Un instante

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¿Por qué no hay un instante,

uno solo, detenido y repleto de pereza infinita?

¡Qué misterio el del paso, otra tirada,

la gran ruleta primordial en juego

otro esfuerzo gigante, mover el universo,

atención a lo mínimo y encender tantos soles!

¿Adónde se va todo, así como de un golpe de inevitable urgencia?

¿Dónde está el reloj cósmico?

¿Hay alguien que cuente los segundos del mundo?

Enigma del después,

las flores estallando,

la lluvia, como clara cortina de hilos de una rígida nube

deshaciéndose de pronto en gotas estrelladas,

un aluvión de cráteres de agua reventando en la hierba,

el fruto, ya maduro,

se desprende en un súbito quiebre de la fibra,

arrojado de su felicidad antigravitatoria:

es un pequeño acto,

un lanzarse al vacío de lo siguiente

con todas sus secuelas de alumbramientos,

descomposiciones y vicisitudes de la semilla.

La fotografía de tus bucles al viento,

tu blanca sonrisa congelada,

todo eso extraído del abismo,

qué rotura de espacios y luego,

otra vez el ansia de caminar hacia la muerte,

el TAC como una campanada obligatoria en el cerebro

y en el entero corazón del día,

como un único y silencioso batir de alas

del exótico pájaro que adorna los cielos.

¿Qué nos empuja, por qué no hay un reposo?

Lo irreparable se nos instala

en el profundo centro del momento,

nos enseña los dientes del tiempo

y descarta toda la eternidad que arrastramos

colgada de nuestras espaldas,

seguramente llena de bellezas inauditas

pero muertas en un derroche cruel e indiferente.

Y yo me voy también, no hay excepciones,

el puente de la vida debe cruzarse sin mirar atrás

porque la rosaleda de su barandal

se va desmenuzando a nuestro paso y

el gran arco que abarca el infinito

nos sigue arruinándose

y llenando de polvo la memoria.

Costa de los AbrazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora