede subir por las raíces
y extenderse en la atmósfera
igual que un noble mar antiguo
colmando las infinitas playas relucientes.

Costa de los AbrazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora