Mientras todo esto pasaba, en otra parte del universo, una gigantesca embarcación espacial de batalla flotaba, avanzando sin prisa ni rumbo determinado. En su interior vivían los truxxianos. Estas criaturas eran posiblemente las más brillantes en cuanto a tecnología que jamás haya conocido, y quizá también las que más me recordaban a los humanos, a mi hogar...
Bueno... Quizá más concretamente las peores partes de mi hogar.
Nadie conocía el planeta de origen de los truxxianos, y si lo hacían no lo compartían. Ellos simplemente hacían vida y viajaban en sus naves, absolutas maravillas de la ingeniería espacial que habían permitido que miles de individuos prosperaran sin tener que parar a repostar en ningún planeta. Las comunidades que se podían observar en el interior de sus embarcaciones criaban y cultivaban su sustento, trabajando de forma eficiente en cadenas de producción, y su sistema jerárquico era estricto. Cada nave tenía su propio sistema de administración, su cultura y etnias, como si cada nave representara un país o una "región" concreta. Sin embargo, todos los truxxianos tenían un gobernador común que vivía en la nave nodriza: Throv'ar el Libertador, quien al parecer se había ganado su privilegiado puesto tras alguna hazaña heroica y era admirado por la mayoría de sus subordinados como una figura ejemplar.
El mencionado se encontraba recostado en una sala de controles pequeña pero bien equipada. Desde allí podía organizar todo lo que ocurría en su nave y contactar con sólo un movimiento a cualquier otra de sus naves. En aquel momento se encontraba supervisando unos combates en una de las salas de entrenamiento a través de una gran pantalla holográfica. Chasqueó su lengua bífida repetidamente en un sonido que helaba la sangre, sin mover la vista un ápice de las grabaciones. Un sirviente acudiría a la llamada a gran velocidad, casi arrastrándose por el suelo al dejar junto al gobernador un enorme recipiente a rebosar de criaturas pequeñas y oscuras. Por el movimiento de sus numerosas patitas podía deducirse que estaban vivas, y aunque su aspecto era similar al de los escarabajos de la Tierra, éstos no eran capaces de escapar trepando por el recipiente ya que sus patas eran redondeadas y algo inútiles.
Throv'ar no dio las gracias al sirviente por su labor, ni siquiera movió su enorme cabeza de serpiente del suelo, porque había crecido acostumbrado a mandar y no a agradecer. Aún acostado como estaba, sacó lentamente uno de sus dos brazos largos y enfermizos de la manta de plumas de valria en la que estaba envuelto. Su asistente científico personal, Grall, del que estaba bastante orgulloso, le había asegurado que era el material más suave del mundo, y ciertamente no podía negarlo. Además, ese color rosado era simplemente un regalo para la vista.
Alargó el brazo para coger uno de los escarabajos del recipiente, abriendo sus fauces para darle un mordisco. La especie truxxiana no había evolucionado para masticar la comida sino para tragársela entera, lo que era evidente al ver que sólo disponían de siete largos colmillos en la boca, cuatro en la mandíbula superior y tres en la inferior. Sin embargo morder le gustaba demasiado. Una sustancia verdosa y oscura comenzó a salir de la pequeña criatura mientras ésta moría, resbalando abundante por la boca y los colmillos del gobernador como si de algún tipo de miel se tratara. Exprimió al escarabajo todo lo que pudo, alargando el disfrute de su viscoso interior hasta que se tragó la crujiente cáscara. El sirviente se adelantó para limpiarle los labios.
Ese animal era un suf, una de las pocas especies que criaban los truxxianos y quizá la cosa que más les gustaba comer en el mundo. Su sabor resultaba para ellos tan irresistible que muchos, desafortunadamente, acababan desarrollando adicciones terribles para su salud. Y es que consumir demasiados resultaba tóxico para el organismo. De hecho, las pequeñas criaturas también se trituraban y refinaban durante meses para fabricar objetos cotidianos y hacer de combustible para sus máquinas.
Sólo sus sirvientes más cercanos sabían que Throv'ar tenía una terrible adicción, aunque la realidad era que a esas alturas no era muy difícil de intuir. Presentaba los síntomas característicos de un adicto al suf: escamas anormalmente erizadas, la punta de sus antenas de un color negro que trataba de disimular en las reuniones, voz inusualmente rasposa y siseante (que tratándose de un truxxiano, era bastante) y colmillos ligeramente temblorosos. Sin embargo, a pesar de todo esto, Throv'ar se consideraba un gobernante muy capaz y no toleraba ningún comentario, por inocente que fuera, sobre su problema con el suf.
En ese momento, además, se encontraba frustrado. Su ejército llevaba entrenándose demasiado tiempo y seguía sin haber mejoras considerables en sus habilidades. Las grabaciones lo enervaban y la miel de suf descendía por su garganta a ritmo alarmante. El sirviente, que seguía agachado a su lado, se dedicaba simplemente a irle limpiando la cara cuando la sustancia viscosa se resbalaba fuera de sus labios, notando cómo la vibración de los colmillos de su maestro hacían temblar toda su boca. Se avecinaba una reprimenda y seguramente fuera él quien la pagara. Throv'ar levantaría por fin la cabeza del suelo, soltando un gruñido gutural y tornándose para mirar a su criado con las pupilas estrechadas.
"¡Sslarktrop Grall thranksr skorda!" Demandó con voz firme que trajeran a su presencia a Grall, su asistente científico principal y cabeza de la que habían salido los últimos avances truxxianos en cultivo, mantenimiento de la nave e incluso problemas tecnológicos.
Traduciré el resto de la conversación de modo que podáis seguirla correctamente.
"M-Mi señor, Grall comunicó que se encontraba realizando unos trabajos importantes, quizá no deberíamos interrumpir-"
Throv'ar estiró un poco la cabeza, mirando fijamente a su siervo con el ceño fruncido. "Estamos en una situación crítica, deja de decir estupideces. Sus bichos raros pueden esperar. Ahora lo más importante es esto. Nuestra gente. Nuestro ejército. Nuestro plan de conquista. ¿Lo tienes todo? ¿Necesito escribírtelo, o puedes transmitírselo?"
"No, d-digo, sí. Yo... Sí, ya voy..." El siervo huyó de allí apresuradamente. Una vez estuvo solo, el gobernador cogió un puñado de escarabajos de suf y se los metió en la boca, todo el cuerpo temblándole de placer mientras poco a poco su expresión se relajaba.
Se tumbó de nuevo en el suelo, apretando un poco su manta de plumas que Grall había hecho para él. Desde que le había permitido llevar a cabo aquel proyecto de "creación de criaturas", el científico no estaba tan dispuesto como antes a acudir a las llamadas del gobernador y crear inventos beneficiosos para el éxito de su plan. Throv'ar gruñó al pensar en el error que había cometido con su asistente científico, y una tos involuntaria hizo que su manta se arruinara con una mancha oscura.
"¿Por qué asumes que estás a mi mismo nivel, Grall? ¿Por qué? Si necesito molestarte para lo que sea, si te ordeno algo, tienes que dejar de investigar tus estúpidos bichos y acudir. Soy tu mayor autoridad en el universo, me haces caso sólo a mí. Sólo yo sé lo que es importante."
Sus ojos reptilianos cambiaron de un color casi negro al rojizo, señal de enfado y frustración mientras reprendía a un Grall imaginario. Con un gruñido apartó la grabación de los entrenamientos de su vista. Tenían la tecnología y armas más sofisticadas de toda aquella galaxia, pero tenía que admitir que sus soldados eran pésimos. No se concentraban, no ponían esfuerzo en aprender a combatir, y la vida cómoda en la nave los había vuelto unos críos que no servían para nada. La anterior gobernante, la vieja Shtral'i, los había mimado demasiado, eso estaba claro. Al parecer necesitaban algún tipo de motivación. Y si quería prepararlos para una conquista de alcance universal... debía ser una GRAN motivación.
Levantó el último suf que quedaba en su recipiente, observándolo con una mirada de deseo casi seductora. Fue justo antes de morderlo cuando tuvo el atisbo de una idea. ¿Y si prohibía el consumo de suf a los soldados y altos mandos militares truxxianos? Sabía que había algunos adictos entre sus filas, un gran número en realidad... Pero por propia experiencia sabía también que dejar a éstos sin su razón de vivir podía resultar en caos.
¿Y si hubiera alguna forma de controlar ese caos? ¿De... usar ese caos? Entonces quizá hubiera encontrado justo la motivación que necesitaba.
Por fin se incorporó por completo, deslizándose a suserpenteante manera hasta una enorme pantalla holográfica donde comenzó a hacerunas notas. De repente se encontraba extrañamente lúcido al escribir y mostrabalos colmillos en una expresión de pura emoción. Aquel último escarabajo que secomió sería el más dulce de todos.
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¡Paco, Viajero Espacial!
Science FictionLa llegada de una nave alienígena al planeta Tierra es inminente. Mientras la humanidad se pregunta por las verdaderas intenciones de los extraterrestres, el astrobiólogo Francisco García descubre que el sueño de su infancia de viajar por el espacio...